Furher-dijo riendo como un maniaco-. Me gusta. Deja que haga los honores-anadio, acercandose a Sarah.
Aimee se movio en su direccion, pero Hartmuth ya le apuntaba con la pistola
– ?Dejala en paz!-grito Hartmuth
Thierry se tambaleo
Demasiado tarde. Hartmuth disparo, pero no antes de que Sarah se tirara delante de Thierry. El disparo retumbo y casi dejo sorda a Aimee mientras el cuerpo de Sarah se desplomaba contra el muro de tierra. De su pecho chorreaba sangre cuando cayo al suelo, con un golpe sordo, agarrandose el corazon.
Aimee sujeto los brazos de Hartmuth mientras Rene le quitaba rapidamente la pistola. En el interior de la cueva se escucho un estruendo al desprenderse huesos y piedras de las paredes. Los postes de madera sobre sus cabezas temblaban. Sobre el rostro de Aimee caia tierra.
Ella echo a correr hacia Sarah, que se quejaba. Queria taparse los oidos y alejar de si la agonia de esta mujer. En lugar de eso, se arrodillo e intento detener la sangre que manaba hasta formar un cahrco en la tierra
Hartmuth cayo de rodillas
– ?Que he hecho?
– Mama-dijo Thierry-. Me has salvado.-Se arrodillo y le acaricio la humeda frente
Sarah respiraba entrecortadamente mientras Aimee le elevaba la cabeza
– Mi nino-canturreo Sarah acercandolo contra si-. Mi nino.
Aimee presiono directamente sobre el disparo en el pecho de Sarah
– Aguante, Sarah.
– La ambulancia esta de camnio-dijo Rene guardandose el telefono en el bolsillo-. No creo que llegue a tiempo.-Miro nervioso hacia arriba
– Sarah lo conseguira-dijo Aimee-. Un poco mas.
Sarah asintio
– Thierry, tu nombre judio es Jacob, el sanador de hombres-dijo sonriendo debilmente-. Como tu abuelo.
Hartmuth permanecia sobre un monton de huesos cerca del bloque donde se apilaban, extranamente inmovil. Aimee se percato de que estaba en estado de shock. Tenia la mirada perdida en algun lugar de las catacumbas.
– ?Thierry!-gimio Sarah agarrandolo con fuerza al tiempo que se le nublaba la vista-. ?Hijo mio!
– Trae a tu padre, Thierry-dijo Aimee, senalando a Hartmuth con un gesto-. Reunelos.- No puedo anadir “antes de que sea demasiado tarde”.
Hartmuth se arrodillo sumiso junto a Thierry, Aimee poso con cuidado la mano de Sarah sobre su regazo. Sin palabras, el acariciaba su cara mientras Thierry le sostenia los hombros y desviaba la mirada
– Necesito que me ayudes, Rene.-Aimee susurro unas instrucciones al tiempo que lo apartaba hacia un costado
Mientra subia la escalera, vio a una debil y sonriente Sarah sostenida por Hartmuth y Thierry e iluinada por el haz de la luz de una linterna.
El personal medico no pudo conseguir que Sarah soltara a Thierry hasta que llego Morbier. El hizo un gesto con la cabeza a los enfermero, que la trasladaron a la camilla que habian desplegado.
En los ojos de Sarah brillaba el panico
– ?Les he dado toda la comida!-gritaba mientras forcejeaba para deshacerse de Hartmuth-. Tenemos hambre. S?il vous plait, ?mi nino tiene hambre!
– ?Habeis tomado alguna declaracion? -Morbier giro la cabeza para dirigirse al joven sargento uniformado que se encontraba en la escena.
El sargento hizo un movimiento negativo con la cabeza.
Morbier se inclino sobre la palma extendida de Hartmuth y la olio
– ?No nota el residuo de la recamara? -Senalo el guante-. ?Cual es su teoria, sargento?
El del uniforme volvio a negar con la cabeza y carraspeo intranquilo
– Fuerte olor a polvora en la mano derecha.- Morbier inclino la cabeza mirando al sargento, el cual tomaba notas en una libreta que habia sacado del bolsilo apesuradamente
– Senor, yo… -comenzo a hablar
– Recoja las pruebas -grito Morbier
– Vamos- dijo Morbier tomando el brazo de Thierry con delicadeza-. Puede usted conducir hasta el hospital.
Sintiendose vacio y exhausto, Thierry trepo al exterior de las catacumbas.
– ?Por que no la crei?
Morbier sonrio mientras esposaba las munecas de Hartmuth a su espalda. El murmuraba en voz apenas audible
– Es por su propia proteccion, monsieur.- Hartmuth permanecia mudo, con la mirada fija en un lugar perdido
– ?Quiere decir que por que no creyo a Aimee?- Morbier miraba a Rene.
Rene asintio
– Llevadlo a la comisaria -ordeno Morbier
El sargento saludo mientras empujaba a Hartmuth escalera arriba
– ?Por que no me cuentas el plan de Aimee?
Rene sonrio con tristeza
– Pensaba que nunca iba usted a preguntarlo
– ?Donde esta?
– De fiesta -dijo Rene
Sorprendido, Morbier dejo caer el cigarrillo
– Estamos invitados -anadio Rene
Aimee sabia que si a una persona la habian dado por muerta y no lo estaba, esa persona necesitaba una identidad. Durando la guerra y despues de ella, miles de refugiados habian perdido su documentacion, ya que se bombardearon los edificios del registro, sus paises fueron engullidos o los cambiaron de nombre. Las personas no tenian nacionalidad. Se creo un documento, llamado pasaporte Nansen, para legitimar su existencia. Si encontraba esa prueba, lo tendria.
Se dirigio al elegante museo Carnavalet, situado a la vuelta de la esquina de las catacumbas en el antiguo hotel particulier de madame de Sevigne. El patio del museo se encontraba abierto. En el interior del desierto cuarto de bano con techo de marmol, encendio el ordenador portatil y se dio cuenta de que se habia agotado la bateria. Encontro un enchufe, lo conecto a la red y suspiro con alivio al ver que podia conectarse.
Entro en los archivos del Palais de Nationalite y lo encontro. A Lauren Zazaux le habian concedido un pasaporte Nansen en 1945. Pero su triunfo le resultaba inutil. Tenia que detenerlo. Descargo rapidamente los informes de solicitud y de aprobacion.
Pulso el boton de rellamada en el telefono movil de Herve Vitold.
– En el despacho de l?Academie d?Arquitecture, a medianoche. Venga usted solo, Cazaux-dijo Aimee-. Si quiere que hagamos un trato.
Los focos cruzaban el cielo en rafagas color plata. La luz de una luna fina como una astilla caia sobre el Sena, apenas habia una pequena ondulacion sobre la superficie. Aimee se froto los brazos en medio del frio helador. Ante ella, las ventanas de l?Academie d?Arquitecture de las place des Vosgues relucian con la luz de cientos de velas encendiddas a mano. Una fila de oscuras limusinas depositaban a los invitados en la entrada del antiguo hotel des Chaulnes del sigulo XVII. La gala conmemorativa era en honor de madame de Pompadour, la verdadera arbitro de la elegancia de la corte francesa, que seguia ejerciendo una influencia sobre lo que, hoy en dia, se consideraba elegante.
Al igual que el resto de Paris, ella sabia que se esperaba que el ministro Cazaux comenzara la celebracion asistiendo al desfile de moda, Su burdo plan, formulado en los servicios del museo Carnavalet, se enfrentaba a