«Oh, yo… soy una desgraciada tambien yo, eso es lo que soy… soy una puta, una puta… ?Dios mio!»

Se dejo caer boca abajo sobre el sofa, al tiempo que se cubria la cara con las manos, y los hombros se le estremecian con sollozos silenciosos.

XXXV

Una lenta trama de suenos, un torpor extenuado, un silencio, un vago estruendo de vida lejana, fuga de los pensamientos abandonados a si mismos por los escondrijos del pasado en una calida noche de junio. Antonio salio lentamente de un valle sin nombre poblado de agujas en forma de arbol, volvio a encontrarse en su cama, poco a poco fue recordando, abrio los ojos para ver. Por las ventanas abiertas de par en par, el reverbero de los faroles de neon llegaba y se alargaba en tiras oblicuas por el techo, cruzandose, gracias a lo cual se distinguian las cosas.

Junto a Antonio, ella dormia. Completamente desnuda, yacia boca arriba y con los brazos cruzados sobre el pecho, como la princesa de los faraones, y, a uno y otro lado, sus delicadas manos, que en su abandono seguian la leve curva del pecho y los lentos palpitos de la respiracion. Era un sueno total sin reservas como el de los animalitos, pero la perfeccion de la pose y la expresion de la cara serena y pura le infundian a el una pena por un motivo que no sabia entender: habia en ella la inocencia, la juventud, la fatalidad, la lastima, el tiempo que pasaba y devoraba.

?Cuantos meses habian pasado? Antonio la contemplaba. ?Podia estar encerrado en aquel cuerpecito el infierno? No, tal vez fuera una cosa muy sencilla, tal vez fuese el quien la habia hecho volverse una tragedia. Ahora ya no se debatia entre las dudas y los escrupulos: '?Hice bien o mal al volver a llamarla? ?Soy vil? ?Soy abyecto? Ahora ya no tiene importancia'.

Una noche, tras dos meses y medio de lucha, no habia resistido. Lo recordaba perfectamente: estaba en Roma y con el estaba Silvia, una muchacha inteligente y buena. Al verlo tan hundido, Silvia le habia dicho:

«Pero, a fin de cuentas, ?por que no le telefoneas? ?Que quieres que ocurra? ?Quieres recuperar la salud? ?Que resuelves con la dignidad? ?A ver!»

Y, desde el hotel de Roma, Antonio probo a telefonearle, eran casi las ocho de la noche, una hora no demasiado oportuna, a aquella hora solia estar fuera, pero en aquel momento no. Y al principio ella no se dio cuenta de que era el: su voz carecia ya de audacia.

«Tambien yo queria llamarte uno de estos dias por lo del alquiler».

«Ya hablaremos de eso en Milan», dijo el. «Cuando vuelva, te llamo».

Y no sintio remordimiento ni verguenza, simplemente empezo a respirar y a vivir de nuevo.

Despues en Milan Antonio fue en coche a su casa, ella bajo a la calle, se sento en el coche descapotable y con la mano derecha se puso a toquetear los botones del salpicadero. Estaba palida y chupada. Era una sombra de la Laide de siempre, incluso parecia haberle crecido la nariz, pero para el seguia siendo su amor.

Entonces ella le pregunto si podia pagarle el alquiler unos meses mas.

«?Por que deberia pagarte el alquiler?», le respondio el. «?Que obligacion tengo? ?Tu que me das a cambio?», anadio y lo hacia para no darse por vencido a la primera, pero sabia perfectamente como acabaria la cosa.

«Yo no tengo nada que darte», le respondio Laide, «lo unico que puedo darte es esta persona mia, si no te da asco».

Dijo precisamente «persona» y no «cuerpo», tal vez sin darse cuenta siquiera habia empleado la expresion correcta. Y no hubo mas discusiones ni celos ni ardides ni mentiras, la historia volvio a empezar lentamente y ni el ni ella hablaban de lo sucedido. Nunca, pero es que nunca, le habria contado Laide la verdad, los enganos, los ardides, las intrigas, las lujurias. Era como si las trolas fuesen su bandera desesperada, de la que no renegaria ni aun a costa de su vida, era lo unico que el no podia pedirle, su pudor radicaba extranamente en eso, en sus descarados secretos y, sin embargo, por la noche todo parecia haberse vuelto fisicamente facil, justo y humano.

