– Si, claro, si. Cuando lo veo bajar, alla al fondo, se escucha un coche. Luego a eso de las dos horas o asi suele volver.

– ?Una mujer que conduce? -pregunto extranado.

– Igual tiene algun taxi que le espera -repuso el otro.

Aleman apago su cigarrillo y le dio las buenas noches. Aquella informacion podia ser valiosa. ?Por que se comportaba asi el falangista? Sin duda, se beneficiaba a una casada. Como minimo. Cualquier detalle que pudiera perjudicar a ese malnacido podia serle util.

Capitulo 28. Cosas raras

Tornell supo lo del Julian el mismo domingo por la noche, en su barracon. Se lo conto el Rata, que se paso por alli justo antes del toque de queda. Se enteraba de todo y era amigo suyo, asi que fue a contarselo al antiguo policia. La mala noticia termino por desmoralizarle, hizo crisis. Ademas, habia ido de visita Tote y, curiosamente, aquello le habia hecho sentir peor. Estaba guapisima. Ella le habia dicho que le veia mas repuesto, aunque, de inicio, se asusto al ver su aparatoso vendaje. Le mintio diciendole que habia sido un accidente tras resbalarse en un terraplen. Despues de hacer el amor bajo el mismo arbol que la otra vez se habia sentido completo. Y culpable. Ella se habia sorprendido al ver como le saludaban los guardias civiles y los otros presos. Podia sentirse orgulloso de haberse adaptado bastante bien a aquello. Tote parecia feliz al ver que las cosas no le iban mal; al menos, en cuanto a su puesto de cartero y a su amistad con Roberto. Ella apunto que, a buen seguro, Aleman podria interceder por el haciendo que saliera pronto de alli. No se atrevio a contradecirla. Si supiera…

Cada dia se sentia peor animicamente y su esperanza de cazar a aquel maldito asesino iba desapareciendo. Tomo su diario aprovechando que todos sus companeros dormian y volco en el sus reflexiones: el Julian habia muerto por su culpa. Aleman tenia razon, quiza hubiera sido mejor detenerlo y hacerle contar la verdad. A aquellas alturas estaria vivo. Tote creia que poco a poco se acercaba el fin de aquel calvario y el la enganaba. No le habia contado nada de la investigacion, ni siquiera conocia la existencia de los asesinatos; ademas, ?que mas daba? El nunca saldria de Cuelgamuros, estaba decidido. Bueno, si, con los pies por delante y pasando a la historia.

Tornell no dio senales de vida ni al dia siguiente ni en los posteriores. El senor Liceran habia contado a Aleman que se le habia presentado solicitando volver al trabajo y no precisamente como cartero. Decia que ya estaba recuperado y que no queria seguir ocioso. Roberto no tenia muy claro que le ocurria. Bueno, si.

Debia sentirse culpable por la muerte del Julian, que a aquellas alturas ya era vox populi en el campo, y supuso que no querria encontrarse con el por si le echaba en cara su error. Se sintio culpable por no haberle dado la noticia personalmente pero no podia imaginar que en el campo las noticias circularan a tal velocidad. Probablemente no habia acudido a verle por orgullo. El maldito orgullo. No queria verle y quiza el tampoco. Tornell se habia equivocado y los dos lo sabian.

Parecia como si su relacion se hubiera enfriado; debian hablar, si, pero no estaba seguro de querer dar el primer paso.

El caso habia llegado a una via muerta y Aleman comenzaba a plantearse la posibilidad de largarse de alli en aquel mismo momento, retomar sus estudios, casarse. Aquello le superaba. No creia que el asesino volviera a actuar; ahora estaba a salvo. Eso si no era el Julian. De seguir vivo, el asesino debia de estar tranquilo: habia eliminado a Higinio, que le ayudo falsificando el recuento; al crio, Raul, que de alguna manera sabia algo y al Julian, que por algun motivo le habia proporcionado la morfina para sobornar a Higinio. Del caso que le habia llevado a Cuelgamuros, del asunto de los suministros, no se sabia nada; las cuentas estaban claras y todo iba en orden. El director, probablemente el culpable, habia sido cesado. Luego, ?que hacia alli todavia? ?Para que alargar su estancia en aquel lugar? Entonces ocurrieron dos cosas raras. Muy raras.

La primera estaba relacionada con Tornell. En un momento dado penso que no merecia la pena seguir distanciados, que debia dar el primer paso y tragarse el orgullo. Bien era cierto que Tornell debia haber acudido a verle para decirle: «Tenias razon». Pero no lo habia hecho. Probablemente estaba hundido porque el Julian habia muerto por su culpa. Bastante castigo era aquel.

