Cojalo.

– Gracias, monsieur Stein -dijo ella. Cogio unos cuantos periodicos hebreos del monton del rincon y envolvio el abrigo con ellos.

Escucho la sonora voz de Sinta en el pasillo, elevada a proeposito para que ella pudiera oirla.

– No parece detective… ?Por que te has puesto del lado de esa shiksa, Abraham?

Con las palabras de Sinta en sus oidos, Aimee volvio sobre sus pasos escaleras abajo. En el patio, los contenedores de basura bloqueaban el tragaluz. Los aparto a un lado haciendo lo posible por ignorar el olor a podrido. Dentro del espacio circular brillaba un debil haz de luz. La ventana condenada de Lili daba exactamente al lugar en el que ella se encontraba.

Mentalmente aparto el comentario de Raquel sonre las huellas de sangre para poder comprobarlo mas tarde. Era hora de hacer una visita a Les Blancs Nationaux.

Jueves por la noche

– Cierre total- dijo el ministro Cazaux por lo bajo-. La Confederation Francaise du Travail (CFDT), los sindicatos de izquierdas, prometen bloqueos en las fronteras si se aprueba el tratado comercial.-Se encogio de hombros-. Por otro lado, los de la derecha son los que lideran el voto popular.

Hartmuth habia aprendido tecnicas para controlar su tartamudeo: una de ellas era apretar los punos. Era la que estaba utilizando ahora.

– Aqui un cierre es una tradicion socialista-dijo Hartmuth con las manos en los bolsillos. Sabia quien ostentaba el poder real. El Parlamento pertenecia a la derecha, no a la DFDT-. Es solo una afirmacion, y luego todo habra acabado.

– Eso es cierto-asintio Cazaux-. Pero al principio habra mucho descontento.

Se encontraban de pie bajo las lamparas de cristal en la parcialmente redecorada salle des Fetes del siglo XVIII en el palacio del Eliseo. En la cola del besamanos, Hartmuth se habia dado cuenta, nervioso, de la manera en la que Cazaux lo examinaba con la intensidad del laser. No era capaz de escuchar los cambios de marcha en el cerebro de Cazaux en medio del tintineo de los cubiertos y el zumbido de las conversaciones. Como un astuto diplomatico. Como el mismo Hartmuth.

Los altos ventanales daban al descuidado jardin trasero del Eliseo. En el salon des Ambassadeurs, cerrado por obras, el techo ornamentado se combaba de manera alarmante. Le habia sorprendido ver el palacio, un simbolo nacional, en semejante estado, necesitado de reparaciones. En Alemania eso no se permitiria. Nunca habia entendido a los franceses, y dudaba que ahora pudiera entenderlos mejor.

Al otro lado vio a Ilse, vestida de poliester color beis, charlando amigablemente con la mujer de Quimper, vestida con un Versace a medida.

El vino, tinto y blanco, fluyo en abundancia. El picoteo su comida y no probo casi nada. Simulaba que la sala de banquetes decorada se encontraba en Hamburgo, y no en Paris. Queria creer que se encontraba en el Marais hacia que fuera mas dificil aparcar los recuerdos. El domingo tambien fingiria, en la apertura de la cumbre, el gesto simbolico que le habian ordenado desde Bonn para crear armonia. Unter den Linden.

Se sirvieron quesos y frutas sobre una escultura de hielo con la forma de la Marianne, el simbolo de la Republica francesa, mientras la orquesta tocaba la marsellesa. Cazaux, con las mejillas encendidas, se situo a su lado. El maquillaje de television no podia disimular por completo su piel irregular. Le ofrecio a Hartmuth una copa de champan.

– Tengo que hacerles un poco la pelota para pacificar a los conservadores. Es la unica forma dijo Cazaux.

Hartmuth vacilo.

– En esencia, lo que estas provisiones validan son los campos de concentracion para inmigrantes. Necesitamos volver a disenar y pensar…

– Se produciran mas revueltas si no se aprueba este tratado. Pero esto es solo el comienzo… El sonoro zumbido de las voces capto la atencion de Cazaux y se detuvo. Se volvio hacia la multitud y sonrio-. Brindemos por una armoniosa relacion de trabajo.

Hartmuth elevo la copa, que relucia a la luz de la lampara de cristales colgantes. El fotografo los capto cuando levantaban sus copas en forma de tulipan, el uno al otro, para brindar.

