Cuando me recupere, yacia sobre las tejas cerca del fuego. Tenia la boca humeda de saliva espumosa mezclada con sangre, pues me habia mordido los labios y la lengua. Mis piernas estaban demasiado debiles para ponerme en pie, pero me incorpore hasta que estuve otra vez sentado.
Al principio pense que los demas se habian ido. El tejado que era solido debajo de mi, pero ellos me parecian vaporosos como fantasmas. Un fantasmagorico Hildegrin yacia tumbado a mi derecha. Le puse la mano sobre el pecho y senti que el corazon le latia como una polilla que trataba de escapar. La mas borrosa era Jolenta, apenas presente. Le habian hecho mas de lo que Merryn habia supuesto; vi alambres bajo su carne, y bandas de metal, aunque tambien ellas eran borrosas. Entonces me mire a mi mismo, a mis piernas y pies, y descubri que podia ver la Garra ardiendo como una llama azul a traves del cuero de mi bota. La agarre, pero apenas alcanzaba a mover los dedos y no pude sacarla.
Dorcas estaba tendida, como durmiendo. No tenia espuma en los labios, y parecia mas solida que Hildegrin. Merryn era ahora una muneca vestida de negro, tan delicada y tenue que a su lado la delgada Dorcas parecia robusta. Ahora que la inteligencia ya no animaba a aquella mascara de marfil, vi que no era mas que pergamino sobre hueso.
Como yo habia sospechado, la Cumana no era ninguna mujer; pero tampoco ninguno de los horrores que yo habia contemplado en los jardines de la Casa Absoluta. Algo lustroso y viperino estaba enrollado en la vara, reluciente. Busque la cabeza con la mirada pero no encontre ninguna, aunque cada una de las figuras dibujadas en el dorso del reptil era una cara, y los ojos de esa cara parecian perdidos y arrobados.
Dorcas desperto mientras yo los miraba.
—?Que nos ha ocurrido? —dijo. Hildegrin se estaba moviendo.
—Creo que nos estamos mirando desde una perspectiva mas larga que la de un solo instante.
La boca de ella se abrio, pero no emitio ningun sonido.
Aunque las nubes amenazadoras no trajeron viento, el polvo se movia en remolinos en las calles, por debajo de nosotros. No se como describirlo si no es diciendo que parecia como si incontables huestes de minusculos insectos cien veces mas pequenos que moscas enanas hubieran estado ocultos en los intersticios del pavimento, y ahora la luz de la luna los estuviera atrayendo al exterior para que celebraran un vuelo nupcial. Se movian en silencio y sin ninguna regularidad, pero despues de un tiempo la masa indiferenciada se alzo en enjambres que iban y venian, que se hacian cada vez mas grandes y mas densos, y por ultimo volvio a posarse en las piedras rotas.
Entonces parecio que los insectos ya no volaban, sino que gateaban unos sobre otros, tratando de llegar al centro del enjambre.
—Estan vivos.
Pero Dorcas susurro: —Mira, estan muertos.
Tenia razon. Los enjambres que un momento antes habian bullido de vida mostraban ahora costillas blanqueadas; las motas de polvo, ensamblandose asi como los estudiosos juntan los fragmentos de vidrios antiguos a fin de recrear para nosotros una ventana coloreada que se rompio miles de anos atras, formaron calaveras que a la luz de la luna tenian un resplandor verde. Entre los muertos se movian algunos animales: elurodontes, espelaeae escurridizas y formas que reptaban a las que yo no sabria como llamar, todas ellas mas borrosas que nosotros, que contemplabamos aquello desde el tejado.
Uno a uno se levantaron y los animales se desvanecieron. Debilmente al principio, comenzaron a reconstruir la ciudad; las piedras se alzaron otra vez, y unos maderos hechos de cenizas fueron encajados en los muros restaurados. Las gentes, que al levantarse parecian poco mas que cadaveres ambulantes, fueron ganando vigor con el trabajo y se convirtieron en una raza de piernas arqueadas que caminaban como marineros y hacian rodar piedras ciclopeas con la fuerza de sus anchas espaldas. Mas tarde la ciudad estuvo completa y esperamos a ver que sucederia a continuacion.
Los tambores rompieron el silencio de la noche; por el tono supe que la ultima vez que redoblaron hubo un bosque alrededor de la ciudad, pues reverberaban como solo reverberan los sonidos entre los troncos de grandes arboles. Un chaman de cabeza rapada desfilaba por la calle, desnudo y pintado con los pictogramas de una escritura que yo jamas habia visto, tan expresiva que las meras formas de las palabras parecian gritar sus significados.
