El anciano, de pie junto a el, guardaba silencio. Luego, como alguien que da comienzo a su ejercicio de tai chi, dejo caer los brazos a los lados y los alzo muy despacio, con las manos ahuecadas y las palmas dirigidas al suelo, a la altura de los hombros. Pero en lugar de echarlos atras y disponerse a empujar con ellos una fuerza invisible, Morandi los apoyo en algo invisible frente a el. Y entonces Brunetti observo sus dedos rigidos. Morandi vio que Brunetti comprendia.

El anciano bajo las manos y dijo:

– Esto es todo lo que hice. Pero no le cause dano.

– ?Como iba vestida? ?Y donde estaban ustedes?

Morandi cerro los ojos, evocando la escena que acababa de representar.

– Estabamos en el vestibulo. Frente a la puerta. Ya se lo dije a usted. Ella en ningun momento me permitio entrar en el piso; bueno, no mas de unos pocos pasos desde la puerta. -Hizo una pausa y bajo la cabeza-. No se que llevaba. Una camiseta, creo. Era amarilla, fuera lo que fuera.

Brunetti recordo a la mujer muerta en el suelo de la sala de estar de la casa. Un sueter azul marino y, debajo, una camiseta de un amarillo brillante.

– ?Solo eso?

– Si. Recuerdo haber pensado que deberia haber llevado algo de mas abrigo. Era una noche fria.

Como si viera aquel vacio por vez primera, Brunetti miro la habitacion a su alrededor y pregunto:

– ?Donde esta el resto del mobiliario?

– Oh, tambien he tenido que vender eso. Hay una badante que atiende a Maria durante tres horas todas las tardes: la lava, la peina y comprueba que su ropa este limpia. -Antes de que Brunetti pudiera preguntar, aclaro-: Y es cara porque la casa di cura no las admite a menos que sean legales, lo que resulta dos veces mas caro, con impuestos.

El viento habia empezado a levantar objetos en la piazza, y los extremos de las banderas, al otro lado de la basilica, brillaban intermitentemente, como haciendoles senas.

– ?Que va usted a hacer, signor Morandi?

– Oh, vendere todo lo de aqui, poco a poco, y tan solo espero que dure lo suficiente como pagar mientras viva.

– ?Le han dado algun plazo los medicos?

Morandi se encogio de hombros, sin ira ahora hacia los «medicos». Se limito a decir «pancreas», como si eso aclarara las cosas para Brunetti. Se las aclaro.

– ?Y luego?

– Oh, no he pensado en eso -dijo, y Brunetti lo creyo-. Yo solo tengo que seguir aqui mientras ella este, ?no?

Incapaz de responder a esa pregunta, Brunetti pregunto a su vez:

– ?Y que sera de esto? -Hizo un movimiento con la mano, como para abarcar aquel piso que habia pertenecido a la esposa de Cuccetti, y que paso a poder de Morandi despues de que murieran tanto Cuccetti como su esposa-. Podria usted venderlo.

Morandi no pudo ocultar su sorpresa.

– Pero ?si Maria viniera a casa, aunque fuera por pocos dias, antes de…? -El anciano miro a Brunetti, sonriendo. Senalo con la barbilla el panorama barrido por el viento, al otro lado de la ventana-. Querria ver eso, de modo que…

– Debe valer un dineral.

– Oh, a mi no me preocupa eso -dijo Morandi, refiriendose a la casa como si se tratara de un par de zapatos viejos o de un monton de periodicos cuidadosamente atado para el basurero-. Maria no tiene parientes, y yo no tengo mas que un sobrino, pero se fue a la Argentina hace cincuenta anos y nunca he vuelto a saber de el. -Se detuvo para pensar, y Brunetti permanecio callado-. Asi que supongo que ira a parar al Estado. O a la ciudad. Me da igual. No me importa.

Miro la habitacion a su alrededor, arriba, al techo con vigas, y luego volvio a contemplar la vista: las banderas se agitaban mas, Brunetti se dijo que el viento estaba arreciando. Finalmente el anciano dijo:

– Nunca me gusto este lugar, ?sabe? Nunca lo senti como mio. Trabajaba como un burro para pagar el alquiler del pisito de Castello, de modo que era realmente mio. Nuestro. Pero este llego con demasiada facilidad; es como si me lo hubiera encontrado o como si se lo hubiera robado a alguien. Todo lo que me trajo fue mala suerte, de modo que sera mejor que otra persona se lo quede.

– ?Donde vive usted? -pregunto Brunetti, bien consciente de que era estupido plantearle eso a una persona en su propia casa.

Pero Morandi no tuvo dificultad en entenderlo.

– Paso la mayor parte del tiempo en la cocina. Es la unica habitacion que caliento. Y mi cuarto, pero alli solo duermo.

Se volvio, como si se dispusiera a conducir a Brunetti a aquella parte de la casa. Brunetti le dejo dar unos pocos pasos, y mientras el anciano le daba la espalda, saco la llave del bolsillo y la deposito en la mesa, bajo la ventana.

Brunetti lo llamo, y cuando Morandi regreso lentamente a la ventana, Brunetti le tendio la mano.

– Gracias por permitirme disfrutar de la vista, signore. Es maravillosa.

– Lo es, ?verdad? -dijo el anciano, ignorando la mano de Brunetti, porque sus ojos se fijaban en las cupulas, las banderas, las nubes que ahora se deslizaban hacia el oeste.

– ?No es triste -continuo Morandi- que pasemos tanto tiempo preocupados por las casas, por tenerlas y por ponerlas bonitas por dentro, cuando la parte mas hermosa esta ahi fuera, y no hay nada que podamos hacer para cambiarla?

Esta vez fue Morandi quien hizo un gesto en direccion a la basilica, abarcando con la mano la iglesia, el pasado y la gloria que ya no estaban.

Donna Leon

***
,

[1] Cargaria con el muerto, pagaria el pato o los platos rotos, etc. (N. del T.)

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