– ?Y el piso? -pregunto Brunetti, en lugar de continuar con el tema de la honradez de Cuccetti.

– Eso es lo que me prometio al principio, cuando me pidio que firmara algo. Yo no me fie de el entonces y no me fie despues. Sabia como era. Me daba el piso y luego ya encontraria una manera de quitarmelo. Alguna via legal. Despues de todo era abogado -explico Morandi mas o menos como explicaria que un ave era un buitre. Brunetti, experto en la actuacion de los abogados, asintio-. Asi que le dije lo que queria.

– ?Como supo usted que existian y lo que eran?

– La vieja solia hablar con Maria, y se refirio a ellos y a lo mucho que valian, y Maria me lo conto. -Antes de que Brunetti pudiera hacerse una opinion equivocada, se apresuro a aclarar-: No, no es lo que usted piensa. Fue algo que ella me dijo, cuando hablaba sobre el trabajo y sobre los pacientes, y las cosas que le contaban. -Aparto la vista por un momento, como si se sintiera cohibido por hallarse en compania de un hombre capaz de pensar semejante cosa de la signora Sartori-. Fue idea mia, no de ella. Ella no lo supo. Nunca ha sabido que yo los tenia.

Brunetti se encontro pensando cruelmente como conocio ella la existencia de la llave.

– ?Que dijo Cuccetti?

– ?Que podia decir? -pregunto Morandi con brusquedad-. La vieja no iba a durar mucho. Cualquiera podia verlo, asi que comprendi que el debia darse prisa. -Brunetti permanecio en silencio ante la incapacidad de Morandi para percatarse de lo que eso decia de su persona-. Le dije que no firmaria nada hasta que me los diera.

Mientras el anciano relataba su historia, Brunetti recordo por que habia pensado en el como en un maton. Su voz se hizo mas dura, como tambien su mirada, y su boca se volvio mas rigida conforme proseguia su narracion. Brunetti mantenia un rostro impasible.

– Y entonces la vieja sufrio algun tipo de crisis; no recuerdo que fue. Respiratoria, algo asi. Y Cuccetti, preso del panico, tuvo que ir a casa de la mujer, cogerlos, llevarlos al hospital y guardarlos en el armario de la enferma.

– ?Por que hizo eso?

Morandi respondio inmediatamente:

– Si alguien preguntaba, podria decir que ella le habia pedido que los llevara para verlos una vez mas. -Su gesto de asentimiento demostro cuan inteligente juzgaba esa accion de Cuccetti-. Pero ella no los vio. Para entonces ya estaba gaga.

Brunetti volvio a pensar en los lagartos de Dante y en la manera en que, repetidamente, cambiaban de forma, recuperando de manera ineluctable la que tuvieron antes.

– Asi que ustedes firmaron.

– Si.

– Y la firma de la signora Sartori ?fue realmente la suya?

Morandi se sonrojo de nuevo, mucho mas que en cualquier otro momento en el pasado. Su lucha interior afloro, y realmente parecio deprimirse otra vez.

– Si -dijo, y bajo la cabeza para esperar la acometida de la siguiente pregunta de Brunetti.

– ?Que le dijo usted a ella?

Morandi empezo a hablar, pero luego le dio una tos nerviosa. Agacho la cabeza hasta las rodillas y la mantuvo asi hasta que concluyo el acceso de tos. Luego se enderezo, se apoyo en el respaldo del sofa y cerro los ojos. Brunetti no le dejo dormirse otra vez, y le dio un codazo para impedirselo. El anciano abrio los ojos.

– Le dije que yo habia visto escribir a la vieja. Que Cuccetti y yo estabamos alli, y que ella escribio el testamento por si misma.

– Pero ?quien lo escribio realmente?

Morandi se encogio de hombros.

– No lo se. Cuando entre en la habitacion estaba encima de la mesa. -Miro a Brunetti y dijo, sin intentar disimular su impaciencia-. Tuvo que escribirlo ella, ?no?

Brunetti ignoro la observacion.

– ?Pudo haber firmado cualquiera? -pregunto Brunetti en tono desapasionado-. Y aun asi, ?usted y la signora Sartori avalaron con su testimonio que aquella era su firma?