Iba seguido por cien o mas bailarines que evolucionaban en fila uno tras otro, cada uno con las manos puestas en la cabeza de delante. Como sus caras miraban hacia arriba, me pregunte (como todavia me lo pregunto) si no estarian imitando a la serpiente de cien ojos que llamabamos la Cumana. Lentamente iban calle arriba y abajo dibujando espirales y entrecruzandose una y otra vez alrededor del chaman, hasta que por fin llegaron a la entrada de la casa desde donde nosotros mirabamos. Con el ruido de un trueno, cayo la losa de la puerta. Hubo un aroma como de mirra y rosas.
Un hombre se adelanto para saludar a los bailarines. Si hubiera tenido cien brazos o hubiera llevado la cabeza bajo las manos, no me habria producido tanto asombro, puesto que la suya era una cara que yo habia conocido desde la ninez, la cara del bronce funerario en el mausoleo donde yo jugaba cuando era nino. Llevaba brazaletes de oro macizo, brazaletes engastados de jacintos y opalos, cornalinas y esmeraldas destellantes. Con pasos medidos avanzo hasta que se encontro en el centro de la procesion, con los bailarines cimbreandose alrededor. Despues se volvio hacia nosotros y levanto los brazos. Nos miraba, y supe que solo el, de los cientos que estaban alli, nos veia realmente.
Estaba tan absorto por el espectaculo de alla abajo que no me di cuenta cuando Hildegrin abandono el techo. Ahora se lanzaba hacia delante como una flecha (si eso puede decirse de un hombre tan grande), se confundia con la multitud, y agarraba a Apu- Punchau.
Apenas se como describir lo que siguio. En cierto modo fue como el pequeno drama de la casa de madera amarilla del Jardin Botanico; sin embargo, era mucho mas extrano, aunque solo porque entonces supe que sobre la mujer, el hermano y el salvaje pesaba un encantamiento. Y ahora casi parecia que los que estabamos envueltos en magia eramos Hildegrin, Dorcas y yo. Estoy seguro de que los bailarines no veian a Hildegrin, pero sabian de algun modo que estaba entre ellos, y gritaban contra el y azotaban el aire con garrotes de piedra dentada.
Yo estaba seguro de que Apu-Punchau si lo veia, asi como nos habia visto sobre el tejado y como Isangoma nos habia visto a Agia y a mi. Pero no creia que viera a Hildegrin como yo lo veia, y puede ser que lo que el viera le pareciera tan extrano como la Cumana me lo habia parecido a mi. Hildegrin le echo las manos encima, pero no pudo subyugarlo. Apu-Punchau forcejeo, pero no pudo librarse. Hildegrin me miro y me pidio ayuda a gritos.
No se por que respondi. Desde luego, ya no me dominaba el deseo de servir a Vodalus ni sus objetivos. Tal vez fuera porque el alzabo estaba actuando todavia, o solo por el recuerdo de Hildegrin mientras nos llevaba en la barca a Dorcas y a mi por el Lago de los Pajaros.
Trate de separar a empujones a los hombres de piernas arqueadas, pero uno de los golpes que daban al azar me acerto en un lado de la cabeza y cai de rodillas. Cuando volvi a levantarme, me parecio haber perdido de vista a Apu-Punchau entre los bailarines que saltaban y gritaban. En vez de el habia dos Hildegrin, uno que forcejeaba conmigo y otro que luchaba contra algo invisible. Aparte furiosamente al primero y trate de acudir en ayuda del segundo.
—?Severian!
Me desperto la lluvia que me caia sobre la cara; gotas grandes de lluvia fria que picaban como granizo. El trueno redoblaba por las pampas. Durante un rato pense que me habia quedado ciego; pero el destello de un relampago me mostro la hierba azotada por el viento y las piernas derruidas.
—?Severian!
Era Dorcas. Comence a levantarme y mi mano toco ropa y tambien barro. Tire de ella y la libere; era una banda de seda larga y estrecha con borlas en el extremo.
—?Severian! —El grito era de terror.
—?Aqui! —grite—. ?Estoy aqui abajo! —Otro relampago me mostro el edificio y la silueta de la frenetica Dorcas sobre el techo. Bordee la muralla y encontre los escalones. Nuestras monturas habian desaparecido. Tampoco las brujas estaban en el tejado; Dorcas, sola, se inclinaba sobre el cuerpo de Jolenta. A la luz del relampago vi la cara muerta de la camarera que nos habia servido al doctor Talos, a Calveros y a mi en el cafe de Nessus. Toda su belleza habia sido limpiada. En el recuento final no queda mas que el amor, mas que esa divinidad. Nuestro pecado imperdonable es siempre el mismo: solo somos capaces de ser lo que somos.
Aqui me detengo de nuevo, lector, despues de haberte conducido de ciudad en ciudad… Desde la pequena