A decir verdad, solo la vara y las ropas que llevan puestas, si son hechiceros errantes. La mayoria de la gente los recibe bien y les dan asilo y comida. Y ellos dan algo a cambio.

—?Que dan?

—Bueno, a esa mujer de la aldea, por ejemplo, le cure sus cabras.

—?Que enfermedad tenian?

—Las ubres infectadas, las dos. Yo de nino cuidaba cabras.

—?Le dijiste que las habias curado?

—No. ?Como hubiera podido? ?Y por que hubiera tenido que decirselo?

Despues de un silencio ella comento: —Ahora veo que tu magia no solo sirve para cosas grandes.

—La hospitalidad —dijo el—, la bondad para con un forastero, son cosas grandes. Con dar las gracias basta, desde luego. Pero me apenaban las cabras.

Por la tarde llegaron a una gran ciudad. Estaba construida con ladrillos de arcilla y rodeada de murallas, al estilo kargo, con almenas voladizas, torres de atalaya en las cuatro esquinas, y un portalon unico. Alli, a la entrada, unos pastores apacentaban un gran rebano de ovejas. Los techos de tejas rojas de por lo menos un centenar de casas asomaban por encima de los muros de ladrillo amarillento. Dos soldados con los cascos de penacho rojo de la guardia del Dios-Rey custodiaban la puerta. Tenar habia visto hombres con cascos identicos que llegaban al Lugar alrededor de una vez al ano, escoltando ofrendas de esclavos o dinero para el templo del Dios-Rey. Cuando se lo conto a Ged, mientras pasaban frente a la muralla, el dijo: —Yo tambien los vi, de nino. Invadieron Gont. Entraron en mi aldea, a saquearla. Pero fueron rechazados. Y hubo una batalla cerca del Estuario del Ar, en la costa; murieron muchos hombres, centenares, dicen. Bueno, tal vez ahora que el anillo esta entero y la Runa Perdida rehecha, no habra mas correrias y matanzas entre el Imperio Kargo y los Paises del Interior.

—Seria disparatado que esas cosas continuasen —dijo Tenar—. ?Que haria el Dios-Rey con tantos esclavos?

Ged parecio reflexionar un momento.

—?Si los kargos conquistaran el Archipielago, quieres decir?

Ella asintio.

—No creo que eso llegue a suceder.

—Pero mira como es de poderoso el Imperio. Mira esta gran ciudad, con murallas, y todos esos hombres. ?Como podrian resistir vuestros paises, si los atacaran?

—Esta no es una ciudad muy grande —dijo el con cautela y dulzura—. Tambien yo la hubiese encontrado enorme, si bajara por primera vez de mi montana. Pero hay muchas, muchas ciudades en Terramar, y comparada con ellas, esta no es mas que un pueblo. Hay muchos, muchisimos paises. Ya los veras, Tenar.

Ella no dijo nada. Avanzaba fatigada, con el rostro inexpresivo.

—Es maravilloso verlos: nuevas tierras que emergen del mar a medida que tu barco se va acercando. Tierras cultivadas y bosques, ciudades con puertos y palacios, mercados donde se vende todo cuanto hay en el mundo.

Ella asintio. Sabia que el trataba de darle animos, pero la alegria que ella habia conocido habia quedado atras, en las montanas, en el valle del riachuelo a la luz del crepusculo. Ahora habia en ella un temor que no dejaba de crecer. Todo cuanto la esperaba era desconocido. Ella solo habia visto el desierto y las Tumbas. ?Y de que le servia? Conocia los meandros de un laberinto en ruinas, conocia las danzas que se bailaban ante un altar derruido. Nada sabia de bosques, ni de ciudades, ni del corazon de los hombres.

De repente dijo: —?Te quedaras tu alli conmigo?

No lo miro. El seguia con aquel disfraz ilusorio, era un campesino kargo de tez blanca, y a ella no le gustaba verlo asi. Pero su voz no habia cambiado, era la misma que le habia hablado en la oscuridad del Laberinto.

El tardo en responder. —Tenar, yo voy a donde me mandan. Yo sigo mi destino. Hasta ahora, nunca me ha permitido permanecer mucho tiempo en ningun pais. ?Lo comprendes? Yo hago lo que he de hacer. Alli donde voy, tengo que ir solo. Mientras tu me necesites, estare contigo en Havnor. Y si alguna vez vuelves a necesitarme, llamame. Acudire. ?Saldria de mi tumba si tu me llamaras, Tenar! Pero no puedo quedarme contigo.