Morandi asintio, luego se cubrio los ojos con la mano derecha, como si la vision de lo que sabia Brunetti fuera mas de lo que podia soportar. Brunetti aparto la vista un momento, y cuando volvio a mirar vio lagrimas bajo sus dedos.

El anciano se mantuvo asi un rato, y luego se inclino a un lado y saco un enorme panuelo blanco del bolsillo. Se seco los ojos y se sono, doblo el panuelo cuidadosamente y lo devolvio al bolsillo.

Como si no hubiera oido la pregunta de Brunetti, Morandi dijo:

– La vieja murio pocos dias despues. Tres. Cuatro. Entonces Cuccetti nos presento el testamento y nos pidio que firmaramos. Tuve que explicarle a Maria que debia decir que la vimos firmarlo o, de lo contrario, tendriamos problemas.

– ?Y ella firmo?

– Si. Entonces si.

– ?Y despues?

– Despues empezo a no creerme.

– ?Fue por el piso?

– No, yo le dije que me lo habia dejado mi tia. Ella vivia en Turin y murio por entonces, de modo que le dije a Maria que eso es lo que sucedio.

– ?Y lo creyo?

– Si, desde luego. -Viendo el rostro de Brunetti, dijo, con voz casi suplicante-: Por favor. Tiene usted que comprender que Maria es una persona honrada. No podia mentir, aunque quisiera. Y no cree que otras personas puedan hacerlo. -Hizo una pausa, pensativo, y anadio-: Y yo nunca le menti. A ella, nunca. Hasta entonces. Porque yo queria que tuvieramos un hogar del que pudieramos estar orgullosos y vivir juntos en el.

Brunetti se encontro pensando en lo oportunamente que ese deseo le dio las cosas hechas.

– ?Que hizo con los dibujos?

Brunetti estaba cansado de aquello, cansado de tener que considerar todo cuando decia Morandi para determinar cual de los dos hombres que el habia visto estaba hablando.

Como si hubiera esperado la pregunta, Morandi dijo, con un vago gesto en direccion al bolsillo de Brunetti, como si estuviera alli:

– Los deposite en el banco.

Brunetti se reprimio de darse una palmada en la frente y exclamar: «Claro, claro.» Las personas como Morandi no viven en pisos grandes cerca de San Marco, y nadie esperara que los pobres tengan cajas de seguridad. Pero ?que otra cosa era aquella llave sino la de una caja de seguridad?

– ?Cuando se hizo ella con la llave?

Morandi apreto los labios a la manera de un escolar al que se regana por alguna infraccion leve.

– Hace dos semanas. ?Se acuerda de aquel dia que hizo calor?

En efecto, Brunetti lo recordaba: cenaban en la terraza, pero pronto el calor se hizo insoportable.

– Sali al campo a fumarme un cigarrillo. Deje el abrigo encima de la cama. Ella debio coger la llave mientras yo estaba fuera. No me di cuenta hasta que llegue a casa y abri la puerta, pero era demasiado tarde para regresar a la casa di cura. Cuando le pregunte sobre el asunto al dia siguiente, me dijo que no sabia de que le estaba hablando.

– ?Sabia ella que era la llave?

Morandi sacudio la cabeza.

– No lo se, no lo se. Nunca pense que supiera nada o comprendiera lo que habia sucedido. Sobre el piso. O los dibujos. -Dirigio una prolongada mirada a Brunetti, y su confusion podia percibirse en cada palabra-. Pero tuvo que saberlo, ?no cree? -Brunetti no respondio, y Morandi pregunto-: ?Por eso cogio la llave? ?Por que lo sabia? ?Todos estos anos?

Habia un indicio de desesperacion en su voz, ante la necesidad de considerar en que medida esa posibilidad afectaba a la vision que tenia de su idealizada Maria.

Brunetti no dio con las palabras adecuadas. Las personas sabian cosas que decian y pensaban no saberlas. Esposas y maridos sabian mucho mas los unos de los otros de lo que se suponia que se habian enterado.

– Tengo que tener la llave -espeto Morandi-. Tengo que tenerla.

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