– ?Te refieres a la Iglesia catolica?

– Si.

– No, ninguna. -Ante tan categorica respuesta, Brunetti no insistio. Dejo pasar unos momentos y pregunto-: Concretamente, ?que quieres que haga?

– Deseo saber quien es este hombre y si es realmente un monje, un fraile o lo que sea que dice ser.

Aunque lo disimulo, a Brunetti no dejo de sorprenderle que el sacerdote quisiera delegar esta investigacion en un tercero, porque ?acaso no seria mas facil para una persona, digamos, del gremio?

– ?Tienen nombre?

– Hijos de Jesucristo.

– ?En que sitio de San Giacomo se reunen exactamente?

– ?Conoces el restaurante que esta a la derecha de la iglesia?

– ?El que tiene mesas fuera?

– Si. Al lado del restaurante hay una calleja. Primera puerta a la izquierda. El nombre que esta al lado del timbre es Sambo.

Brunetti lo anoto en el reverso de un sobre. Se sentia en deuda con este hombre, que habia echado agua bendita sobre el feretro de su madre y la habia visitado en los ultimos dias de su vida.

– Vere que se puede hacer -dijo poniendose en pie.

El sacerdote lo imito y le tendio la mano.

Brunetti la estrecho, pero al recordar las unas de su visitante se alegro de que el saludo fuera rapido y somero. Acompano al sacerdote hasta la puerta y se quedo en lo alto de la escalera mientras el otro bajaba y desaparecia de su vista.

CAPITULO 5

Brunetti volvio a su despacho, pero, en lugar de sentarse a la mesa, se acerco a la ventana. Al cabo de unos instantes, el clerigo aparecio dos pisos mas abajo, al pie del puente que conducia a campo San Lorenzo. Era facil reconocerlo, incluso con este angulo tan agudo, por la sotana. Brunetti lo vio subir lentamente la escalera del puente, sosteniendose la sotana con las dos manos, y entonces el comisario se acordo de su abuela, que asi se recogia el largo delantal que solia llevar. Al llegar a lo alto del puente, el sacerdote dejo caer la tela, apoyo una mano en el pretil y se quedo quieto un momento.

En el puente se habria condensado la humedad que estaria empapandole el bajo de la sotana. Mientras lo veia bajar por el otro lado del puente y entrar en el campo, a Brunetti le vino a la memoria una observacion que habia hecho Paola, despues de un viaje en tren de Padua a Venecia, en el que se habian sentado frente a un mullah de larga tunica que durante todo el trayecto habia estado muy ocupado pasando las cuentas de su rosario. Sus ropas estaban mas blancas que la camisa de cualquier ejecutivo que Brunetti hubiera visto en su vida, y hasta la signorina Elettra habria envidiado la perfeccion de los pliegues de su sotana.

Cuando bajaban la escalera de la estacion, mientras el mullah se alejaba hacia la izquierda caminando con elegancia, Paola dijo:

– Si ese no tuviera a una mujer que le cuidara la ropa, probablemente tendria que ponerse a trabajar para ganarse la vida.

En respuesta a la observacion de Brunetti de que demostraba falta de sensibilidad multicultural, ella dijo que la mitad de los problemas y la mayor parte de la violencia del mundo se eliminarian si los hombres tuvieran que plancharse ellos la ropa.

– … frase que utilizo como sintesis de las tareas domesticas en general, que quede claro -agrego rapidamente.

?Y quien podria no estar de acuerdo con Paola?, pensaba Brunetti. El, al igual que la mayoria de los varones italianos, nunca habia tenido que ocuparse de los trabajos de la casa, gracias a la incesante actividad de su madre, telon de fondo de su infancia, que veias todos los dias, pero en el que nunca reparabas. Hasta que hizo el servicio militar, Brunetti no se enfrento a la realidad de que ni la cama se hace sola cada manana, ni el cuarto de bano se limpia solo. Despues tuvo la buena fortuna de casarse con una mujer dotada de lo que ella llamaba «sentido de la equidad» que reconocia que, con una docencia que no le ocupaba mas que unas cuantas horas a la semana, bien podia dedicar tiempo a la casa, aparte de pagar a una limpiadora para que hiciera lo que a ella menos le gustaba.

