firmes. Y por si fuera poco, cuando la cosa comenzaba a ponerse fea, aparecio por alli un teniente coronel, un anarquista de nombre Oliveira que antes de la guerra era cerrajero y que, acompanado por un coronel, Satrustegui, insistieron en que en el Ejercito Popular las decisiones se tomaban de manera asamblearia. Eran oficiales del Estado Mayor de Juan Hernandez. Un par de desocupados que estaban de excursion por el verdadero frente de combate. No quedo mas remedio que reunir a la tropa. El comandante planteo su plan explicando como iban a asaltar el bunker. La idea era lanzar un ataque de distraccion por el flanco derecho que permitiera al grueso de las fuerzas acercarse lo suficiente por el noroeste. Armados con las dos piezas de que disponian dispuestas a cota cero podrian atacar aquella mole de hormigon con ciertas garantias. De inmediato, los soldados se negaron alegando que ellos «no eran carne de canon». Ni que decir tiene que el plan de Cuaresma fue rechazado por mayoria. Entonces los oficiales y el propio comandante tuvieron que asistir a la exposicion de los planes mas peregrinos, algunos incluso suicidas, que planteaban ahora un cabo, ahora un simple soldado y que fueron desechados uno tras otro. En aquel momento, un chaval de Cadiz al que apodaban «el Guarro», trapero de profesion, planteo una idea que encandilo a la asamblea. ?Atar paquetes de dinamita a varios perros y lanzarlos contra el bunker!
Cuaresma se carcajeo pensando que era una broma, pero al momento, comprobo con asombro que no. No solo la idea iba en serio, sino que era acogida por aquellos descerebrados con evidentes muestras de entusiasmo. ?Como se iba a ganar asi una guerra? Protesto energicamente y, una vez mas, el teniente Tornell le apoyo. Sabia hacer valer su autoridad ante sus subordinados. El sargento Benavides, el anarquista, jaleo a la tropa y se voto de inmediato. El plan fue aprobado por mayoria. Un delirio. Cuaresma habia intentado negarse, oponerse a aquella locura y Tornell se les habia enfrentado abiertamente pero no habia manera. Al comandante incluso se le habia pasado por la cabeza fusilar a tres o cuatro, pero estaban demasiado levantiscos, no contaba con mas alla de una docena de hombres para imponer el orden y los dos altos mandos recien llegados no habian hecho sino reforzar las posiciones de la tropa. Cuaresma habia tenido que soportar alusiones a su falta de valor -?con lo que el habia hecho en Africa!- e incluso que se le acusara de ser un agente de los fascistas. Tornell, muy valiente, habia tenido que sacar la pistola y las cosas habian llegado a ponerse calientes ante aquellas acusaciones de cobardia. Entonces, con mas coraje que ninguno de ellos, aquel joven oficial dijo que el iba con la avanzadilla pero que el sargento Benavides les acompanaba quisiera o no.
– ?Por cojones! -habia dicho sin dejar lugar a la duda.
Porque lo decia el, sin mas. El otro no se habia atrevido a negarse. Podian haberle tildado de cobarde.
A Cuaresma le constaba que dicho oficial, Juan Antonio Tornell, uno de los pocos apoyos con que contaba en aquella locura, habia sido tanteado por comunistas y socialistas para que ingresara en sus partidos. Se comentaba que habia sido policia de brillantisima hoja de servicios y que era un gran especialista en explosivos.
Con la caida de la tarde se puso en marcha el plan de aquellos descerebrados. Una avanzadilla de ciento cincuenta hombres, comandada por Tornell, se adelanto por el flanco derecho, cuyo relieve era mas suave, con cinco perros a los que se ato la dinamita junto con un temporizador. La idea era disparar al aire para que corrieran hasta las lineas enemigas haciendolas volar por los aires. Al anochecer, Cuaresma se dispuso a observar desde un promontorio con sus prismaticos mientras enviaba a un mensajero con detalles sobre el asunto para Juan Hernandez que no sabia si llegaria a destino. Y en esas estaba, mirando como avanzaban sus hombres, cuando habia vuelto a la realidad desde sus propios pensamientos. La nieve brillaba aun y la temperatura habia bajado por debajo de menos diez grados. Entonces escucho disparos al aire.
– Ahi van -dijo su ayudante haciendole ver que la operacion estaba en marcha.
Cuaresma vio las figuras de los perros correr hacia el bunker en mitad de la noche. Al mismo tiempo, mas de trescientos hombres comenzaron a correr semiocultos por una vaguada situada en el flanco izquierdo para hacer una envolvente. Fue en aquel momento cuando una sombra, que mas tarde se supo era una perra, salio de no sabia donde como una exhalacion. Algunos contaron luego que de las propias lineas nacionales. Corria como una loca hacia las filas republicanas, aunque nadie supo por que. Lo peor del asunto fue que debia de estar en celo porque, al instante, los cinco perros se giraron y comenzaron a perseguirla. ?Corrian hacia el lugar donde se hallaban Tornell y sus hombres!
