Morandi pudo haber dicho en el banco que la habia perdido. Hubiera llevado tiempo, pero al cabo le habrian permitido el acceso a la caja y a su contenido. La posesion de la llave carecia de significado: no otorgaba poder ni autoridad a la persona que la poseia; la persona autorizada podia abrir la caja. La
Incansable, Brunetti pregunto:
– ?Que paso?
Transcurrio un buen rato, y Morandi no tenia ninguna obligacion de responder, pero el tampoco sabia eso, asi que explico:
– Fue hacia la puerta y yo trate de detenerla. -Mientras hablaba, Morandi levanto las manos, colocandolas delante de el y encogiendo los dedos-. La llame por su nombre, y cuando se volvio le puse las manos en los hombros, pero cuando vi su cara, recorde mi promesa… -Miro a Brunetti-. Yo empezaba a retirar las manos, pero ella se libero, fue a la puerta y la abrio.
– ?Y usted?
Con voz aun mas tenue y suave, Morandi dijo:
– Me senti muy avergonzado de mi mismo. Primero le pegue a Maria y luego le puse las manos encima a esa otra mujer. Ni siquiera la conocia, y alli estaba yo, sujetandola por los hombros.
– ?Eso es todo lo que hizo? -insistio Brunetti.
Morandi se cubrio los ojos con una mano.
– Estaba tan avergonzado que ni siquiera pude disculparme. Ella me abrio la puerta y me dijo que me fuera, asi que yo no podia hacer otra cosa. -Tendio una mano hacia Brunetti, pero al recordar lo sucedido cuando lo habia tocado antes, la retiro-. ?Puedo decirle algo?
– Si.
– Rompi a llorar en la escalera, mientras bajaba. Golpee a Maria y luego asuste a aquella pobre mujer. Tuve que quedarme al otro lado de la puerta hasta que deje de llorar. Aquella vez, cuando pegue a Maria, prometi que nunca volveria a cometer una mala accion, nunca en mi vida, pero alli estaba yo, cometiendo de nuevo una mala accion.
»De manera que reflexione: 'Si amo a Maria tanto como digo que la amo, nunca en mi vida volvere a hacer algo asi. ' -Se detuvo al oir sus propias palabras, miro a Brunetti, le dirigio una sonrisa cohibida y anadio-: No es que me quede mucha vida. -La sonrisa se borro y continuo-: Y me dije que nunca mas mentiria y que nunca haria una sola cosa que a Maria no le gustara.
– ?Por que?
– Ya le he dicho por que. Por lo muy avergonzado que estaba de lo que hice.
– Pero ?que creyo que pasaria si cumplia lo prometido?
Morandi se puso la punta del indice derecho en el muslo y se lo golpeo repetidamente, esperando cada vez que desapareciera la leve sensacion antes de golpear de nuevo.
– ?Que paso,
Golpear, esperar, golpear, esperar: el momento adecuado llegaria. Finalmente, Morandi dijo:
– Porque, quiza, si ella lo hubiera sabido me habria amado.
– ?Quiere decir que volveria a amarlo?
El asombro de Morandi fue total: Brunetti lo leyo en lo inexpresivo de sus ojos cuando se volvio a mirarlo.
– No. Amarme… Nunca me amo. Realmente no. Pero yo apareci cuando ella casi tenia cuarenta anos, asi que me acogio y vivio conmigo. Pero nunca me amo. Realmente no. -Volvieron las lagrimas, que le cayeron en la camisa, pero Morandi no se dio cuenta-. No de la forma que yo la ame a ella. -De nuevo lo acometio aquel estremecimiento perruno-. Somos los unicos que lo sabemos -dijo, colocando fugazmente su mano en el brazo de Brunetti, tocandolo y apresurandose a apartarse, como si temiera por su propia mano-. Maria no lo sabe o no sabe que yo lo se. Pero lo se. Y ahora lo sabe usted.
Brunetti no supo que decir ante aquellas terribles verdades y sus mas terribles consecuencias. No cabia respuesta, ni esta iba a darla la fachada de la iglesia o de la
Brunetti se puso en pie. Le alargo la mano al anciano y le ayudo a levantarse.
– ?Por que no me deja que lo acompane a su casa?
29
Tuvo que ayudar al anciano a subir las escaleras. Brunetti disimulo diciendo que tenia curiosidad por contemplar la vista desde un piso alto, en aquella zona, del Campanile y de la basilica, y pidio al
Morandi abrio la puerta y se aparto para ceder el paso a su huesped. Sabiendo que aquel anciano llevaba viviendo tres anos solo en el piso, Brunetti se dispuso a encontrar desorden, si no algo peor, pero nada pudo haberlo preparado para lo que hallo. El sol del atardecer entraba en el pasillo desde una habitacion situada en un extremo. La luz brillaba en el
– Puede ver la basilica desde esa habitacion -dijo Morandi, avanzando por el pasillo y dejando que Brunetti lo siguiera.
No habia muebles arrimados a las paredes ni puertas en las habitaciones a ambos lados. Brunetti echo un vistazo a una de las habitaciones y comprobo que estaba enteramente vacia, aunque las ventanas brillaban y el suelo destellaba. Al cabo de un momento, se dio cuenta del frio que hacia, de que el frio emanaba del pavimento y a traves de las paredes.
En la ultima habitacion la vista era, desde luego, esplendida, pero habia un mobiliario tan escaso -una mesa y dos sillas- que tuvo la sensacion de una casa deshabitada y que se abria solo para la inspeccion de posibles compradores. En la distancia, burbujeaban las cupulas, con sus cruces asomando al cielo sobre las pequenas bolas que remataban los edificios, y mas alla Brunetti vio el dorso de las alas del angel que vigilaba el
– Maria solia pasarse aqui horas, mirando. La hacia feliz ver esto. Al principio.
Se acerco y se quedo de pie junto a Brunetti, y ambos contemplaron los signos del poder de Dios y del poder del Estado. A Brunetti lo impresiono la majestad que aquellas cosas tuvieron en otro tiempo, y que ya no tenian.
– Oh, si -respondio al instante, en el mismo tono que empleaban los hijos de Brunetti anos antes, cuando estudiaban catequesis.
– ?No mas mentiras?
– No.
Brunetti penso en aquellos acertijos que les proponian cuando iban a la escuela. Habia uno sobre como transportar una gallina, una zorra y una col de una orilla a otra de un rio, y otro sobre nueve perlas en una balanza, y otro mas sobre el hombre que siempre mentia. Conservaba un vago recuerdo de ellos, pero las soluciones se le habian olvidado. Si Morandi mentia siempre, podia haber mentido sobre su proposito de no mentir, ?no?
– ?Juraria usted sobre el corazon de Maria Sartori que todo cuanto hizo fue poner las manos en los hombros de la