—Lo que tenemos aqui, Anna, es un punado de medusas enormes con un extrano sistema nervioso. Una especie inteligente la forman esas personas que se encuentran en la colina.

—Quiza —dijo Anna.

Regreso lentamente al puesto. La lluvia se habia convertido en niebla y los animales nocturnos salian de sus madrigueras. La mayoria eran de una misma especie: largos y segmentados, y con multiples patas. Sus lomos brillaban bajo la luz de las farolas. (?Cual era el nombre correcto de las cosas que se encontraban a decenas de anos luz de la calle mas cercana?)

Supo que eran cazadores; buscaban los gusanos que saldrian a la superficie atraidos por la humedad, no de un modo inteligente, aunque estaban esplendidamente preparados para lo que hacian. Los alienigenas de Anna eran diferentes. Tenian cerebros, hasta diez en un solo animal, todos interconectados; pero Red y sus companeros de la bahia tenian unos cinco cerebros como maximo. Estaban semidesarrollados. Los individuos grandes, con zarcillos de un centenar de metros de largo, nunca se apareaban ni salian del oceano profundo.

Maria tenia razon con respecto al puesto. El comedor estaba lleno de gente, y el nivel de ruido era mas alto de lo habitual. Se sirvio la comida y fue a buscar a Mohammed. Estaba en una mesa de un rincon, rodeado de gente que lo miraba atentamente. Era evidente que querian saber lo que habia ocurrido con el sistema de comunicacion.

Anna se detuvo con la bandeja en la mano y Mohammed alzo la vista.

—No queria hablar del sistema de comunicacion, Anna. Durante la transmision del aterrizaje tenia a mi lado a un militar. Cuando ha visto lo que salia del avion, ha cortado la electricidad y no ha querido volver a conectarla durante mas de una hora. ?Criptofascista! Te aseguro que me he puesto furioso.

—?Alguien sabe que le ha ocurrido al hombre? —pregunto alguno de la mesa.

—Debe de estar en el recinto diplomatico, ?no? No esta en la estacion, y no habran dejado al pobre individuo bajo la lluvia, en la oscuridad.

Anna sonrio. Aquello era tipico de Mohammed. Habia utilizado una palabra como «fascista» como si supiera lo que significaba, y al mismo tiempo creia que la gente era civilizada. Existe una forma correcta de comportarse; no se puede dejar a un miembro de una mision diplomatica bajo la lluvia.

Alguien mas dijo:

—No se saldran con la suya, ?verdad?

Ella no supo a quien se referia… ?A los hwar? ?A los militares humanos? Y no estaba interesada en escuchar las especulaciones. Hizo a Mohammed un gesto de asentimiento, dio media vuelta y busco una mesa en la que hubiera un sitio vacio.

Mas tarde, mientras iba de un edificio a otro, oyo el grave rugido del avion alienigena y levanto la vista. Vio las luces —blancas y ambar— que se movian por encima de su cabeza, en direccion al mar.

III

El avion de los alienigenas llego a la manana siguiente y se marcho por la noche. Esto parecia indicar que las negociaciones continuaban tal como estaba previsto.

En el recinto no se dijo nada con caracter oficial. Las conversaciones eran secretas; siempre lo habian sido, y no aparecian reportajes en ninguna de las redes. Los de la estacion habian recibido un poco de informacion por una cuestion de cortesia y porque estaban demasiado cerca para permanecer completamente sumidos en la ignorancia; ahora tambien ellos quedaban excluidos.

Al cabo de tres dias ella recibio las primeras noticias oficiosas. Llegaron por medio de Katya, que estaba exprimiendo a uno de los diplomaticos: un hombre muy joven que hablaba demasiado. Katya le saco informacion al diplomatico —que tenia un nombre curioso: Etienne Corbeau— y luego se la transmitio a un grupo selecto de amigos, personas que, estaba segura, guardarian silencio. Seria una pena que los otros diplomaticos los descubrieran.

—Estan usando al hombre como traductor —dijo Katya—. Es su traductor mas importante. Segun Etienne, el primer dia presento al principal kwar, que es algo asi como un general, y luego dijo: «Mi nombre es Nicholas. No cometan el error de pensar que mi lealtad esta en modo alguno dividida, y no crean que lo que digo tiene algo que ver conmigo. Cuando hablo, el que habla es el general.» O algo asi. A Etienne le encanta adornar las historias. La gente del servicio de informacion militar ha enviado un mensaje de exploracion a traves del sistema. Quieren saber quien es este individuo.