Brunetti se obligo a salir de su abstraccion y, cuando la figura del sacerdote desaparecio entre las casas del otro lado, volvio a su mesa. Miro el papel que estaba encima del monton, pero su mirada no tardo en vagar como las nubes que se veian sobre la iglesia de San Lorenzo. ?Quien sabria algo de este grupo y de Leonardo Mutti, su lider? Repaso mentalmente el personal de la questura, en busca de alguien que tuviera convicciones religiosas, pero le repugnaba inducir a alguien a hacer algo que, en realidad, seria una traicion. Trato de recordar a algun conocido al que pudiera considerarse creyente o que tuviera algo que ver con la Iglesia, pero no se le ocurria nadie. ?Podia esto interpretarse como resultado de su propia falta de fe, o como senal de su intolerancia hacia los creyentes?

Marco el numero de su casa.

– Pronto -contesto Paola a la cuarta senal.

– ?Conocemos a alguien que sea religioso?

– ?Que forme parte de la empresa o simple creyente?

– Da lo mismo.

– Conozco a varios de la empresa, pero dudo de que quieran hablar con alguien como tu -dijo ella, siempre indiferente a su susceptibilidad-. Si te vale un simple creyente, prueba con mi madre.

Los padres de Paola estaban en Hong Kong cuando murio la madre de Brunetti; el y Paola, de comun acuerdo, decidieron no informarles, para no hacerles interrumpir lo que pasaba por ser un viaje de vacaciones. No obstante, los Falier se enteraron del fallecimiento de la signora Brunetti pero no pudieron llegar hasta el dia siguiente al entierro; Brunetti los habia visto y agradecio la sinceridad del pesame y el afecto con que le fue expresado.

– Claro -dijo Brunetti-. Se me habia olvidado.

– Me parece que tambien a ella se le olvida, a veces -dijo Paola, y colgo el telefono.

Brunetti marco de memoria el numero de casa de los condes Falier y hablo con uno de los secretarios. Al cabo de unos minutos, oyo la voz de la condesa:

– Me alegra oirte, Guido. ?En que puedo ayudarte?

?Acaso todos los de la familia estaban convencidos de que el no podia llamarles mas que para asuntos de la policia? Sintio la tentacion de mentirle diciendo que llamaba solo para saludarla e interesarse por como estaban superando el jet lag, pero temio que ella no se dejara enganar, y contesto:

– Me gustaria hablar contigo.

Tras anos de vacilacion, Brunetti se habia decidido por fin a tutear a sus suegros, pero aun no se acostumbraba. Le resultaba menos dificil con la contessa, lo que reflejaba la mayor soltura de su trato con ella en general.

– ?Hablar de que, Guido? -pregunto ella con interes.

– De religion -respondio Brunetti, esperando sorprenderla.

La respuesta tardo en llegar, pero fue dada con absoluta naturalidad.

– Vaya. Si que es curioso, viniendo de ti. -Y, despues, silencio.

– Es algo relacionado con una investigacion -se apresuro a aclarar el, aunque no era estrictamente verdad.

– ?Eso no tienes que jurarmelo, Guido! -rio ella. Su voz se apago un momento, como si hubiera tapado el microfono con la mano-. Ahora tengo una visita, pero estare disponible dentro de una hora, si te parece bien.

– Por supuesto -dijo el, alegrandose de la oportunidad de salir del despacho-. Ahi estare.

– Perfecto -dijo ella con lo que parecia sincero agrado, y colgo.

El habria podido quedarse a mirar papeles, abrir carpetas, poner la contrasena, en suma, despachar los

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