esa forma prudente, cautelosa con la que manejaba las palabras.
– Un dia ya no pude mas. Acudi a un logopeda e hice terapia para curarme el tartamudeo. En la terapia nos hacian leer libros, en voz alta.
– ?Y asi fue como empezo a leer?
– Si. Descubri los libros. Cuando acabe la terapia segui leyendo. Dicen que en la vida no ocurre nada por casualidad. Quiza era tartamudo porque tenia que descubrir los libros. No lo se. Una cosa es segura: desde entonces mi vida cambio. Ya no consigo ni acordarme de como pasaba antes el tiempo.
– Es una bonita historia. Me gustaria que me pasase algo parecido.
– ?Que quiere decir? ?No le gusta leer?
– No, no, me gusta muchisimo. Posiblemente, es lo que mas me gusta hacer en la vida. Lo que queria decir es que me gustaria experimentar un cambio extraordinario, como el que vivio usted.
– Ah, entiendo -dijo. Luego permanecimos en silencio, mientras el taxi recorria fluidamente el carril preferente de la via Ostiense.
Llegamos a la plaza Cavour sin encontrar un solo atasco. Mi amigo el taxista lector se detuvo, apago el motor y se volvio hacia mi. Pense que iba a decirme cuanto le debia y me lleve la mano a la cartera.
– Hay una frase de Paul Valery…
– ?Si?
– Dice mas o menos asi: la mejor forma de realizar los suenos es despertarse.
Permanecimos unos instantes mirandonos el uno al otro. En la mirada de aquel hombre habia algo mas complejo aun que la timidez. Algo asi como la costumbre de sentir miedo y la disciplina para dominarlo, sabiendo que estaba alli y que lo estaria siempre, al acecho. En mi mirada, supongo, se advertiria estupor. Me pregunte si habia leido algo de Valery. No estaba seguro.
– He pensado que esa frase podria inspirarle, por lo que ha dicho antes. Lo del cambio. No se si a los demas les pasara lo mismo que a mi, pero yo tengo ganas de compartir lo que leo. Cuando repito una frase que he leido, o un concepto, o una poesia, me parece que soy un poco su autor. Me gusta mucho.
Dijo las ultimas palabras con un tono casi de excusa. Como si, de repente, se hubiera dado cuenta de que podia estar invadiendo mi intimidad. Asi que me apresure en contestarle.
– Gracias. A mi me pasa lo mismo, desde que era un crio. Pero yo nunca he sido capaz de expresarlo tan bien.
Antes de bajar del taxi le di la mano y, mientras me dirigia a cumplir con mi trabajo de abogado, pense que en vez de eso me hubiera gustado quedarme alli, hablando con el taxista, de libros y de muchas otras cosas.
Habia llegado al Supremo casi una hora antes de que se celebrase el juicio. El caso lo llevaba preparado de sobra, no tenia necesidad alguna de revisar papeles, asi que decidi dar un paseo. Atravese el Tiber pasando por el puente Cavour. El agua tenia un color amarillo-verdoso, lanzaba reflejos centelleantes de mercurio e infundia alegria. Habia muy poca gente por la calle. Tampoco se escuchaban muchos ruidos, solo el rumor de fondo de los coches, que llegaba muy atenuado, y de voces indistintas. Tuve la sensacion, intensa y deliciosamente insensata, de que esa quietud grandiosa habia sido dispuesta para mi uso personal. Alguien ha dicho que los momentos de felicidad nos cogen por sorpresa y que, a veces -con frecuencia-, no nos damos siquiera cuenta de que se han producido. Descubrimos que hemos sido felices solo tiempo despues, lo que es algo bastante estupido. Mientras caminaba hacia el Ara Pacis me vino a la cabeza un recuerdo de muchos anos atras.
Prepare los ultimos examenes de la carrera, justo antes de obtener el titulo, con dos amigos. Nos hicimos amigos precisamente porque estudiamos juntos, redactamos la tesina en la misma epoca y nos licenciamos en la misma sesion. A veces, esas cosas unen a la gente, al menos durante un cierto tiempo. En realidad, eramos muy distintos y teniamos muy poco en comun. Empezando por los proyectos de cara al futuro. Ellos tenian proyectos y yo no. Ellos se habian matriculado en Derecho porque querian ser abogados, sin dudas, con toda determinacion, con toda seguridad. Yo me habia matriculado en Derecho porque no sabia que hacer.
Mis sentimientos eran confusos con respecto a su determinacion. Una parte de mi mismo la contemplaba con suficiencia. Me parecia que mis amigos tenian unas metas muy limitadas y que sus suenos eran mediocres. Otra parte de mi mismo sentia envidia por esas metas tan nitidas, esa vision tan clara de lo que deseaban en el futuro. Era algo que no terminaba de entender, cuyo significado ultimo se me escapaba, pero lo veia reconfortante, debia proporcionar seguridad. Era como un antidoto contra la leve ansiedad que acompanaba mi vision desenfocada del mundo.
