signorina Elettra le habia dado, a la vez que pasaba una pagina de su cuaderno-… hace unos tres meses.

Si Turchetti hubiera sido un pez, Brunetti lo habria visto debatirse tratando de que el anzuelo le produjera el menor dano posible. No daba boqueadas, al menos como lo haria un pez: respiro largamente dos veces y, al final, dijo:

– Ahorremos tiempo, commissario, y digame que desea.

– Deseo saber que le vendio y en cuanto estaba valorado.

Con una sonrisa que hubiera sido coqueta de haberla dirigido a una mujer, el comerciante pregunto:

– ?No quiere saber cuanto le pague?

Brunetti noto la urgencia por despacharlo cuanto antes, pero Turchetti ignoraba que, dado que Morandi habia ingresado tan regularmente el dinero en su cuenta, Brunetti ya sabia cuanto le pago. Tal vez a un comerciante de arte le resultaba inconcebible que una persona que le vendia algo ingresara la cantidad obtenida en el banco.

– No, signore -respondio Brunetti, negando a Turchetti su titulo-; solo en cuanto estaban valoradas las piezas.

– ?Puedo hacer un calculo? -pregunto abiertamente Turchetti, como si estuviera fatigado de aquel juego.

Ya no se preocupo de hacer referencia a sus «archivos». Brunetti se habia criado oyendo a los curas hablar de indulgencias, de modo que sabia bien cuan flexible era la interpretacion del valor de algo.

– Con entera libertad -lo animo Brunetti.

– El Dillis estaba valorado en unos cuarenta mil; el Salathe, en un poco menos.

– ?Y los otros? -indago Brunetti, echando un vistazo a los nombres de los profesores de historia y de geometria de Chiara.

– Habia algunos grabados: de Tiepolo, que no valdrian mas de diez o doce. Creo que los grabados eran seis o siete.

– ?No le ofrecio un precio por el lote?

– No -nego Turchetti, incapaz de disimular su irritacion-. Insistio en traermelos de uno en uno. -Luego, incapaz esta vez de disimular su satisfaccion por un trabajo bien hecho, anadio-: Creia que obtendria mas por ese procedimiento.

Su tono dio a entender que mucho mas. Brunetti se nego a darle la satisfaccion de una respuesta, y pregunto:

– ?Que mas?

– ?Quiere saberlo todo? -pregunto a su vez Turchetti, con una sorpresa cuidadosamente orquestada y otra sonrisa coqueta.

Con estudiada lentitud, Brunetti inserto el boligrafo en el cuaderno y lo cerro. Miro a Turchetti y dijo:

– Quiza no me he expresado con bastante claridad, signore. -Sus labios dibujaron algo que no se proponia ser una sonrisa-. Tengo una lista, con cantidades y fechas, y deseo saber que dio el a cambio del dinero que recibio.

– Y yo doy por supuesto que usted dispone de autorizacion para solicitar esa informacion.

Todas las sonrisas cesaron.

– No solo puedo obtenerla si la pido, sino que cuento tambien con el interes de mi cunado.

Turchetti no pudo ocultar su sorpresa, ni tampoco disimular su incomodidad.

– ?Que significa eso?

– Que solo tengo que insinuarle que la procedencia de algunas de las piezas de esta galeria es dudosa, y estoy seguro de que llamara a todos sus amigos para preguntarles si han oido algo de eso. -Aguardo un momento y anadio-: Y supongo que ellos, a su vez, llamaran a sus amigos. Y asi sucesivamente. -Brunetti volvio a sonreir y reabrio su cuaderno. Se inclino sobre el y pregunto-: ?Que mas?

Turchetti, con una precision que Brunetti considero ejemplar, le proporciono una lista de dibujos y grabados, fechas aproximadas y valoraciones. Brunetti tomo nota, utilizando el espacio a la derecha de los nombres de los profesores de Chiara, y luego pasando a una pagina en blanco para completar la lista. Cuando Turchetti acabo, Brunetti no se molesto en preguntarle si lo habia mencionado todo.

Cerro el cuaderno, lo guardo en el bolsillo, junto con el boligrafo, y luego se puso en pie.

