contemplaba friamente. Era el tipo de la boca cortada que habia visto en el pasillo noches antes.

– Tenias razon… Eran los gatos -dijo al fin el hombre sin dejar de mirarme.

– ?Lo ves? -se escucho la voz de Segundo desde la habitacion-. Lo peor que tienes es que no me crees. Asi no te van a ir bien las cosas en la vida, Portugues…

– Si te creo. El dinero se ha quemado en el incendio. ?Ves? Te creo.

Y antes de cerrar la puerta sonrio, y su diente de oro relampagueo entre la carne rota de su boca.

Todo cambio cuando al fin llego Airelai. Primero llegaron sus baules, muchisimos, pesados, con remaches de hierro en las esquinas y gruesas correas de cuero cubriendo los cierres. Los trajeron un par de hombres en un camion de una compania de mudanzas, lo cual fue un autentico acontecimiento en el Barrio, donde nadie que se trasladara usaba ese tipo de companias porque eran demasiado caras. Ya digo que nosotros debiamos de ser ricos.

Ella aparecio cuando ya habian subido casi todos los bultos. Llevaba una boina de fieltro negro adornada con una pluma azul brillante, una malla negra y una falda corta de gasa del mismo azul resplandeciente que la pluma. Toda ella, desde sus zapatitos planos de charol hasta lo mas alto del sombrero, debia de medir menos de un metro. A mi me llegaba al pecho y yo aun era una nina.

Abrieron los dos cuartos que quedaban sin ocupar en la antigua pension y los llenaron con los bultos de Airelai. Tuvieron que correr los muebles a un lado y apenas si quedaba sitio para otra cosa. De los baules empezaron a salir las cosas mas extraordinarias: espadas grandes y punales pequenos, biombos chinos de papel de arroz, cajas lacadas que se hacian y se deshacian como piezas mecanicas, trajes diminutos bordados de lentejuelas, bolas de vidrio con una luz por dentro, cubos de colores, mesitas plegables, panuelos y abanicos.

Uno de los baules estaba acolchado y forrado de seda roja oscura, y alli dentro tenia la enanita su cama, con sabanas de lino y una almohada de encajes. En el interior de la tapa del baul, Airelai habia cosido unas cuantas estampas: unos dibujos abigarrados e inquietantes, que luego ella me explico que eran dioses hindues; la foto de una ballena saltando fuera del agua en mitad del oceano; un hermoso paisaje verde entre montanas, con una casa de piedra en la ladera; un antiguo retrato en color sepia de una mujer muy pequena, subida encima de una mesa y vestida con un traje largo; y, por ultimo, en la quinta y mas fascinante estampa se veia un estallido de luz sobre un fondo oscuro, como una chisporroteante bola de fuego entre tinieblas. Esa era la Estrella, me explico Airelai, era una foto de la Estrella; me aprendi su aspecto gracias a esa imagen y por eso cuando la vi mas tarde pude reconocerla.

Alrelai trajo la magia. Quiero decir que ella y Segundo empezaron a trabajar en un numero de magos en un club que habia enfrente de nuestra casa. Porque eso eran las puertas rojizas y humeantes que se abrian tan solo por las noches: clubs. Que cosa era un club, eso yo ya no lo sabia. Pero desde luego no eran lugares para ninas.

La llegada de la enana fue un acontecimiento. Incluso dona Barbara parecio alegrarse. Se levanto de la cama para recibirla:

– Ya era hora de que asomaras -le espeto a modo de saludo.

– No me dejaban pasar los baules en la frontera -se disculpo Airelai.

– Teneis que poneros a trabajar cuanto antes. -Tampoco hay tanta prisa -protesto Segundo. -Claro que la hay, estupido -rezongo la abuela-. Con tanto dinero estas llamando la atencion demasiado… Ya esta la policia investigando, eso dijo Rita la de la tienda.

– Ese no era un policia -protesto Segundo-. Era… -se mordio los labios-. Bueno, quiza si, quiza tengas razon.

Dona Barbara le miro con sus ojos de pajaro y con la misma expresion con que un pajaro calibraria al pequeno gusano que dentro de un segundo va a tragarse. Pero luego ese hierro de su mirada se deshizo, le temblo la pesada barbilla, parecio mas vieja. Suspiro.

– No vales ni lo que la sombra de tu hermano. Dio media vuelta, entro en sus habitaciones y cerro dando un portazo. Segundo basculo el peso de un pie a otro y miro a la enana.

– Esta loca. Ya lo ves, cada dia mas loca. Pero que te quede claro que aqui el que manda soy yo, ?has entendido? -dijo con una nota de amenaza en la voz.

