Jeronimo Tristante
El Valle De Las Sombras
© 2011
PRIMERA PARTE
Capitulo 1. Perros con la revolucion
No puedo creer que estemos haciendo esto -dijo el comandante Cuaresma mientras observaba el avance de sus hombres con sus viejos prismaticos.
Apenas intuia unas figuras que avanzaban por la planicie cubierta de nieve a su derecha. Su propio vaho le impedia ver con claridad. Hacia un frio de mil demonios. A la izquierda, mas lentamente, avanzaban otros trescientos hombres para sorprender al enemigo cuando se produjera la explosion. Pero ?que tonteria! ?Que explosion? No iba a producirse ninguna explosion. Aquello no era sino una locura.
– Ponme con Juan Hernandez, joder -se escucho decir otra vez.
– Lo intento -repuso el operario haciendo girar la manivela del telefono-. Pero las lineas siguen caidas.
Gerardo Cuaresma Lorente tuvo que aceptar que no habia forma de parar aquello. Iban camino de la debacle y el no habia podido hacer nada. Estaba al 'mando de aquella unidad y suya, unicamente suya, era la responsabilidad de lo que iba a ocurrir alli aquella noche. Necesitaba hablar cuanto antes con Juan Hernandez Saravia, jefe del Cuerpo de Ejercito de Levante, y no podia hacerlo. Se sintio, una vez mas, impotente. Apenas unas horas antes aquello le hubiera parecido un mal sueno, una especie de pesadilla surrealista; pero la realidad demostraba que, por desgracia, el asunto se le habia ido de las manos para convertirse en algo tan real como inevitable. Estaban, como quien dice, a un paso de Teruel. Tras la toma de El Campillo se les habia asignado el asalto de una pequena zona alomada cercana a La Muela, situada al otro extremo del barranco que llamaban de Barrachina. La caida de Teruel era inminente y se hacia evidente que los sitiados no podrian mantener por mucho tiempo sus posiciones. Pero Cuaresma, avezado militar, temia que los nacionales estuvieran logrando aguantar lo suficiente como para asegurar que el contraataque de Franco fuera, como siempre, fulminante. Habia conocido bien al maldito petimetre en la Academia General Militar y luego habia tenido la desgracia de coincidir con el en Africa. Aquel enano de voz repelente nunca habia sido santo de su devocion. Lo conocia a la perfeccion y sabia que, hasta aquel momento, su comportamiento en todos los enfrentamientos -quitando el avance de las columnas desde el sur y el transporte de tropas por via aerea en los que si estuvo brillante- se habia cenido al mismo guion: ataque brutal y sorpresivo por parte republicana, recomposicion fascista y contraataque con victoria final para Franco. El comandante en jefe de los rebeldes no era un tipo brillante, solo paciente. Lo que mas le dolia era que aquella panda de ineptos que dirigia el Ejercito de la Republica no aprendia, y aquello llevaba camino de convertirse en una segura derrota. La implantacion de la mas absoluta de las disciplinas se hacia imprescindible o iban al desastre. A veces tenia la sensacion de que solo el lo notaba. No se arrepentia de haber tomado partido por la Republica, en absoluto. Y estaba dispuesto a dar su vida por luchar contra el fascismo, pero tenia que reconocer que tanta tonteria, tanta gaita, acababan por minarle a uno la moral. Cuando todo comenzo, en Barcelona, el era el mas ilusionado. Pero, poco a poco, la inexorable realidad le habia ido colocando ante el inevitable y crudo destino. Quiza influia el cariz que habian tomado las cosas, claro. Igual, de ir ganando la guerra, lo veria todo de otro color, pero las cosas eran como eran y punto. Sabia que a veces se ponia demasiado sentimental. Una mala cualidad en un militar. Desde el primer momento se habia sentido incomodo comandando una unidad formada en su mayor parte por tropas de origen anarquista. Habia aguantado a duras penas, apoyandose en los pocos comunistas -los unicos con cabeza- que tenia a mano, y solo porque su amigo Juan Hernandez Saravia le habia pedido el favor. Las insubordinaciones, la indisciplina, la presencia de mujeres en las trincheras… todo lo habia soportado con el mayor de los estoicismos, pero aquello que estaba a punto de ocurrir, que estaba ocurriendo, era la gota que colmaba el vaso.
– Ponme con Juan Hernandez -se escucho decir de nuevo.
– Senor…
– ?Ponme, hostias!
– … no hay linea, senor…
El comandante reparo en que aquel crio no tenia culpa alguna de aquello y volvio a mirar por los prismaticos. Es dificil aceptar que alguien va a encontrarse de frente con un tren en marcha, avisarle para que salve la vida y sentir que te ignora, que va a una muerte segura. Cuaresma, mientras veia como sus hombres avanzaban penosamente sobre la nieve, recordo la cadena de sucesos que le habian llevado a aquella situacion. Todo por aquel bunker. El objetivo, al que el Estado Mayor habia dado el nombre en clave de «cota 344», aparecia al fondo, silueteado sobre la nieve y con la luna al fondo. Una pequena zona alomada en la que los fascistas habian creado una suerte de inmensa fortificacion que cerraba el paso al avance republicano. Las ordenes del Estado Mayor eran rotundas: tenian que tomar la cota antes de que transcurrieran veinticuatro horas. Los animos de la tropa estaban caldeados. Demasiado quiza. Por la brutalidad de aquellos malditos fascistas. La avanzadilla que habia enviado por delante, unos ocho hombres, habia sido sorprendida por un batallon integrado por moros. Cuaresma sabia cuanto les temian sus hombres, pues se comportaban como bestias, autenticos salvajes que actuaban de forma ruda, brutal e inhumana. Peor incluso que aquellos fanaticos requetes que tanto impresionaban por su conocido fanatismo.
Cuando encontraron a los miembros de la avanzadilla se les cayo el alma a los pies. Se habian ensanado de veras con ellos: habian quemado vivos a dos hombres, pero lo peor fue lo que habian hecho con un crio de catorce anos de Vinaroz, pelirrojo, una criatura. «El Panocha», le llamaba la tropa.
Lo habian violado brutalmente. Eran muchos. Luego, tras destriparlo, aun vivo, lo habian arrastrado durante cientos de metros. El sargento Juarez, que habia caido herido tras los primeros disparos, logro ocultarse tras una inmensa coscoja para verlo todo. Habia quedado como ido despues de aquello.
De inmediato, el comandante Cuaresma habia convocado una reunion con su gente de confianza, un capitan y tres tenientes, pero cuando se vino a dar cuenta, los sargentos habian avisado a la tropa que, en masa, queria participar en la toma de decisiones. Destacaba por su virulencia un sargento, un tal Tomas Benavides, que comandaba a los anarquistas venidos de Valencia y que eran mayoria en aquella unidad. Cuando el comandante expuso que en aquella ocasion el asunto era grave y que las decisiones tecnicas debian ser tomadas por los militares, aquel tipejo le amenazo descaradamente recordandole que su antecesor habia muerto de un disparo por la espalda durante una refriega con los fascistas.
El comandante Cuaresma comprobo con tristeza que sus oficiales chaqueteaban. Todos excepto uno. Un teniente llamado Juan Antonio Tornell y un sargento muy amigo suyo, Berruezo, le apoyaron manteniendose