Apenas obtuvieron el titulo, sin tomarse siquiera un respiro para disfrutar de unas autenticas vacaciones, empezaron a preparar oposiciones, encarnizadamente. Yo empece, con el mismo ahinco, a hacer como que hacia algo. Iba a un bufete civil con beneficios nulos, fantaseaba con la idea de hacer algun master sin precisar en una universidad extranjera, barajaba la posibilidad de matricularme en Letras, pensaba en dedicarme a escribir una novela que cambiaria mi vida y la de sus numerosos lectores, y que, por suerte, me abstuve hasta de comenzar. En resumen, era lo que se dice un tipo con las ideas claras.
Precisamente por eso, por lo de las ideas claras, cuando se publicaron las oposiciones decidi firmarlas yo tambien. Cuando se lo dije a Andrea y a Sergio se produjo entre nosotros una extrana situacion, ligeramente embarazosa. Me preguntaron que me habia dado, ya que no habia vuelto a abrir un libro desde que acabara la carrera, algo que ellos sabian de sobra. Les conteste que estudiaria durante los tres meses que faltaban para el examen escrito, y que probaria suerte. Quiza, preparando aquellas oposiciones, descubriria que hacer con mi vida.
Intente estudiar seriamente durante aquellos tres meses escasos, mientras acariciaba en secreto la esperanza de tener un golpe de suerte, de dar con un atajo, con la solucion magica. El sueno de los gandules y los caraduras.
Luego, una manana de febrero, a mediados de los estupidos anos ochenta, Andrea Colaianni, Sergio Carofiglio y Guido Guerrieri se subieron en el viejo Alfasud del padre de Andrea. Para ir a Roma y presentarse al examen escrito para las oposiciones a judicatura.
De aquel viaje conservo solo unos pocos fotogramas -las gasolineras; cafe cigarrillo un pis; media hora de lluvia, sobrecogedora y violenta, en plenos Apeninos-, pero recuerdo integramente el sentimiento de ligereza e irresponsabilidad con que lo hice. Habia estudiado, si, un poco, pero no habia hecho una autentica inversion en aquella empresa, como mis amigos. No tenia nada que perder y, si no aprobaba, como era mas que probable que pasase, nadie podria decir que habia fracasado.
– ?Pero tu que haces aqui, Guerrieri? ?Para que vas a Roma? -me pregunto de nuevo Andrea en un momento dado, tras bajar el volumen de la musica. Estabamos escuchando una cinta que yo habia grabado expresamente para el viaje; contenia los temas «Have you ever seen the rain», «I don't wanna talk about it», «Love letters in the sand», «Like a rolling stone», «Time passages» y, creo, cuando Andrea me hizo esa pregunta Billy Joel tocaba «Piano Man».
– No lo se. Por intentarlo, por hacer algo, ?yo que se! Lo que es seguro es que si la jugada me sale bien nunca me tomare la abogacia como mi mision en la vida. Yo no tengo vuestro fuego sagrado.
Era la tipica frase que ponia nervioso a Andrea porque daba en la diana.
– ?Que cojones dices? ?De que fuego sagrado hablas? ?Que pinta aqui eso de la «mision en la vida»? Yo quiero ser abogado, me atrae la idea, creo que me gustara («que me gustaria», se corrigio en el acto para evitar el gafe), y que es un trabajo con el que puedo ser util -dijo Andrea.
– Yo tambien. Pienso que la sociedad, el mundo, se cambian desde abajo. Y que un abogado (si hace bien su trabajo, por supuesto) contribuye a cambiar el mundo. A limpiarlo de la corrupcion, de la delincuencia, de todo lo que esta podrido -anadio Sergio.
Sus palabras son las que mejor recuerdo, y cada vez que pienso en ellas experimento una sensacion ambigua, en vilo entre la ternura y la zozobra, por como esas aspiraciones ingenuas fueron engullidas por los asesinos quiebros de la vida.
Estuve a punto de replicar, pero luego, confusamente, pense que no tenia derecho: a fin de cuentas, yo estaba alli sin derecho alguno, como un intruso en medio de sus suenos. En vista de eso me encogi de hombros y subi de nuevo el volumen de la musica, justo mientras se esfumaba la voz de Billy Joel y empezaba a escucharse la guitarra de los Creedence Clearwater Revival: «Have you ever seen the rain». Afuera acababa de cesar un temporal.
La oposicion constaba de tres pruebas escritas: derecho civil, penal y administrativo, y en cada ocasion se