profesional, que habia sido detenido por enesima vez. Por fin, a ultima hora, tenia que venir mi amigo Sabino Fornelli con sus clientes para hablar de ese caso del que no podia decirme nada por telefono.
Recibi al agrimensor y luego a la mujer del ladron, acompanado de Consuelo. Cuando la presento, los clientes hacen siempre un gesto interrogativo.
– Es mi colega Favia, se ocupara conmigo de su caso.
?Colega?
La pregunta surge siempre, de forma mas o menos evidente, en la mirada del cliente de turno. Yo, entonces, preciso: «La abogada Consuelo Favia. Trabaja conmigo desde hace unos meses. Llevaremos juntos su caso».
El estupor esta bastante justificado y, por lo general, no tiene nada que ver con el racismo. Simplemente, en Bari, y en Italia en general, uno no espera todavia encontrarse con una joven de tez oscura y rasgos andinos que sea abogada.
El agrimensor llevaba un reloj que jamas hubiera podido permitirse con su sueldo, vestia un traje negro antracita con una camiseta de play boy totalmente pasado de moda, y estaba al borde de una crisis de nervios. Decia que no habia hecho nada malo, que como mucho habia aceptado alguna propinilla y algun que otro regalito. Sin que el pidiera nada, se preocupo mucho en precisar. Pero ?quien rechaza algun que otro regalito, que diablos? ?Corria el riesgo de ser arrestado? No correria el riesgo de ser arrestado, ?verdad?
Ha llegado el momento de decir que detesto a los delincuentes como el agrimensor en cuestion. Los defiendo porque asi es como me gano la vida pero, francamente, si por mi gusto fuera, los arrojaria a todos a un lobrego calabozo y me desharia de la llave para siempre. Asi pues, despues de dejarle hablar durante unos veinte minutos, tuve que reprimir el impulso de agravar sus preocupaciones en vez de calmarlas. Le dije que para expresar una opinion mas clara teniamos que examinar la orden de investigacion y las relativas incautaciones y que, eventualmente, las impugnariamos ante el Tribunal de Apelaciones. Luego valorariamos la conveniencia de hablar con el fiscal. Le sugeri que evitase mantener conversaciones comprometedoras por telefono o en los lugares donde habian investigado los inspectores y en los que podian haber instalado todo tipo de micros. A modo de conclusion, Consuelo le dijo friamente que volveriamos a citarle para dentro de unos dias y que, de momento, se pasase por secretaria para la cuestion de los pagos.
La adoro cuando me libera de la desagradable obligacion de hablar de dinero con los clientes.
La mujer del ladron, la senora Carlone, estaba mucho menos nerviosa. Hablar con el abogado de los problemas de su marido con la ley no era una experiencia nueva para ella, aunque este caso fuera mucho mas grave que los anteriores. La policia judicial habia llevado a cabo una larga investigacion acerca de una preocupante serie de robos, habia intervenido lineas telefonicas, seguido a sospechosos, tomado huellas digitales en los pisos que habian sido limpiados y, por ultimo, habia arrestado al senor Carlone y a cinco amigos de este, bajo la acusacion de robo, con los agravantes de reincidencia y asociacion delictiva. Los antecedentes penales de Carlone eran enciclopedicos (aunque algo monotonos, dado que en toda su vida lo unico que habia hecho, exclusivamente, era robar) y cuando su mujer pregunto por lo unico que le interesaba de verdad -cuando saldria- le contestamos que la cosa no iba a ser ni rapida ni facil. Por el momento, impugnariamos ante el Tribunal de Apelaciones la orden de prision preventiva pero, le dije a madame Carlone, era mejor no hacerse muchas ilusiones, incluso en el caso de que solo se probase la mitad de los delitos que se le imputaban.
Cuando la senora se fue le dije a Consuelo que estudiase los papeles que nos habian traido el agrimensor y la mujer del ladron y que preparase los borradores de los recursos.
– ?Puedo decir una cosa, Guido?
Consuelo hace siempre esta introduccion cuando sabe, o supone, que su discurso va a ser polemico. No es una forma de pedir permiso, es una formula estilistica, la manera que tiene de prevenirme acerca de que esta a punto de decir algo que puede que no me guste.
– Puedes.
