concentricos de una piedra arrojada al agua. El silencio en que estaba no era ya ausencia de palabras, sino algo en si mismo, como el silencio del desierto.

Al cabo de un largo rato, Tenar se levanto y se acerco a la entrada de la cueva. El no se movio. Ella le miro la cara. Parecia fundida en cobre, rigida; los ojos oscuros abiertos, pero bajos, y la boca serena.

Era tan inaccesible para ella como el mar.

?Donde estaba el ahora, por que senda del espiritu transitaba? Ella jamas podria seguirlo.

El la habia instigado a que lo siguiera. La habia llamado y ella habia respondido acurrucandose cerca, como el conejito del desierto que habia acudido a el desde la oscuridad. Pero ahora que el tenia el anillo, ahora que las Tumbas estaban destruidas y ella era una sacerdotisa perjura para toda la eternidad, ahora ya no la necesitaba, y se iria adonde ella no pudiera seguirlo. No se quedaria junto a ella. La habia enganado y la abandonaria.

Se agacho, y con un movimiento rapido, le arranco del cinto la pequena daga de acero que ella misma le habia dado. El permanecio inmovil, como una estatua.

La hoja de la daga media unos diez centimetros y tenia un solo filo; era la miniatura de un cuchillo de sacrificio y parte de los atavios de la Sacerdotisa de las Tumbas, junto con la argolla de las llaves, un cinturon de crin de caballo y otros objetos, algunos de los cuales no tenian uso conocido. Ella nunca habia utilizado la daga; pero en una de las danzas que interpretaba en la oscuridad de la luna tenia que lanzarla al aire y recogerla delante del Trono. Le gustaba esa danza, una danza salvaje, sin otra musica que el tamborileo de sus propios pies. Al principio se cortaba los dedos, cuando la ensayaba, hasta que aprendio a recoger el cuchillo por el mango. La pequena hoja era bastante afilada como para cortar un dedo hasta el hueso, o para seccionar las arterias de una garganta. Tenar todavia iba a servir a sus Amos, aunque ellos la hubieran traicionado y abandonado. Ellos la guiarian y moverian su mano en aquel tenebroso acto postrero. Y aceptarian el sacrificio.

Se volvio hacia el hombre, el cuchillo en la mano derecha detras de la cadera. En ese momento el alzo la cara lentamente y la miro. Tenia el aspecto de alguien que regresa de muy lejos, que ha visto cosas terribles. En la cara sombria aunque tranquila, habia dolor. Y mientras la miraba, y parecia verla cada vez con mayor claridad, tambien a el se le aclaro la cara. Al fin dijo: —Tenar —como si la saludase, y como si hubiera querido cerciorarse de que ella estaba alli, extendio la mano para tocar el brazalete de plata perforada y labrada que ella tenia en la muneca. No presto atencion al cuchillo que ella empunaba. Aparto la mirada hacia las olas, que ahora rompian contra las rocas de abajo y dijo con dificultad—: Es hora… Hora de que nos vayamos.

Al oir la voz de Ged la furia la abandono. Sintio miedo.

—Los dejaras atras, Tenar. Seras libre —dijo el y se levanto con un vigor subito. Se estiro y volvio a ajustarse la capa a la cintura—. Echame una mano con la barca. Esta apoyada en troncos, como en ruedas. Asi, empuja… Otra vez. Ya, ya basta. Ahora preparate a saltar cuando yo diga «salta». Este es un sitio un poco traicionero para embarcar. Otra vez. ?Ya! ?Arriba! —Y saltando a bordo detras de ella la sostuvo en el momento en que perdia el equilibrio, la sento en las tablas del fondo, y poniendose a los remos, lanzo la embarcacion por encima de las rocas, montada en el reflujo; y asi, dejando atras la punta del promontorio envuelto en olas rugientes y espumosas, se hicieron a la mar.

Cuando estuvieron lejos de los bajios, Ged desarmo los remos y planto el mastil. La barca le parecia a Tenar muy pequena, ahora que ella estaba dentro y el mar alrededor.

Ged izo la vela. Todos los aparejos parecian muy usados y gastados, pero la vela, de un color rojo descolorido, habia sido remendada con esmero y la barca estaba limpia y ordenada. Eran como el dueno: habian ido a sitios remotos, y no habian sido tratados con dulzura.

—Ahora —dijo el—, ahora estamos lejos, ahora estamos a salvo, ?hemos escapado, Tenar! ?No lo sientes?

Ella lo sentia. La mano tenebrosa que durante toda la vida le oprimiera el corazon, la habia soltado ahora. Pero no sentia alegria, no como en las montanas. Metio la cabeza entre las manos y lloro, y las lagrimas saladas le mojaron la cara. Lloro por los anos que habia perdido esclavizada a un mal inutil. Lloraba de dolor, porque era libre.