Ella no replico. Un poco despues, el dijo: —No me necesitaras mucho tiempo alli. Seras feliz.

Ella inclino la cabeza, asintiendo, en silencio.

Marcharon juntos hacia el mar.

12. La travesia

Ged habia escondido la barca en una cueva, al pie de un gran acantilado rocoso que la gente del lugar llamaba Cabo Nube. Uno de los aldeanos les dio de cenar —un tazon de sopa de pescado—, y con las ultimas luces de aquel dia gris descendieron por los acantilados a la playa. La cueva era una grieta angosta que penetraba unos diez metros en la roca; el suelo arenoso era humedo, pues se extendia justo por encima de la linea de la marea alta. La entrada se veia desde el mar y Ged dijo que no convenia encender un fuego, ya que despertaria la curiosidad de los pescadores nocturnos que rondaban la costa en sus pequenas embarcaciones. Asi pues, se echaron miserablemente sobre la arena, que tan suave parecia entre los dedos y era dura como la roca para el cuerpo cansado. Y Tenar escuchaba el mar, las olas que se estrellaban contra las rocas, retumbando y retirandose pocos metros mas abajo de la boca de la cueva, y el fragor lejano en la larga playa del este. Una y otra y otra vez, siempre Tos mismos ruidos, y sin embargo nunca del todo iguales. Y nunca descansaba. En todas las costas de todas las tierras del mundo, el mar se encrespaba en aquellas olas turbulentas, y nunca paraba, y nunca estaba quieto. El desierto, y las montanas estaban quietos. No gritaban eternamente con esa voz grandiosa y monotona. El mar hablaba sin cesar, pero en una lengua extrana que ella no entendia.

A la primera luz gris, cuando la marea estaba baja, desperto de un sueno intranquilo y vio que el hechicero salia de la cueva. Lo vio andar descalzo y con la capa cenida a la cintura, por las rocas cubiertas de musgo negro, como si buscara algo.

Regreso oscureciendo la cueva al entrar.

—Toma —dijo, tendiendole un punado de unas cosas horribles y humedas, que parecian piedras de color purpura con labios anaranjados.

—?Que son?

—Mejillones, sacados de las rocas. Y estas dos son ostras, mejores todavia. Mira… asi. —Con la pequena daga del llavero, que ella le habia prestado en las montanas, Ged abrio un mejillon y se comio la pulpa naranja, con el agua de mar como condimento.

—?Ni siquiera los cueces? ?Te los comes vivos!

Se nego a mirarlo mientras el, abochornado pero decidido, seguia abriendo y comiendo los mariscos uno tras otro.

Cuando hubo terminado, fue hasta la barca, que estaba de proa al mar y levantada sobre la arena por varios troncos largos que el habia traido de la playa. Tenar la habia mirado la noche anterior, con desconfianza y sin comprender. Era mucho mas grande de lo que se habia imaginado, tres veces mas larga que ella. Llevaba todo un cargamento de objetos cuyo uso ella desconocia, y parecia peligrosa. A cada lado de la nariz (que era como el llamaba a la proa) habia un ojo pintado; y mientras dormitaba, Tenar habia tenido constantemente la impresion de que la barca la miraba con fijeza.

Ged rebusco un momento dentro de la barca y saco algo: un paquete de pan duro, envuelto con cuidado para mantenerlo seco. Le ofrecio un trozo grande.

—No tengo hambre.

El le escudrino el semblante hosco.

Dejo el pan a un lado, envolviendolo como antes, y luego se sento en la boca de la cueva. —Dentro de un par de horas la marea volvera a subir —dijo—. Entonces podremos irnos. Has pasado mala noche, ?por que no duermes ahora?

—No tengo sueno.

El no respondio. Siguio sentado bajo el oscuro arco de rocas, con las piernas cruzadas; y ella lo veia desde la penumbra de la cueva, contra el fondo resplandeciente del mar, que subia y se movia detras de el. Pero el no se movia. Estaba quieto como las rocas. La quietud parecia extenderse alrededor de el como los anillos

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