– ?Redios! ?Que es eso? -exclamo Cuaresma preguntando a sus subordinados.
– Van hacia los nuestros. ?La dinamita! -acerto a musitar el operario del telefono que seguia sin poder contactar con el Estado Mayor.
Los fascistas, alarmados por el ruido de los primeros disparos, comenzaron a hacer fuego y Cuaresma comprobo horrorizado que su gente habia quedado atrapada en tierra de nadie. Entonces, en mitad del campo, sobre la gelida nieve, uno de los perros hizo explosion al pasar junto a los hombres que comandaba Tornell. Los demas animales debieron de explotar por simpatia al hallarse cerca, porque Cuaresma creyo ver al menos tres deflagraciones mas. Una, dos, tres.
– ?Ay, la Virgen! -exclamo alguien mientras el comandante cerraba los ojos sin poder creer lo que veia.
La perra, intacta, continuo corriendo a toda velocidad y llego hasta las lineas republicanas perseguida por el ultimo de los perros-bomba. Todos comenzaron a disparar a los dos canes pese a que el comandante, presa de la desesperacion, intento gritarles que no, que no lo hicieran, que iban a volar todos por los aires. Demasiado tarde.
– ?Alto el fuego! ?Alto el fuego, idiotas! -acerto a gritar el teniente Marin.
Algun imbecil hizo blanco y el perro volo justo al pasar junto al camion de la municion. La explosion fue inmensa e ilumino el campo como si fueran las tres de la tarde. El ruido fue ensordecedor. Parecia que se hubiera detenido el tiempo, como si todo transcurriera a camara lenta.
Aprovechando aquella cegadora luz provocada por la deflagracion y el subsiguiente incendio, varias ametralladoras fascistas barrieron a los trescientos del flanco izquierdo a placer pues habian quedado al descubierto cuando reculaban hacia las lineas republicanas.
El enemigo se permitio entonces lanzar incluso algunas bengalas para alumbrarse mejor. Mientras tanto, la confusion en la retaguardia era colosal: hombres muertos, amputados aqui y alla, lloros, gritos y ordenes a medias mientras que, en el campo, quedaban los cadaveres de tantos y tantos hombres salpicandolo todo de sangre. En el area de la avanzadilla de la izquierda, los hombres de Tornell aparecian horriblemente despedazados. Cuaresma salio de la trinchera, sin reparar en su propia seguridad, al descubierto. Por un rato quedo en cuclillas, mirando hacia donde se hallaban sus hombres, con las manos en la cabeza. Sus subordinados no se atrevian ni a dirigirle la palabra. La noche iba a ser larga, asi que dispuso que los sanitarios atendieran a los heridos del campamento. Al fondo se escuchaban los alaridos de los moribundos en mitad del terreno. La temperatura llego a alcanzar los veinte grados bajo cero y no se podia auxiliar a los heridos abandonados a su suerte en tierra de nadie, porque los fascistas comenzaron a hacer fuego barriendo la zona para impedir que llegaran las asistencias. Con las primeras luces del alba aquella tragedia cobro su verdadera dimension. Un desastre. Cuando la cosa se hubo calmado, el ayudante de Cuaresma llevo a este el recuento de bajas. Estremecedor: trescientas veinticinco. Trescientas veinticinco bajas por seguir el plan de ?un trapero de Cadiz! El comandante mando que se lo trajeran para fusilarlo alli mismo, pero, tras buscarlo por todas partes, a eso de las doce de la manana, le dijeron que el muy ladino ?se habia pasado a los fascistas! Cuaresma echo un vistazo con sus prismaticos y pudo ver como cogian vivo a Tornell, el unico oficial serio de que disponia. Pudo ver, entre lagrimas de rabia y desesperacion, como se lo llevaban entre empellones pese a que cojeaba ostensiblemente y que llevaba la pierna derecha empapada en sangre. Penso que ojala hubiera muerto. No le deseaba lo que tenia por delante. A buen seguro iba a ser brutalmente torturado por aquellos bestias para averiguar los planes de batalla de los republicanos. Un buen hombre. Una pena.
Fue entonces cuando decidio ir a ver personalmente a Juan Hernandez Saravia. Estaba decidido. Si no depuraba al teniente coronel Oliveira y al coronel Satrustegui, aquellos dos desalmados de su Estado Mayor que habian vuelto a la comodidad de sus despachos tras provocar aquella debacle, se pegaria un tiro. No podia pasarse al enemigo, al que despreciaba, y no podia desertar, un militar de raza nunca lo haria; asi que, si no le tomaban en serio y no se castigaban aquellos hechos con severidad, se quitaria de en medio.
SEGUNDA PARTE