—?Que ocurre durante las conversaciones? —pregunto Anna—. ?Consiguen algo?

Katya esbozo una dulce sonrisa. La mayor parte de sus antepasados provenian del Sureste Asiatico; algunos eran africanos. Ella era menuda y de piel oscura, de huesos pequenos, y la mujer mas encantadora que Anna habia visto jamas fuera de un holograma. Tambien era una botanica de primera linea; nadie sabia mas que ella sobre la capa amarilla del suelo parecida al musgo.

—Etienne no me lo dira. Esa informacion es confidencial; pero no hay nada de malo en que me cuente chismes. Habla la lengua principal hwar con fluidez, con verdadera fluidez.

—?Te refieres al hombre misterioso? —pregunto Anna.

—Por supuesto. Los traductores dicen que utiliza al menos una lengua diferente, no con mucha frecuencia, ni durante mucho tiempo, y solo cuando habla con el general. Nuestra gente no sabe que es. Lo grabamos todo, por supuesto, pero los traductores dicen que no entienden lo bastante la otra lengua. No van a poder descifrarlo.

Anna no sabia con certeza hasta que punto le interesaba todo aquello. No compartia la pasion de Katya por las intrigas, pasion que esta decia haber adquirido con el estudio de las plantas: «Son maravillosamente complejas y tortuosas, para mi una fuente constante de inspiracion. Los que no pueden correr deben encontrar formas mas interesantes de sobrevivir.»

Nada de lo cual guardaba relacion con el hombre que decia llamarse Nicholas.

El tiempo cambio; tuvieron un dia de sol tras otro. En casa lo habrian llamado veranillo de San Martin. El viento amaino. De vez en cuando se veian cabrillas en el mar, pero no en la bahia rodeada de tierra. Red y sus companeros flotaban tranquilamente, sin hacer casi nada que pudieran captar los instrumentos. Ahorraban energia, imagino Anna. No comerian hasta el momento en que hubiera concluido el apareamiento.

No se les unieron otras criaturas. Nadie tenia una buena teoria que explicara el porque. Tal vez por el clima. Anna se sento en la cabina de la barca y se concentro en la lectura —las ultimas revistas profesionales, traidas por sonda— o se dedico a escribir cartas a la Tierra.

Todas las cartas eran breves, en parte debido a las restricciones impuestas por la seguridad —nadie podia decir nada sobre las negociaciones—, pero tambien porque no tenia mucho que decir. ?Como podia explicar algo de su vida a personas que convivian con nueve mil millones de seres humanos? Ellos no sabian nada de la oscuridad, del vacio, del silencio, del hecho de ser forastero. Para ellos, la realidad era la humanidad. No tenian otra cosa cerca. Los hwarhath eran seres legendarios, y las criaturas que ella estudiaba les resultaban incomprensibles. Tenia mas cosas en comun con los soldados, al menos con los que estaban alli, en el limite.

Una manana inflo una pequena balsa de goma, le adoso un motor y se alejo por la bahia. Era un perfecto dia de otono: brillante, sereno y calido. El planeta primario estaba suspendido sobre su cabeza; no tuvo problemas para ver bajo la superficie del agua transparente, que apenas se movia.

Avanzo en direccion a Red, acercandose lentamente y consultando un sonar portatil. El alienigena no se movio. Cuando estuvo cerca apago el motor y recorrio a la deriva los ultimos metros. Alli estaba, flotando justo por debajo de la superficie.

La parte superior del animal —la campana o paraguas— media tres metros de ancho y era transparente; se ondulo suavemente. En su interior, apenas visibles, habia tubos de alimentacion y racimos de material neurologico. Pudo distinguir tres variedades de tentaculos en el borde inferior de la campana: los largos y gruesos, que Red utilizaba para nadar; los tentaculos sensoriales, mas cortos y mas delgados; y los tentaculos que producian luz, poco mas grandes que tocones. Todo se agitaba suavemente, al ritmo del movimiento de la campana.

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