Bajo la mano y dijo, sin mirar a Brunetti mientras hablaba:

– No debio haberselo dicho. O sea, Maria. Pero desde que ella…, desde que le paso eso, no ha sido cuidadosa con lo que dice, y ella… -Su voz se fue apagando, volvio a ponerse el pelo en su sitio con unos golpecitos, aunque no era necesario, y se quedo mirando a Brunetti, como si esperase alguna respuesta a sus palabras. Finalmente dijo-: Ella desbarra.

– ?Que opinan los medicos?

– Oh, los medicos -replico Morandi airadamente, haciendo un gesto con la mano dirigido a algun lugar detras de el, como si los medicos estuvieran alineados alli y, oyendolo, se sintieran cohibidos-. Uno de ellos dice que fue un pequeno derrame, pero segun otro podria ser el comienzo del al… o alguna otra cosa. -Como Brunetti no decia nada y los medicos invisibles no objetaban nada a sus observaciones, Morandi prosiguio-: Solo es cuestion de la edad. Y de las preocupaciones.

– Lamento que este preocupada. Merece paz y tranquilidad.

Morandi sonrio, inclino la cabeza como ante un cumplido al que no fuera acreedor, y dijo:

– Si, las merece. Es la mujer mas maravillosa del mundo. -Brunetti advirtio un verdadero temblor en su voz. Aguardo, y Morandi anadio-: Nunca he conocido a alguien como ella.

– Debe usted conocerla muy bien para sentirse tan unido a ella, signore.

Como Morandi habia bajado de nuevo la cabeza, Brunetti solo pudo ver su craneo sonrosado y los mechones oscuros de pelo que lo atravesaban. Pero mientras observaba, el color rosado se oscurecio y Morandi confeso:

– Ella lo es todo.

Brunetti dejo transcurrir un momento antes de decir:

– Es usted afortunado.

– Ya lo se -admitio Morandi, y de nuevo Brunetti percibio el temblor.

– ?Cuanto tiempo hace que la conoce?

– Desde el dieciseis de julio del cincuenta y nueve.

– Yo todavia era un nino.

– Bien, yo ya era un hombre por entonces -dijo Morandi, y con una voz mas suave anadio-: Pero ni muy bueno ni muy guapo.

– Y entonces la conocio -lo animo Brunetti.

Morandi levanto la vista, y Brunetti vio aquella misma sonrisa, extranamente infantil.

– Si. -Y como si lo hubiera pensado mejor-: A las tres y media de la tarde.

– Tiene usted suerte de recordar el dia con tanta claridad -observo Brunetti, sorprendido, porque el no recordaba la fecha en que conocio a Paola.

Sabia el ano, desde luego, y se acordaba de por que estaba en la biblioteca, el tema del trabajo que tenia que escribir, de modo que si buscara en sus archivos de la universidad cuando asistio a aquella clase, probablemente podria averiguar por lo menos el mes, pero la fecha se habia borrado. Se sentiria cohibido si se la preguntara a Paola, porque si ella se la sabia de memoria el se sentiria como un patan por no recordarla. Pero con la misma facilidad era probable que ella lo tildara de bobo sentimental por querer recordar algo asi. Lo cual hacia de Morandi un bobo sentimental, supuso.

– ?Como la conocio?

Morandi sonrio ante la pregunta y ante la evocacion.

– Yo trabajaba de portero en el hospital y tuve que ir a una habitacion a ayudar a levantar a uno de los pacientes y tenderlo en una camilla para que pudieran bajarlo a hacerle unas pruebas, y Maria ya estaba alli, ayudando a la enfermera. -Miro la pared, a la izquierda de Brunetti, viendo quiza la habitacion del hospital-. Pero ellas eran unas mujeres muy pequenas y no podian hacerlo, de modo que les pedi que se apartaran y levante al hombre, lo deposite en la camilla, y cuando me dieron las gracias, Maria sonrio y… Bien, supongo…

Su voz se apago, pero mantuvo la sonrisa.

