sacando poco a poco, en un interrogatorio lento y laborioso? Brunetti recordo entonces la ultima vez que se confeso, a los doce anos. Mientras enumeraba al sacerdote sus miseros pecados de nino, iba notando un creciente interes en la voz del cura, que le pedia detalles de lo que habia hecho y de lo que habia sentido al hacerlo. Y un atavico instinto de la presencia de algo malsano y peligroso indujo a Brunetti a excusarse y abandonar el confesionario para no volver.

Y aqui estaba ahora, decadas despues, en una parodia de aquella escena, aunque esta vez quien hacia las insistentes preguntas era el. El recuerdo le llevo a considerar el concepto de pecado, que inducia a la gente a dividir las acciones en buenas o malas, justas o injustas, obligandola a vivir en un universo negro y blanco.

El no habia querido dar a sus hijos una lista de los pecados que habia que evitar automaticamente ni reglas incuestionables sino que habia tratado de explicarles que hay acciones que producen el bien y otras el mal, aunque mas de una vez habia lamentado no haber elegido la otra opcion que tiene una respuesta facil para cada pregunta.

– Ya la ha puesto a la venta. Quiere dar el dinero a la comunidad e irse a vivir con ellos.

– Si, eso lo entiendo -mintio Brunetti-. Pero ?cuando? ?Y que hara esa muchacha, Emanuela? ?Y la hija?

– Patrizia dice que pueden ir a vivir con ella. Tiene un apartamento, pero es pequeno, solo dos dormitorios, y para cuatro personas no es suficiente, por lo menos, a largo plazo.

– ?No puede ir a vivir a otro sitio? -pregunto Brunetti, pensando en el apartamento de la IRE, cuyo contrato estaba a nombre de la tal Emanuela.

– No sin crear graves problemas -dijo el sacerdote, sin mas explicacion.

Brunetti dedujo que los inquilinos del apartamento tendrian alguna especie de contrato por escrito o eran la clase de gente que te crea problemas si les pides que se vayan.

Brunetti esbozo su sonrisa mas amistosa para preguntar en tono alentador:

– Dices que el padre de Patrizia esta en el hospital del que eres capellan. -Cuando Antonin asintio, el comisario prosiguio-: ?No podrian vivir en casa de el? Al fin y al cabo, es el abuelo de la pequena -dijo Brunetti, como si el parentesco hiciera inevitable el ofrecimiento.

Antonin movio la cabeza negativamente, sin mas explicacion, con lo que obligo a Brunetti a preguntar:

– ?Por que no?

– El volvio a casarse cuando murio su mujer, la madre de Patrizia, y ella… nunca se ha llevado bien con la madrastra.

– Comprendo -murmuro Brunetti.

A su modo de ver, era un caso relativamente corriente: una familia estaba a punto de perder su casa y tenia que buscar donde vivir. Brunetti veia en esto el problema principal: una nina y su madre, amenazadas de quedarse sin techo, un apartamento que tenian que abandonar y un apartamento al que no podian volver. Lo mas urgente era encontrar vivienda para ellas, pero esto no parecia preocupar a Antonin o, si acaso, solo porque tenia relacion con la venta de la vivienda del chico.

– ?Donde esta el apartamento que heredo ese muchacho?

– En campo Santa Maria Mater Domini. Al bajar del puente lo tienes enfrente. Ultimo piso.

– ?Es grande?

– ?Por que quieres saberlo? -pregunto el sacerdote.

– ?Es grande?

– Unos doscientos cincuenta metros cuadrados.

Segun el estado de la finca, las condiciones del tejado, el numero de ventanas, las vistas y la fecha de la ultima restauracion, el apartamento podia valer una fortuna, como tambien podia ser un agujero necesitado de costosas obras. Y aun asi, valer una fortuna.

– No tengo ni idea de lo que pueda valer -dijo Antonin despues de una larga pausa.