– No me gustan los clientes como…
– Como nuestro agrimensor, lo se. Tampoco es que a mi me gusten mucho.
– Y entonces ?por que los aceptamos?
– Porque somos abogados penalistas. Mejor dicho: yo soy abogado penalista, tu puede que acabes antes de haber empezado como sigas planteandote estos problemas.
– ?Estamos obligados a aceptar a todos los clientes que acudan a nosotros?
– No, no estamos obligados. De hecho, no defendemos a pederastas, a mafiosos ni a violadores. Pero si empezamos a eliminar tambien de la lista a los ejemplares empleados publicos que aceptan sobres o chantajean a los ciudadanos, terminariamos especializados en recursos contra las multas de aparcamiento.
Queria ser imperceptiblemente sarcastico, pero repare en la nota de leve exasperacion que quebraba un poco mi tono de voz. Me molestaba el hecho de estar de acuerdo con ella y de tener que interpretar el papel que menos me gustaba en aquella conversacion.
– De todas formas, si no quieres ocuparte de eso, del recurso de ese payaso con rolex, quiero decir, yo me encargo de ello.
Ella nego con la cabeza, cogio todos los papeles y me saco la lengua. Antes de que yo pudiese reaccionar se dio la vuelta y salio. La escena me produjo una inesperada emocion. Como una sensacion familiar, de intimidad domestica, de serenidad mezclada con retazos de nostalgia. Las personas que trabajaban conmigo en el bufete eran los sustitutos de la familia que no tenia. Durante unos segundos, tuve hasta ganas de llorar, luego me restregue los ojos, aunque no habian llegado a humedecerse, y me dije que era mejor que me volviera imbecil paso a paso, no de golpe. De momento, era mejor seguir con el trabajo.
A las ocho y media, mientras Maria Teresa, Pasquale y Consuelo se iban, llego Sabino Fornelli con sus clientes y su caso misterioso.
5
Los clientes de Fornelli eran un hombre y una mujer. Matrimonio, unos diez anos mayores que yo, pense al mirarlos. Pocos dias despues, al leer sus datos en el dosier, descubri que teniamos casi la misma edad.
De los dos, el que me impresiono mas fue el marido. Tenia la mirada vacua, los hombros vencidos, la ropa le caia como si le estuviera demasiado grande. Cuando estreche su mano me encontre con una criatura invertebrada e infeliz.
La senora tenia un aspecto mas normal, iba vestida con relativo cuidado, pero en su mirada tambien se advertia algo enfermo, las consecuencias de una lesion del alma. Su entrada en mi despacho fue como la de una rafaga de viento humedo y frio.
Hicimos las presentaciones con un ligero malestar, que no desaparecio durante todo el tiempo que duro la visita.
– Los senores Ferraro son mis clientes desde hace muchos anos. Tonino, Antonio (hizo un gesto para senalar al marido, quiza temiendo que yo pudiese pensar que era la mujer la que se llamaba Antonio), tiene varias tiendas de decoracion y cocina, en Bari y provincia. Rosaria era profesora de educacion fisica, pero dejo la ensenanza hace unos anos y ahora trabaja administrando el negocio con el. Tienen dos hijos.
Al llegar a ese punto se interrumpio, quedandose un rato callado. Lo mire, luego mire a Antonio, mas conocido como Tonino, luego a Rosaria. Luego volvi a mirarle a el, esbozando una sonrisa interrogativa que se convirtio casi en una mueca. Afuera se oyo un ruido, como si chocasen planchas de hierro, y pense que habia habido una colision. Fornelli prosiguio.
– Una chica, la mayor, y un chico, el pequeno, que tiene dieciseis anos. Se llama Nicola y esta cursando el bachillerato cientifico. La chica se llama Manuela, tiene veintidos anos y estudia en Roma, en la Luiss.
Hizo una pausa, como para retomar aliento o como para reunir fuerzas.
– Manuela hace seis meses que esta desaparecida.
No se por que, entorne los parpados al oir esa revelacion, pero tuve que abrirlos enseguida porque en la oscuridad vi unos globos de luz cegadora.
– ?Desaparecida? ?Desaparecida en que sentido?
Una pregunta muy aguda, pense nada mas hacerla. ?Desaparecida en que sentido? En un espectaculo de