Hartmuth estaba a punto de asaltar al fotografo cuando el flash se disparo de nuevo. Aparecio la mujer de Quimper, ligeramente bebida y riendose, y abrazo a ambos. Despues de eso, todo fue confusion de felicitaciones y palmadas en la espalda.

Como consejero comercial, consolidaba las politicas, ostentaba poder, pero permanecia en la sombra, alejado del ojo publico. Nunca habia permitido que su rostro apareciera en los periodicos. Nunca.

?Quedaria alguien vivo que pudiera recordarlo? ?No se habian ocupado de ellos los convoyes que se dirigian a Auschwitz? Por supuesto, la cirugia realizada sobre su rostro quemado en Stalingrado, habia cambiado su apariencia. A pesar de ello, estuvo preocupado durante el resto de la velada.

Esa noche, mas tarde, se desperto y se dirigio a la ventana. No podia dormir. Todo lo relacionado con Sarah, muerto y enterrado durante tantos anos, afloraba a la superficie.

Mientras miraba la place des Vosges, brumosos globos de luz brillaban a traves de las ramas de los arboles, iluminando la verja de metal y las fuentes que escupian chorros de agua. Cada impulso le decia que hiciera lo que en realidad queria hacer. El lugar en el que se encontraban estaba muy cerca. Cuando cerraba los ojos lo veia de nuevo. Escondido bajo unas ramas, igual que en 1942 cuando ella se lo habia mostrado. Cuando Sarah vivia, se habia deslizado alli dentro y le habia dicho, con sus almendrados ojos, que fuera…

Solo hubo un tiempo para un breve adios antes de que embarcara a su tropa rumbo a Stalingrado en 1943. Atrapado en un campo para prisioneros de guerra en Siberia durante dos anos, la nieve lo habia dejado ciego y desesperado por la congelacion. Hasta que los Hombres Lobo lo ayudaron a escapar, dandole una nueva identidad y un nuevo rostro.

Lo habian utilizado para sabotear e infiltrarse entre los aliados. Con su ayuda, habia prosperado en la nueva Alemania. Lentamente habian ascendido a posiciones mas poderosas e influyentes en el Gobierno de Bonn. Bonn estaba repleto de otros como el. A Hartmuth nunca le habia importado demasiado. Estaba vivo, pero habia perdido lo que de verdad queria: a Sarah.

Si los detectives franceses a los que habia contratado a traves de canales diplomaticos no habian podido encontrarla en los anos cincuenta, ?Como podia encontrarse aqui ahora? Probablemente la habrian fusilado por colaboradora, eso fue lo que dijeron., o le habrian afeitado la cabeza y la habrian enviado a un campo de concentracion en Polonia, donde habria muerto.

Saco un muelle oculto dentro de su maletin. Con mucho cuidado, extrajo un grueso sobre. Con las esquinas dobladas, y amarillento, por el tiempo, era todo lo que le quedaba de Sarah, ademas de un dolor que no desaparecia. Vacio el contenido sobre el escritorio del hotel y comenzo a ordenar sus recuerdos metodicamente.

Despues de siete meses de tenaz trabajo, la agencia de detectives parisina solo habia encontrado estos documentos con olor rancio. Pero el siempre llevaba la foto rasgada, una descolorida instantanea sepia, con la mitad de su rostro, arrancada del album familiar, cuando el superior estaba distraido. El informe de los detectives constataba que los prisioneros no duraban mucho en los campos de trabajo polacos.

?Que no haria el por tener siquiera la oportunidad de visitar su tumba?- Hartmuth suspiro. Su pequena judia le habia hecho un hombre, y ella solo tenia entonces catorce anos.

No podia soportarlo mas. Tenia que ir a ver. ?Por que no? Quiza eso dejara que descansaran algunos demonios y fantasmas. Al dejar el vestibulo, informo educadamente al portero que se quedaba con la llave. Se palpo el estomago y el portero sonrio con complicidad.

Se repetia una y otra vez que ella no estaria alli, por supuesto; todo eso ocurrio hace cincuenta anos. Reflexionaba sobre el paso del tiempo mientras sus pasos resonaban por la estrecha rue des Francs Bourgeois.

Las unicas personas eran una pareja entrelazada que se reia y detenia cada pocos metros para abrazarse, hasta llegar a su portal y desaparecer en el interior. Siguio por la rue des Francs

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