– Yo comprendi en aquel mismo momento, ?sabe? -le dijo a Brunetti, de hombre a hombre, aunque Brunetti penso que eso lo entenderian mas las mujeres que los hombres-, que ella era la unica. Y nada en estos anos ha cambiado eso.

– Es usted un hombre afortunado -repitio Brunetti, pensando que todo hombre, o toda mujer, que pasaba decadas arropado en ese sentimiento era una persona afortunada.

?Por que, entonces, nunca se casaron? Recordo la primera impresion de maton que le produjo Morandi, y se pregunto si quiza tenia una familia molesta alojada en algun sitio. Paola se referia a menudo a los hombres que tenian una senora Rochester en el desvan: ?tenia una Morandi?

– Asi lo creo -admitio Morandi, con la llave todavia en la mano.

– ?Cuanto tiempo lleva aqui la signora Sartori? -pregunto Brunetti, haciendo un gesto con la mano que abarcaba cuanto los rodeaba, tan inocentemente como si en su despacho no estuvieran las copias de todos los pagos por los cuidados que se le daban, y que podian comprobarse de un vistazo.

– Ahora hace tres anos -respondio Morandi, el tiempo transcurrido desde que, como Brunetti sabia, fue ingresado el primero de los cheques de Turchetti.

– Es muy buen sitio. Tiene mucha suerte de estar aqui -dijo Brunetti. No quiso permitirse mencionar la experiencia de su madre, y se limito a comentar-: Me consta que en algunos otros establecimientos de la ciudad no ofrecen tan buena atencion como la de las hermanas de aqui. -Dado que Morandi se abstuvo de responder, Brunetti anadio-: He oido historias sobre las residencias publicas.

– Tuvimos mucha suerte -reconocio Morandi seriamente, sin morder el anzuelo o evitandolo; Brunetti no estaba seguro.

– He oido decir que es muy cara -observo Brunetti, utilizando el tono de un ciudadano que conversa con otro.

– Teniamos unos ahorrillos.

Brunetti se inclino hacia delante y tomo la llave que Morandi tenia en la mano. Levantando la llave, pregunto:

– ?Es aqui donde estan?

El anciano no contesto, y Brunetti se deslizo la llave en el bolsillo superior del pantalon. Morandi apoyo la mano derecha en el muslo, como para cubrir el lugar donde habia estado la llave. Luego coloco la izquierda en el otro muslo. Miro a Brunetti, con la cara mas palida que antes.

– ?Se lo dijo ella?

Brunetti no supo si se referia a la signora Sartori o a la signora Altavilla, asi que respondio:

– No importa quien me lo dijera, ?no es asi, signore? Lo que cuenta es que tengo la llave y se lo que hay alli.

– No pertenecen a nadie, ?sabe? -puntualizo el anciano-. Todos estan muertos, toda la gente que los queria.

– ?Como los consiguio usted?

– La vieja francesa los tenia en su casa. En una canasta de la ropa sucia. -Debio haber captado el destello de inquietud en el rostro de Brunetti, pues aclaro-: No, guardados en una caja de plastico, en el fondo. Estaban seguros.

– Entiendo. Pero ?como se hicieron ustedes con ellos?

Brunetti opto por utilizar el «ustedes».

Esta vez Morandi reacciono ante la palabra.

– Maria no tuvo nada que ver. No le hubiera gustado. En absoluto. No me hubiera permitido cogerlos.

– Oh, ya veo, ya veo.

Brunetti se pregunto cuantas veces mas tendria que decir lo mismo cuando, como ahora, lo que oia era muy improbable. ?Morandi los tuvo en su poder durante decadas sin saberlo ella?

– Cuccetti me los dio. La misma noche que firmamos el papel como testigos. -Brunetti se dio cuenta de que el hombre no se atrevia a llamarlo «testamento». Luego, Morandi anadio, en tono airado-: Hice que me los diera.

– ?Por que?

– Porque no me fiaba de el -dijo Morandi con gran energia.

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