Brunetti asintio, aparentemente convencido y comprensivo, aunque el descubrimiento de un veneciano que ignorase el valor de un inmueble era un fenomeno inaudito digno de aparecer en las paginas de Il Gazzettino.

– ?Tienes idea de cuanto dinero ha dado ya a ese hombre? -pregunto Brunetti.

– No -respondio el sacerdote al instante, y agrego-: Patrizia no ha querido decirmelo. Supongo que le hace sentirse violenta.

– Comprendo -dijo Brunetti. Y, tratando de imprimir en su voz un acento solemne, prosiguio-: Mal asunto. Mal asunto para todos ellos. -El sacerdote marco otros dos pliegues en la tela de la sotana-. ?Que quieres que haga yo, Antonin?

Sin levantar la mirada, el sacerdote respondio:

– Que veas que puedes averiguar de este hombre.

– ?El de Umbria?

– Si. Solo que no se si es de alli.

– ?De donde crees que es entonces?

– Del sur. Quiza de Calabria. O de Sicilia.

– Hmmm, hmmm -fue todo lo que Brunetti quiso aventurar.

El sacerdote lo miro, dejando caer la tela en el regazo.

– No es que yo reconozca los acentos ni los dialectos de alli, pero habla como los actores de las peliculas que son meridionali o hacen el papel de la gente de alli. -Busco una explicacion mas adecuada-. He estado tanto tiempo fuera del pais que quiza ya no pueda distinguirlos. Pero tiene ese acento, aunque solo a veces. Casi siempre, habla el italiano corriente. -Rio entre dientes y agrego, en tono de disculpa-: Probablemente, mejor que yo.

– ?Cuando has tenido ocasion de escucharle? -pregunto Brunetti, procurando formular la pregunta del modo mas inocente posible.

– Asisti a una de sus reuniones. Se celebraba en el apartamento de una mujer que se ha unido a ellos con toda su familia. Esta cerca de San Giacomo dell'Orio. Empezo a las siete. Iba entrando gente. Todos parecian conocerse. Y luego llego el lider, ese hombre, que los saludo a todos.

– ?Estaba el hijo de tu amiga?

– Si. Por supuesto.

– ?Fuiste con el?

– No -respondio Antonin, visiblemente sorprendido por la pregunta-. El entonces no me conocia. -Antonin se interrumpio un momento antes de anadir-: Yo no llevaba sotana.

– ?Cuanto hace de eso?

– Unos tres meses.

– ?No se hablo de dinero?

– No. Aquella noche, no.

– ?Y en otra ocasion?

– La vez siguiente -empezo Antonin, olvidando sin duda haber dicho que solo habia asistido a una reunion-. El, el tal hermano Leonardo, hablo de la necesidad de ayudar a los menos favorecidos miembros de la comunidad. Asi los llamo, «menos favorecidos», como si decir pobres fuera una ofensa. Los asistentes ya debian de ir preparados, porque algunos llevaban sobres y, cuando el dijo eso, los sacaron y se los pasaron.

– ?Como se comportaba el a todo esto? -pregunto Brunetti, ya movido por una autentica curiosidad que empezaba a despertarse en el.

– Parecio sorprendido, aunque no se por que tenia que estarlo.

– ?Ocurre lo mismo en todas las reuniones? -pregunto Brunetti.

Antonin levanto una mano.

– Solo fui a una mas, y ocurrio lo mismo.

– Ya entiendo -musito Brunetti, que entonces pregunto-: ?El hijo de tu amiga aun va a esas reuniones?

– Si. Patrizia no hace mas que lamentarse de ello.

Haciendo caso omiso del tono de acusacion, Brunetti pregunto:

– ?Puedes decirme algo mas de ese hermano Leonardo?

– Tiene un apodo, Mutti, y la casa madre, si asi se llama y suponiendo que exista, esta en Umbria.

– ?Sabes si tienen alguna conexion con la Iglesia?

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