– ?Como lo ve? -dijo el preso entre susurros.
Le faltaba el resuello pues su estado era penoso.
– Mal, hombre, mal. Estas en los huesos.
– Si no salgo me muero. Llevo seis anos de prision en prision, de campo en campo, desde antes de acabar la guerra. Pase una pulmonia y una disenteria. Las dos veces llegaron a darme por muerto. Aqui estamos hacinados, se han declarado dos casos de tifus exantematico y hay piojos por todas partes. Es cuestion de dias que me contagie. Esta vez estoy tan debil que se que no sobrevivire.
Al pobre Liceran se le hizo un nudo en la garganta. Al fondo, Banus volvia acompanado por el oficial y el guardian, que le hacian la pelota descaradamente por si caia una propina. Era evidente que el empresario era hombre esplendido y sabia «engrasar la maquinaria», como el mismo solia decir a menudo. El capataz supo que tendria que emplearse a fondo o el preso se quedaria en aquel lugar. Se lo debia a Berruezo y tenia plena confianza en el. Si recomendaba a su amigo a buen seguro que seria un tipo de fiar. Volvio a la carga.
– Donjuan -mintio Liceran cuando su jefe se puso a su altura-, este hombre es de ley. Necesitamos gente de confianza. Quiza no este en buen estado pero es un cantero de primera, un gran trabajador con mucha experiencia.
Banus se paro sin volverse. Fue entonces cuando el desconocido, con una voz fuerte y grave, sorprendente en un fulano que se halla a un paso de la muerte, espeto:
– No se arrepentira, senor. Trabajare como cinco hombres. Lo juro.
Banus miro sonriendo a su encargado y continuando su camino, dijo:
– Tu eres el capataz y tu decides. Ya sabras lo que haces…
– Yo lo fio -aseguro Liceran sabiendo que no habia logrado enganar a su jefe.
Se hizo un silencio.
– Este preso… -dijo Banus dirigiendose al capitan que parecia al mando de aquello- ?puede salir a redimir su pena?
– Tenia pena de muerte pero se le conmuto por perpetua. Como a tantos otros. Esta dentro de lo permitido, si -contesto el oficial, un tipo regordete y con voz de pito.
– Sea -dijo Banus dando por cerrado el asunto con cierta indolencia.
Entonces, Liceran y aquel despojo humano en que se habia convertido el preso, se miraron y suspiraron de alivio.
Capitulo 3. El asesino del puerto
En el camino de vuelta a Cuelgamuros, Liceran tuvo ocasion de conocer algo mejor al hombre que tan vehementemente habia fiado Berruezo. Como Tornell se hallaba en tan mal estado, Liceran le hizo viajar dentro de la cabina junto al conductor y a el mismo, mientras que el resto de los presos se agolpaban en la parte trasera del vehiculo.
– Me conto Berruezo que fuiste policia -dijo Liceran mas por vencer el tedio del viaje que por otra cosa.
El conductor, un joven soldado algo alelado, de Lugo, iba a lo suyo, con la mirada perdida en la carretera.
– Si -contesto el preso-. En Barcelona. Antes de la guerra.
– ?Y se te daba bien?
Juan Antonio Tornell esbozo una sonrisa que al capataz le parecio amarga y melancolica.
– Podemos decir que si. Tuve algun que otro caso que llamo la atencion. Ya sabe usted, en este pais el vulgo gusta en exceso de las noticias truculentas.
– Bueno, bueno -tercio Liceran a modo de disculpa-. Yo mismo soy muy aficionado a leer novelas policiacas. No soy hombre instruido pero me gusta jugar a adivinar quien es el culpable. Quiza hubiera hecho un buen policia.
– Si, quiza.
– ?Y que casos de relumbron investigaste?
Tornell puso cara de hacer memoria, como el que tiene mucho vivido, y contesto:
– Creo que… sin duda el que mas repercusion tuvo fue el del «asesino del puerto».
– ?Cono! El del tipo ese que mataba prostitutas. ?Claro que lo recuerdo! Lo lei en la prensa… ?El asesino del puerto! -exclamo el capataz ladeando la cabeza y con cara de admiracion-. Y tu eres el tipo que logro cazarlo. Ahora recuerdo, ?claro! Rediez, Tornell, si eras una celebridad.
