documentos que fluian de un lado de la mesa al otro en una corriente que fluctuaba con las mareas del crimen. Pero no se quedo sino que salio del despacho y se encamino hacia Riva degli Schiavoni, donde emergio a una apoteosis de gloria.

Pasaba un ferry, y Brunetti contemplo los camiones que transportaba, sin que le extranase ni lo mas minimo que camiones cargados de verduras congeladas, agua mineral y hasta queso y leche, tuvieran que hacer su ruta de reparto a bordo de un ferry.

Un rebano de turistas que bajaba por la escalinata de la iglesia lo rodeo un momento, hasta que la corriente de la cultura los arrastro hacia el Museo Naval y el Arsenal. Brunetti, que se habia parado en medio de la avalancha, siguio su estela unos metros y luego enderezo sus pasos hacia la Basilica.

A su izquierda vio un montante metalico utilizado por las embarcaciones de los ricos que podian pagar la tarifa de amarre, que tapaba las vistas a San Giorgio a los habitantes de los bajos de las casas de su derecha. Como no habia barcos amarrados, Brunetti se sento en el montante a contemplar la iglesia, el angel y las cupulas que se perfilaban al otro lado del canal de la Giudecca. Echo el cuerpo hacia atras, doblando los dedos en torno al canto metalico, gratamente caliente al tacto, observo como la punta de la Salute dividia los dos canales y se quedo mirando los barcos que entraban y salian.

Su pantalon gris oscuro absorbia los ayos del sol y sintio calor en los muslos. Bruscamente, se puso en pie y se sacudio el calor con la mano antes de seguir hacia la Piazza.

Entro en el Florian y pidio un cafe en la barra del fondo, saludando con un movimiento de la cabeza a uno de los camareros al que conocia no sabia de que. Eran mas de las once, por lo que habria podido tomar un'ombra, pero le parecio mas correcto presentarse en el palazzo oliendo a cafe que a vino. Pago y, en el umbral, se detuvo un momento, preparandose para zambullirse en el mar de turistas. Penso en la corriente del Golfo y en las frecuentes advertencias de su hija de que podia estar deteniendose. Aparte del culto que Paola rendia a Henry James, erigido en dios tutelar, el interes de Chiara por la ecologia era lo mas parecido a una religion que se daba en la familia.

A veces, Brunetti se sentia alarmado por la ecuanimidad del mundo ante las crecientes pruebas del calentamiento global y sus posibles consecuencias. Despues de todo, Paola y el habian conocido una buena epoca, pero si era cierto aunque solo fuera una parte de lo que leia Chiara, ?que futuro aguardaba a sus hijos? ?Que futuro les aguardaba a todos? ?Y por que eran tan pocos los que se preocupaban por las malas noticias que se acumulaban dia tras dia? Pero entonces volvio la cara hacia la derecha, y la fachada de la Basilica, disipo estos pensamientos.

En Vallaresso tomo el Uno hasta Ca'Rezzonico y bajo andando hasta campo San Barnaba. En el paseo habia consumido la hora. Pulso el timbre situado al lado del portone y no tardo en oir pasos que se acercaban por el patio. La enorme puerta se abrio y el cruzo el umbral, sabiendo que alli encontraria a Luciana, que ya estaba en casa de los Falier antes de que el los conociera. ?Podia haberse encogido tanto esta mujer desde la ultima vez, cuanto haria, un ano, que la habia visto? Le parecio que hoy tenia que agacharse un poco mas para darle un beso en cada mejilla.

El le sostenia la mano mientras ella le hacia las preguntas de ritual acerca de los ninos, a las que el daba las mismas respuestas que habia dado desde que nacieron: comian bien, estudiaban, estaban contentos, crecian. Brunetti se preguntaba que sabria Luciana del calentamiento global y en que medida le importaria.

– La contessa lo espera -dijo Luciana, haciendo que sus palabras sonaran como si la contessa estuviera esperando la Navidad. Pero enseguida volvio a las cosas realmente importantes-: ?Seguro que los dos comen lo suficiente?

– Luciana, si comieran mas de lo que comen, tendria que pedir una hipoteca sobre el apartamento y Paola tendria que dar clases particulares -dijo Brunetti, empezando una exagerada lista de lo que los chicos podian comer en un dia. Ella se reia, tapandose la boca con una mano para amortiguar la carcajada.