Decidio hablar con el y fue a buscarlo en la pausa de la comida. No estaba con su gente, asi que volvio a su casita, a leer. Al final de la tarde, el antiguo policia se presento.

– He ido a buscarte -le dijo Aleman.

– Si, estaba ayudando a mi sustituto a leer las cartas a los demas presos.

– Vas a volver al puesto de cartero. No tenias que haberlo dejado.

El preso nego con la cabeza.

– Tornell, escucha. Es un buen destino, no te castiga, te permite recuperarte, vivir. Bastante pasaste ya por todos esos campos de concentracion. Ten cabeza, hombre.

– No me lo merezco -dijo-. Soy un inutil.

– No, no. No digas eso. Fuiste un gran policia, eres un gran policia. Eras un gran oficial, lo se. Tienes una mujer, un futuro, saldras de aqui, yo me encargare de que sea pronto… hazme caso. Dejame ayudarte.

– No me lo merezco. Esta muerto. Por mi culpa. Tu tenias razon.

– No, amigo, no. Hiciste lo correcto, no querias que lo curtieran.

– Tu lo dijiste, habia que sacarle la informacion para salvarle la vida. A la primera hostia habria cantado, lo se. ?O acaso te crees que cuando yo era policia me comportaba como una hermanita de la caridad?

– ?No has pensado en que igual era el asesino?

– Estoy seguro. El Julian no era el asesino -dijo muy seguro de si mismo.

Quedaron en silencio.

– Mira… No es una opcion. Tienes que volver a tu puesto de cartero, lo hacias bien. Leias las cartas. Ayudabas a la gente. No te voy a permitir otra cosa.

– Desde que se inicio este asunto no ha hecho mas que morir gente y no he podido evitarlo. ?Cartero? No me lo merezco.

– ?Nadie se lo merece mas que tu! -grito Aleman fuera de si.

Tornell sabia como sacarle de quicio. ?Por que no se dejaba ayudar? No sabia por que, pero aquel hombre era importante. No podia entrever que, en el fondo, ayudandole, veia la posibilidad de redimirse.

– Bien, bien, no quiero imponerte nada. Piensatelo, ?de acuerdo? -se escucho decir a si mismo. Penso que era mejor adoptar un tono mas conciliador.

Entonces el rostro de Tornell cambio, se relajo. Incluso parecio que sonreia. Aleman comprendio que habia hecho bien en no obligarle a aceptar su decision. Esperaria.

– Vete a descansar. Si vuelves al tajo te hara falta.

– Gracias -dijo saliendo de alli con paso cansino. Parecia que la compania del capitan ya no le agradaba.

Roberto se sento a mirar el fuego. Tornell estaba muy raro. ?Que les estaba pasando? ?Por que no podia ser Tornell un companero mas y no un preso? La idea de dejar Cuelgamuros y que el quedara alli se le hacia desagradable. Ni siquiera habian hablado de continuar la investigacion de aquel caso, aquellas pesquisas llevadas a cabo por dos locos que iban contra todo. Aquello les habia unido con un vinculo inexistente, pero fuerte. Tornell no queria reconocerlo pero Aleman lo sabia, era su amigo y le apreciaba. Tanto como Roberto al preso. Para el militar era mas facil, claro: el era uno de los verdugos y Juan Antonio, un penado. Intento ponerse en su lugar, ?como podria su mente albergar cualquier sentimiento positivo hacia uno de aquellos salvajes que durante anos le habian reducido a la condicion de un ser infrahumano, un prisionero? Se sintio mal, despreciable. Salio de alli dando un portazo. Se ahogaba. Tenia algo que hacer.

Paso por donde la casamata de Solomando y se atizo un par de conacs. Pertrechado con un buen capote salio de nuevo al exterior. Hacia un frio horrible. Saludo al centinela y se aposto bajo unos pinos. No tuvo que esperar mucho. A eso de las doce y media vio una figura rechoncha que bajaba caminando tras salir del campo. Era Baldomero Saez. Dejo que pasara junto a el, le dio ventaja y le siguio.

Despues de bajar un par de cientos de metros, el falangista se paro y encendio un cigarrillo. El pequeno boton incandescente destacaba en mitad de aquella inmensa oscuridad. Paso un rato, quiza quince minutos. Entonces comenzo a oirse un rum rum, un ruido sordo, grave, como si un gran gato ronroneara haciendose audible bajo el sempiterno viento que aullaba en aquellos parajes. Una luz. Era un coche. Se fue

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