– ?Los ha vendido todos? -pregunto, aunque no era necesario, pues pertenecian a quien los tuviera, y aun en el caso de que la ley pudiera recuperarlos, ?a quien pertenecerian ahora?

– No. Quedan dos.

Brunetti advirtio que Turchetti se disponia a decir algo, se obligaba a detenerse, pero al cabo cedio al impulso:

– ?Por que? ?Tengo que darle uno a usted?

Brunetti se volvio y abandono la galeria.

26

Bien, bien, bien. Brunetti desanduvo el camino hacia el puente. El Dillis estaba valorado en cuarenta mil, y el pobre bobo de Morandi obtuvo cuatro mil. ?Y por que estaba el pensando en Morandi como un pobre o bobo? ?Porque el Salathe valia casi tanto y permitio que Turchetti le pagara tres mil?

Brunetti era consciente de que, con independencia de la rectitud de su propio sistema etico, seguia encontrando dificil explicar aquello, incluso ante si mismo. Habia leido a los autores griegos y romanos y sabia lo que pensaban de la justicia, de lo recto y lo equivocado, del bien comun y del bien personal, y habia leido tambien a los Padres de la Iglesia y sabia lo que dijeron. Conocia las reglas, pero se encontraba, en cada situacion concreta, enredado en lo especifico de lo que les ocurria a las personas, a favor o en contra de ellas, debido a lo que pensaban o sentian, y no necesariamente de acuerdo con las reglas previstas para juzgar las cosas.

En otro tiempo Morandi fue un maton, pero Brunetti vio la mirada protectora que dirigio a la solitaria mujer al otro lado de la habitacion, y por eso no pudo creer que Morandi se propusiera evitar que hablara con el, sino que trato de impedir que alguien perturbara la paz que pudiera quedarle a la anciana.

Espero el Numero Dos y observo a las personas cruzar el puente. Las embarcaciones pasaban en ambos sentidos, una de ellas cargada hasta la borda de los enseres, y acaso de las esperanzas, de una familia entera que se mudaba de casa. ?A Castello? ?O giraria a la izquierda y, de vuelta, se dirigiria a San Marco? Un perro negro peludo estaba subido en una mesa precariamente equilibrada sobre un monton de cajas de carton en la proa de la embarcacion, con el hocico apuntando adelante con tanta audacia como un mascaron. Cuanto les gustaban los barcos a los perros. ?Era por estar al aire libre y por la riqueza de olores que se sucedian? No podia recordar si los perros veian a larga distancia o solo muy de cerca, o quiza eso diferia segun la raza a la que pertenecieran. Bien, aquel no era de ninguna raza concreta: tenia tanto de bergamasco como de labrador, tanto de spaniel como de sabueso. Resultaba evidente que era feliz, y quiza eso era todo cuanto necesitaba ser un perro, y era todo cuanto necesitaba saber Brunetti acerca de un perro.

La llegada del vaporetto interrumpio sus reflexiones, pero no aparto a Morandi de su mente. «La gente no cambia.» ?Cuantas veces le habia oido a su madre decir eso? Ella nunca estudio psicologia. De hecho, nunca estudio mucho en general, pero eso no le impidio tener una mente logica, incluso sutil. Ante un ejemplo de conducta infrecuente, a menudo senalaba que aquello era una mera manifestacion del verdadero caracter de cada cual, y cuando recordaba a las personas acontecimientos del pasado, a menudo se demostraba que ella tenia razon.

Con frecuencia las personas nos sorprendian con el mal que causaban -reflexiono- cuando algun impulso oscuro cruzaba la raya y las llevaba a ellas y a otros a la perdicion. Y entonces, que facil era encontrar en el pasado los sintomas inadvertidos de su maldad. ?Como, pues, hallar los sintomas inadvertidos de la bondad?

Cuando llego a su despacho, probo de nuevo con la guia telefonica y encontro que en ella figuraba Morandi. No hubo contestacion hasta la octava llamada, cuando una voz de hombre informo de que no estaba en casa pero podia ser localizado en su telefonino. Brunetti copio el numero y marco inmediatamente.

– Si -respondio una voz de hombre.

– Signor Morandi?

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