– Si. -Y el no volvera jamas. No puede. Le quedan muchos anos. Y cuando vuelva…

Un avion paso sobre nosotros y su retumbar se comio el resto de las palabras de Segundo. Vi que la enana movia la cabeza y repetia:

– Si. Y entonces, no se por que, los dos se volvieron y me miraron; y yo simule estar absorta cascando avellanas con el quicio de la puerta, que era mi excusa para permanecer en el pasillo. Pero Segundo agarro a la enana por un brazo y se la llevo casi en volandas al cuarto del sofa, y ya no pude escuchar mas.

Algunos dias mas tarde, Amanda, Chico y yo fuimos al club de enfrente a ver un ensayo del numero de magia. Era por la manana y, cuando empujamos la puerta, dentro no se veia humo ni el resplandor rojizo. A decir verdad, el lugar resulto de lo mas decepcionante: era una especie de garaje grande lleno de muebles. Habia sillones de eskai y mesitas pequenas por todas partes, y las mesas estaban todas rayadas y algunos de los sillones tenian agujeros por donde se escapaba la borra. En el suelo habia una moqueta cubierta de quemaduras y de manchas y las paredes estaban tan sucias que era imposible reconocer ningun color. En un rincon habia un escenario formado por una tarima de madera y unas cortinas verdes con flecos dorados, mugrientas y desgarradas como todo lo demas; no se veia ninguna ventana y la unica luz venia de unas bombillas polvorientas que colgaban del techo. Olia agrio; y a tabaco frio. Era un lugar tan triste que encogia el corazon.

Airelai iba vestida con un trajecito de vuelo todo bordado en lentejuelas rojas y fresas: parecia una pequena llama ardiendo sobre las viejas maderas del escenario. Segundo llevaba una tunica de seda que le quedaba grande: se daba vueltas a las amplias mangas sobre los codos y se pisaba el ruedo al caminar.

– Maldita sea… ?Amanda! -Si… -balbucia Amanda desde la penumbra. -A ver si coses esto…

– Si, si, perdona, luego lo hago.

Segundo estaba de pesimo humor: era la una del mediodia y nunca se levantaba tan temprano. Ademas no disfrutaba con los juegos de magia: hacia aparecer y desaparecer triangulos plateados debajo de sombreros, multiplicaba ramos de flores de papel y desataba cuerdas en el aire sin dejar de rezongar y con el entrecejo fruncido y sombrio.

– ?Notais algo raro? ?Habeis visto el tiron con la izquierda? ?Amanda!

– ?No! No, todo bien, todo esta muy bien, muy bien…

Amanda se comia las unas y Chico se sentaba junto a ella con la cabeza ladeada. Como siempre que se encontraba ante su padre, Chico mantenia una actitud silenciosa y letargica, como si estuviera adormecido; pero tenia las orejotas levantadas y alerta, casi tan moviles como las de un conejo.

Segundo nos habia llevado al club para comprobar que el espectaculo funcionaba. Detras de el, en un revuelo de lentejuelas, sin ruido y sin peso, Airelai lo disponia todo y le pasaba los utiles. Yo solo la miraba a ella. Era tan bonita y lo demas tan feo.

Por eso me preocupo cuando Segundo la metio en una caja. Solo quedaba fuera la cabeza, y las manitas a los lados, y los pies al fondo; y la enana movia manos y pies, que parecian animalitos con vida propia. Entonces Segundo empezo a hincar en la caja los grandes espadones de puno labrado; siseaban horriblemente al cruzar la madera y aparecian al otro lado afilados y por lo menos limpios, porque yo temia verlos salir tintos en sangre. Y cuando el cofre parecia ya un acerico, y era imposible que nada cupiera en su interior sin haber sido ensartado, Airelai aun continuaba sonriente y entera. Esa fue para mi la primera prueba indiscutible del poder de la enana.

Porque era ella quien poseia la magia, y no Segundo. Asi lo comprendimos Amanda y Chico y yo enseguida; y asi nos lo explico luego la propia Airelai:

– Esto es como los ventrilocuos, ?sabeis lo que es, los habeis visto? Son esas personas que aparecen en escena con un muneco, y hablan, o hacen bromas; y fingen ponerle la voz a los munecos. Pero yo se que no es asi, y escuchadme bien. Yo se que es el muneco el que habla en lugar del ventrilocuo, y luego finge que el ventrilocuo finge que el muneco esta hablando, ?me entendeis? Yo tambien finjo en el escenario que es el mago el que sabe los trucos, pero en realidad soy yo la duena del secreto y de la palabra. Y ellos sin mi, escuchadme bien, no serian nada.

La abuela se marchaba y yo corria hacia casa para despedirla, cuando, a la vuelta de una esquina, choque contra un hombre. Fue como empotrarse contra un muro. Dos manazas cayeron sobre mis hombros y un rostro gris descendio hasta colocarse a pocos centimetros del mio.

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