Los Hombres Lobo exigian que se les pagara, lo cual se traducia en un compromiso para toda la vida. Ilse estaba aqui para garantizarlo.
Se sentia atrapado, se asfixiaba. Rapidamente saco el traje de doble botonadura que habia llevado el dia anterior, aliso las arrugas y entro en la suite adjunta. Ilse levanto sorprendida la mirada de su ordenador portatil.
– Volvere para la reunion-dijo el y se escapo antes de que ella pudiera responder.
Tenia que salir. Librarse de los recuerdos. Comenzo a notar un sudor frio mientras casi volaba por el pasillo.
Doblo la esquina y se dio de bruces con una robusta figura vestida con traje negro, justo delante de el.
– Ca va, monsieur Griffe? Es estupendo tenerlo aqui-dijo Henri Quimper, sonriente y de mejillas sonrosadas.
Demasiado tarde para escapar. Henri Quimper, el homonimo belga de Hartmuth, lo abrazo y lo beso en las mejillas. Le dio un pequeno codazo de forma conspirativa-. Los franceses piensan que pueden pegarnosla,?eh?
Hartmuth, con la frente perlada de sudor, asintio intranquilo. No tenia ni idea de a que se referia Quimper.
Un grupo de delegados avanzaban hacia ellos por el pasillo precedidos por prodigiosas nubes de humo de puro.
Cazaux, el ministro de comercio frances y probablemente futuro primer ministro, avanzaba entre ellos a grandes zancadas. Sonrio al ver a Hartmuth y a Quimper juntos.
–
A Hartmuth se le habia olvidado como movian los franceses los brazos en el aire para enfatizar sus palabras. Los musculos del nervudo cuello de Cazaux se retorcian cuando hablaba.
Hartmuth asintio. Sabia que las elecciones tendrian lugar la proxima semana, y el partido de Cazaux se encontraba involucrado de manera importante en el asunto del comercio. La tarea de Hartmuth consistiria en impulsar a Cazaux firmando el tratado comercial. Eso era lo que los Hombres Lobo habian ordenado.
Cazaux y Hartmuth se dirigieron a uns estancia que daba a un patio de caliza.
– Estoy preocupado-dijo Cazaux-. Esos informes, esas cuotas excluyentes…Francamente, me preocupa lo que pueda ocurrir.
– Ministro Cazaux: no estoy seguro de lo que quiere decir-replico Hartmuth con cautela.
– Usted y yo sabemos que algunos apartados de este tratado llevan las cosas demasiado lejos-dijo Cazaux-.Le dire lo que yo pienso. Las cuotas limitan con el fascismo.
Mentalmente, Hartmuth se mostro de acuerdo. Sin embargo, despues de haber participado en circulos diplomaticos durante tantos anos, sabia lo suficiente como para guardarse para si mismo lo que de verdad pensaba.
– Despues de una revision concienzuda, lo entendere mejor-digo.
– Tengo la impresion de que nuestras opiniones sobre este asunto son muy similares-dijo Cazaux bajando la voz-.Lo cual es un dilema. Porque mi gobierno prefiere mantener el status quo, reducir el desempleo y pacificar a
– Entiendo-dijo Hartmuth, deseoso de librarse de la presion anadida que le suponia Cazaux. No hacia falta decir mas.
Los dos hombres se reunieron con Quimper y con el resto de los delegados en el vestibulo. Intercambiaron mas besos y saludos joviales. Hartmuth se excuso tan pronto como le resulto diplomaticamente posible y se escapo escaleras abajo. Se detuvo un piso mas abajo en el descansillo de marmol y se apoyo contra un antiguo tapiz, una escena en el bosque con una ninfa desnuda que se metia un punado de uvas en la boca mientras el jugo le resbalaba por la barbilla.
Mientras permanecia ahi de pie, solo entre los dos pisos, se le aparecio en una vision el rostro de Sarah, y sus increibles ojos azules reian. ?Que no daria por cambiar el pasado!
Pero era solo un viejo solitario lleno de arrepentimientos que habia tratado de dejar atras, a la vez que la guerra. Penso que resultaba patetico, y espero a que el dolor del corazon remitiera hasta convertirse en un latido sordo.
Jueves por la tarde
El fetido olor a potaje de col flotaba en el pasillo del numero 64 de la rue des Rosiers. Abraham Stein abrio la puerta cuando llamo Aimee, su descolorido kipa color granate se escondia entre los rizos negros, entrelazados con grises cabellos y una bufanda color purpura se extendia sobre sus delgados hombros. Ella queria darse la media vuelta, avergonzada de ser una intrusa en su dolor.
– ?Que es lo que quiere?-dijo el.
Aimee se retorcio el pelo, que estaba todavia humedo despues de nadar, y se lo puso detras de la oreja.
– Monsieur Stein, necesito hablar con usted sobre su madre-dijo.
– No es el momento-dijo, girandose para cerrar la puerta.
– Lo siento. Por favor, perdone, pero para un asesinato nunca es el momento adecuado- dijo ella, apretujandose para pasar tras el. Temerosa de que le cerrara la puerta en la cara.
– Estamos celebrando el shiva.
Su mirada vacia y su pie dentro de la puerta le obligaron a explicarlo.
– Un ritual de duelo. El shiva ayuda a canalizar nuestro sufrimiento mientras rezamos por el muerto.
– Por favor, perdoneme, solo nos llevara unos minutos-dijo ella-. Prometo que luego me ire.
Se coloco la bufanda sobre la cabeza y la condujo dentro de la sala de estar forrada de madera oscura. Sobre el aparador de pino, al que habian sacado brillo, descansaba un libro de oraciones abierto. El espejo del comedor estaba envuelto en una tela negra. Candelas encendidas borboteaban en pozos de cera y emitian una debil luz. Mujeres cubiertas de negro, que gemian, se balanceaban adelante y atras sobre sillas como palillos y cajas de color naranja.
Ella mantuvo la vista baja. No queria respirar el viejo y triste olor de esa gente.
Un rabino joven, que vestia una chaqueta que le quedaba mal y le colgaba por todos los sitios, la saludo cuando pasaron junto a el en una mezcla de hebreo y frances. Queria huir de este apartamento, tan oscuro y tan cargado por la pena.
Se podia oir rap frances proveniente de una habitacion trasera, en la cual enfurrunados adolescentes se congregaban junto a una puerta abierta.
La cinta que delimitaba la escena del crimen habia desaparecido, pero permanecian el ruido insistente del goteo del grifo en el sombrio cuarto de bano y el aura de la muerte. Siempre veria el rayado zapato negro con el tacon gastado y el rostro ausente tatuado con la esvastica. Una extrana esvastica ladeada, con los bordes redondeados.
Los tecnicos criminalistas habian dejado ordenados los montones con los articulos personales de Lili Stein sobre el secreter. Habian desaparecido el pez angel de hinchada cabeza y su pecera. Una bolsa de calceta llena de gruesas agujas y de lana multicolor sobresalia por encima de la colcha de ganchillo tejida a mano. Ejemplares del
– ?Son suyos?- Cogio una seccion que estaba doblada. El periodico se arrugo y se cayo un suplemento en color.
–
Ya no estaban los tablones de la ventana que daba al patio adoquinado. Lazos de la cinta amarilla que delimitaba la escena del crimen cruzaba el gris tragaluz.
– ?Por que cubrio su madre la ventana con tablones?
El se encogio de hombros.