– Tanto como eso…
– Eso debio de ser por el ano treinta y…
– Dos, fue en el treinta y dos. Lo cace el 4 de marzo de 1932.
– Cuenta, cuenta, Tornell, ?como lo hiciste?
– Si la prensa lo conto todo con detalle, senor Liceran, a estas alturas debe usted de conocer los pormenores.
– Si, si, pero hace tiempo y no lo recuerdo todo; ademas, me gustaria saberlo de primera mano, ya sabes, nada menos que contado por el policia que lo capturo.
Juan Antonio Tornell puso cara de pocos amigos pero aquel tipo acababa de sacarle del infierno. No podia negarse, asi que, como el que cuenta algo que ha relatado mas de mil veces, comenzo el relato:
– Pues fue el caso que, digamos, me hizo saltar a la fama. Dentro de un limite, claro esta. El asunto mantenia en vilo a la ciudad de Barcelona desde hacia ya varios meses. No hace falta que le diga como estaban las autoridades. Las presiones que recibiamos para cazar a aquel tipo estaban llegando demasiado lejos y encima la prensa no hacia mas que alarmar a la poblacion desgranando los detalles mas escabrosos de los crimenes.
– Un asunto complicado.
– Si, bueno, aunque no tanto. Creo que acerte porque cambie la perspectiva del asunto. Desde el principio segui mi propia linea de investigacion. Solo le dire que me tomaron por loco porque esta diferia de las de la prensa, del fiscal y de las de mis propios companeros del cuerpo de policia. La linea maestra de mi investigacion consistia en considerar que el asesino no era un loco ni un psicopata, sino un simple ladron que no reparaba en asesinar a sus victimas con tal de no ser capturado. Como recordara usted, en apenas dos meses, mas de ocho prostitutas habian sido brutalmente degolladas en las inmediaciones del puerto de la ciudad de Barcelona.
– Si, claro. ?Menuda se armo!
– Todas habian muerto a manos del mismo hombre: un tipo zurdo que, usando una navaja cabritera, les habia cortado el cuello de parte a parte tras lograr llevarlas a lugares apartados haciendose pasar por un cliente que queria disfrutar de sus servicios. -El preso parecia otro, al hablar de su trabajo habia adquirido otro aire, aparentaba rebosar energia-. Como en ninguno de los casos se habian observado indicios de violencia sexual, yo aposte por la via del simple robo.
– Me parece logico.
– ?Verdad? Pues nadie habia reparado en ello. Todos pensaron en un enfermo sexual, un pervertido. Aquello me llevo a interrogar a todos los peristas que movian mercancia robada en la ciudad y sus alrededores. Asi fue como consegui dar con un tipo, Heredia, que intentaba vender unos pendientes pertenecientes a la ultima de las victimas del asesino. El perista no pudo suministrarme el nombre del sospechoso, pero si hizo una detallada descripcion de aquel tipo que, junto con las declaraciones de algunas companeras de las fallecidas, me permitio resolver el caso.
– ?Como lo hiciste? Creo recordar que le tendiste una trampa…
– Si, digamos que me aparte un poco de los metodos mas ortodoxos y logre convencer a una prostituta para que, convenientemente vigilada, actuara de cebo por los lugares en los que habia actuado el asesino. Estipulamos que la joven hiciera cierta ostentacion de pendientes, medalla y esclava de oro (joyas que le suministramos nosotros, claro) con el objeto de llamar la atencion del criminal. Asi fue como el cuarto dia de marzo, como olvidar la fecha, comprobamos que nuestros esfuerzos daban fruto. Recuerdo que con las primeras sombras de la noche, un tipo que coincidia plenamente con la descripcion del asesino se acerco a la chica en cuestion entablando con ella una conversacion. Tanto la joven como el posible asesino fueron seguidos con discrecion por mi mismo y por dos guardias de paisano hasta un solar de la Barceloneta donde, justo cuando el desgraciado sacaba la navaja