Sin dejar de reir, la mujer lo guio por el patio y la escalera del palazzo, mientras Brunetti prolongaba la lista hasta que llegaron al corredor que conducia al estudio de la contessa. Alli la mujer se paro diciendo:

– Tengo que volver a ocuparme del almuerzo. Pero he querido verlo para asegurarme de que estan bien. -Le dio una palmada en el brazo y se alejo hacia la cocina, situada en la parte de atras del palazzo.

A Brunetti siempre le llevaba mucho tiempo recorrer este pasillo, a causa de los grabados de los Desastres de la Guerra de Goya. Aqui, el hombre, recien fusilado, todavia atado al poste; los ninos, con cara de horror; los curas, como buitres preparados para alzar el vuelo, con sus cuellos largos y desguarnecidos. ?Como cosas tan horribles podian ser tan bellas?

Llamo a la puerta y oyo pasos que se acercaban. Nuevamente, Brunetti tuvo la sensacion de que se hallaba frente a una mujer que se habia encogido de la noche a la manana.

Se besaron. Brunetti no debia de haber disimulado la sorpresa, porque ella dijo:

– Es que llevo zapatos planos, Guido. No hay que preocuparse porque me haya convertido en una anciana menudita. Es decir, mas menudita.

El le miro los pies y vio que la contessa calzaba lo que a simple vista parecian unas bambas, pero de las que se venden en Via XXII Marzo, con franjas plateadas iridiscentes a los lados. Encima de las bambas llevaba lo que parecia un pantalon vaquero de seda negra, y un jersey rojo.

Sin darle tiempo a preguntar, ella explico:

– Hice un estiramiento en mi clase de yoga que, por lo visto, no estaba dentro de mis posibilidades y, al parecer, se me ha inflamado un tendon. Asi que, durante una semana, calzado infantil y nada de yoga. -Sonrio con aire de complicidad y anadio-: Te confesare que casi me alegro de poder descansar de tanta concentracion y energia positiva. A veces es tan fatigoso que no veo el momento de llegar a casa y sentarme a tomar una taza de te. Sin duda, el yoga es muy bueno para el espiritu, pero seria mucho mas comodo quedarme sentadita leyendo a santa Teresa de Avila, ?no te parece?

– Nada serio, ?verdad? -pregunto Brunetti senalando al pie con un movimiento de la barbilla, eludiendo por el momento hablar del espiritu de su madre politica.

– No, ni mucho menos, pero gracias por el interes, Guido -dijo ella, conduciendolo al tresillo situado de cara al Gran Canal. No cojeaba, solo andaba mas despacio de lo habitual en ella. Vista de espaldas, a pesar de su cabello plateado, tenia la silueta e irradiaba la energia de una mujer mucho mas joven. Que Brunetti supiera, la contessa nunca se habia hecho cirugia estetica o, si acaso, habria sido la mejor que existe, porque las pequenas arrugas que le rodeaban los ojos imprimian caracter, no anos, en su cara.

– ?Quieres tomar algo? ?Cafe? -pregunto ella antes de que se sentaran.

– No, muchas gracias. Nada.

Ella no insistio. Dio una palmada en el sofa, donde a el le gustaba sentarse, para disfrutar de las vistas, y ella ocupo una de las butacas de altos brazos, entre los que su cuerpo casi desaparecio.

– ?Querias hablar de religion?

– Si -respondio Brunetti-. En cierto modo.

– ?Que modo?

– Esta manana he hablado con una persona a la que preocupa un joven que se encuentra bajo el influjo…, son sus palabras, no las mias, de una especie de predicador, Leonardo Mutti, de Umbria, segun dicen.

Apoyando los codos en los brazos del sillon, la contessa dejo descansar la barbilla entre sus dedos entrelazados.

– Segun la persona que ha hablado conmigo, este predicador es un farsante al que solo interesa sacar dinero a la gente, incluido el joven. El posee un apartamento y tengo entendido que quiere venderlo, para dar el dinero al predicador. -En vista de que la contessa no decia nada, prosiguio-: Dada tu religiosidad y tu… -Se interrumpio, buscando la palabra-… fe, he pensado que quiza hayas oido hablar de ese hombre.

– ?Leonardo Mutti? -pregunto ella.

– Si.

– ?Puedo preguntar cual es tu relacion con todo eso? -dijo ella cortesmente.

– Conozco al hombre que me lo ha explicado. Era amigo de Sergio cuando ibamos a la escuela. No conozco al chico ni conozco a Mutti.

Ella asintio y volvio la cara, como si reflexionara sobre lo que acababa de oir. Luego miro a Brunetti y

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