Se irguio para sentarse en la cama; abajo, en la calle, pasaban pocos coches, debian de ser las dos o las tres, al cabo de poco la noche empalideceria y un halito de aire fresco empezo a entrar en la alcoba. Volvio a observarla, a saber que estaria sonando, minusculas vibraciones nerviosas a saltos movian de vez en cuando los dedos de sus manos, perfectamente unidas como en las estatuas medievales. ?Feliz? Por primera vez despues de un tiempo que, al pensarlo, le parecia inmenso habia cesado aquel tormento a la altura del esternon, ya no tenia aquella barra de hierro candente clavada un poco por debajo del estomago, precisamente como aquella manana en que, al despertar, se habia hecho la ilusion de estar curado, pero poco mas de una hora despues, mientras cruzaba los jardines, habia vuelto a sentirse de repente en el infierno. ?Se repetiria tambien la ilusion aquella vez? No, del sueno de ella, tan abandonado y confiado, le llegaba una sensacion de piedad y paz, como una caricia invisible. Sin dejar de estar boca arriba, Laide tuvo un breve estremecimiento, murmuro minusculos lamentos, voces rotas e incomprensibles como las de los perritos que suenan. Antonio le paso una mano por la frente, empapada en sudor.

Entonces Laide abrio los ojos.

«?Que ocurre? ?Que haces?», balbucio con la boca pastosa del sueno.

«Nada», le respondio, «estaba mirandote».

La voz de ella, extranamente apacible y reflexiva, con aquella erre tan marcada, resultaba un sonido curioso en la noche.

«Oye, Antonio, tengo que decirte una cosa».

Callo un momento. Nunca -le parecio- habia estado la casa tan dormida y silenciosa.

«Este mes», dijo Laide, «no me ha venido la regla».

«?Y que?»

«Pues nada. Yo quiero tener una nina».

Sonrio. En la penumbra la sonrisa era un pequeno centelleo blanco, casi fosforescente. El tuvo una sensacion nueva. Aunque hubiera sabido como, no habria tenido tiempo de responder. La sonrisa de Laide desaparecio lentamente y tambien los parpados, reabsorbidos por el sueno. Pero, aunque habia muy poca luz, Antonio vio que de aquella sonrisa habia quedado un reflejo minimo en las comisuras de los labios y le daba luz:

«Pues nada. Yo quiero tener una nina».

El eco de aquellas palabras perduraba aun en el aire de la alcoba, no habia llegado aun al fondo del silencio y dentro de el tano cuatro o cinco veces. Ahi estaba, pues, la chiquilla tremenda y sin corazon que habia de llevarlo a la ruina. ?Que le habia sucedido? ?Quien la habia cambiado? ?Que le habia infundido aquel deseo tan diferente del bullicio de los night-clubs y de los amores de pago?

Nadie la habia cambiado, habia sido siempre asi, los falsos mitos entre los cuales se habia movido -selva ambigua y cruel- no le pertenecian. En el fondo de su alma anidaban, transmitidos a traves de vias reconditas por antiguas venas de sangre, los deseos de las alegrias sencillas y eternas, domesticas, tranquilizadoras, triviales tal vez, que son la sal de la Tierra.

?Habria dejado de existir de improviso el mundo secreto, pecaminoso y depravado que habia tras Laide y del que parecia proceder? ?No habia existido nunca? ?Se habrian disuelto los aviesos y fascinantes telones? ?Se convertian los fantasmas peligrosos en buena gente cualquiera o desaparecian en abatido tropel alli al fondo, reabsorbidos por las humedas y negras callejuelas de la vieja ciudad? ?Perderia asi Laide la aureola de novela? ?Perderia el enigma? ?Dejaria de ser inalcanzable? ?O habia aun mas misterio en la muchacha sola y remota que, tras haberlo pensado largamente, corria el riesgo y el peligro de traer al mundo una criatura, pese a que la vida no le prometia otra cosa que desprecio, escarnio y deshonor?

Mientras avanzaba con esfuerzo el caliginoso amanecer de Milan, la golfilla dormia, apaciguada, con su petulante naricita hacia arriba. ?Habia vencido o habia perdido su pequena guerra, dia tras dia, renida con dientes apretados, con desverguenza, juventud y trolas? Pero, ?que otra cosa podia hacer? ?Acaso no la habia obligado el, el propio Antonio -como sostenia Piera-, a defenderse y a mentirle? ?Y acaso no tenia ella el derecho a ser una sinverguenza? ?Entonces comprendia el, Antonio, por fin quien era Laide y que sus miserias no habian salido de ella, sino que se habia visto obligada a vivirlas dia tras dia por la ciudad, por los hombres, tambien por Antonio y no habia culpa ni maldad ni verguenza ni motivo de desprecio o castigo?

?Y duraria aquella paz, aquella tregua? ?Podria bastar la maternidad para apagar en aquella criatura

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