Lo que estaba empezando a descubrir era el peso de la libertad. La libertad es una carga pesada, extrana y abrumadora para el espiritu que ha de llevarla. No es comoda. No es un regalo que se recibe, sino una eleccion que se hace, y la eleccion puede ser dificil. El camino asciende hacia la luz; pero el viajero que soporta la carga acaso no llegue jamas a la meta.

Ged la dejo llorar, y no la consolo, y tampoco cuando ella dejo de llorar y se sento y volvio los ojos hacia las costas bajas y azules de Atuan. El tenia el rostro serio y atento, como si estuviera solo; vigilando la vela y el timon, agil y silencioso, mirando siempre hacia adelante.

Por la tarde, le senalo un punto a la derecha del sol, hacia el que ahora navegaban. —Eso es Ka-rego-At —dijo, y Tenar miro y vio a lo lejos los contornos de unas colinas que eran como nubes, la gran isla del Dios-Rey. Atuan habia desaparecido detras de ellos. Tenar sentia un gran peso en el corazon. El sol le golpeaba los ojos como un martillo de oro.

La cena consistio en pan seco y pescado ahumado seco, que a Tenar le parecio repugnante, y agua del barril de la barca, que Ged habia llenado la vispera en un arroyo de Cabo Nube. Pronto la fria noche de invierno cayo sobre el mar. Al norte, en la lejania, vieron durante un rato unos diminutos destellos de luz, los fuegos amarillentos de las aldeas costeras de Karego-At. Y cuando las luces se desvanecieron entre la bruma que se levanto del oceano, quedaron solos en la noche sin estrellas, sobre las aguas profundas.

Tenar se habia acurrucado en la popa; Ged estaba echado en la proa, con la barrica de agua por almohada. La barca avanzaba serenamente y la mar tendida le palmeaba los costados, aunque solo soplaba una leve brisa del sur. Alli, lejos de las orillas rocosas, tambien el mar era silencioso; no se oia mas que un debil susurro, cuando las aguas tocaban la barca.

—Si el viento viene del sur —dijo Tenar, susurrando porque el mar susurraba—, el barco va hacia el norte, ?verdad?

—Si, a menos que navegaramos de bolina. Pero he puesto en la vela viento de magia, para ir hacia el oeste. Manana por la manana habremos salido de las aguas kargas. Entonces navegaremos con el viento del mundo.

—?La barca se gobierna sola?

—Si —respondio Ged con gravedad—, si se le dan las instrucciones adecuadas. No necesita muchas. Ha navegado por el mar abierto, mas alla de la ultima isla del Confin del Levante; ha estado en Selidor, donde murio Erreth-Akbe, en el remoto Oeste. Es una barca sabia y astuta, mi Miralejos. Puedes confiar en ella.

Tendida en la embarcacion que la magia guiaba por el mar inmenso, Tenar miraba la oscuridad. Toda su vida habia escudrinado las tinieblas; pero esta, la de esta noche en medio del mar, era una oscuridad mas vasta. Una negrura sin fin. Alli no habia techo. Se extendia mas alla de las estrellas. Ningun poder terrenal la animaba. Era anterior a la luz y seguiria alli cuando ya no hubiera luz. Era anterior a la vida y seguiria alli despues de la vida. Se extendia mas alla del mal.

Hablo en la oscuridad: —Aquella isla pequena, donde te regalaron el talisman, ?esta en este mar?

—Si —respondio la voz de el desde la oscuridad—. En alguna parte. Al sur, tal vez. No se si volveria a encontrarla.

—Yo se quien era ella, la vieja que te regalo el anillo.

—?Lo sabes?

—Me contaron la historia. Es parte del saber de la Primera Sacerdotisa. Thar me la conto, la primera vez delante de Kossil, y luego a solas con mas detenimiento. Fue la ultima vez que hablo conmigo, antes de morir. Habia en Hupun una casa noble que se opuso al ascenso de los Sumos Sacerdotes de Awabath. El fundador de la casa fue el Rey Thoreg; y entre los tesoros que dejo a sus descendientes estaba la mitad del anillo, que Erreth- Akbe le habia regalado.

—Eso mismo es lo que se narra en la Gesta de Erreth-Akbe. Dice… traducido a tu lengua dice asi: «Cuando el anillo se rompio, una mitad quedo en manos del Sumo Sacerdote Intathin, y la otra mitad en la mano del heroe. Y el Sumo Sacerdote envio la mitad que el tenia a los Sin Nombre, a los Arcanos de la Tierra, en Atuan, y alli quedo en la oscuridad, en los lugares perdidos. Pero Erreth-Akbe puso la otra mitad en manos de la doncella Tiarath, hija del rey sabio, diciendo: “Que permanezca a la luz en la dote de la doncella, y que permanezca en esta tierra hasta que las mitades se junten”. Asi hablo el heroe antes de hacerse a la mar hacia el oeste.

—Entonces tiene que haber pasado de hija en hija a lo largo de los anos en esa casa. No se perdio, como

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