anos. ?Como pueden hacerle eso a un crio?
– ?Cual es el apellido de Alonzo?
– Winslow.
– Alonzo Winslow. ?Y usted es la senora Winslow?
– No -dijo con indignacion-. No va a poner mi nombre en el periodico junto a un monton de mentiras.
– No, senora. Solo quiero saber con quien estoy hablando.
– Wanda Sessums. No quiero mi nombre en ningun periodico, solo que escriba la verdad. Ha arruinado su reputacion al llamarlo asesino.
«Reputacion» era una palabra que disparaba las alarmas cuando se trataba de reparar errores cometidos por un periodico, pero casi me rei al examinar el articulo que habia escrito.
– Dije que lo detuvieron por el asesinato, senora Sessums. Eso no es mentira; es cierto.
– Lo detuvieron, pero el no lo hizo. El chico no haria dano a una mosca.
– La policia dice que tiene antecedentes desde los doce anos por vender droga. ?Eso tambien es mentira?
– Anda por las esquinas, si, pero eso no significa que haya matado a alguien. Se lo van a endilgar y usted les sigue la corriente con los ojos bien cerrados.
– La policia dijo que confeso que mato a la mujer y metio su cadaver en el maletero.
– Es una mentira de mierda. No hizo eso.
No sabia si se estaba refiriendo al asesinato o a la confesion, pero no importaba: tenia que cortarla. Mire la pantalla y vi que me esperaban seis mensajes de correo electronico. Todos habian llegado desde que habia salido de la oficina de Kramer. Los buitres digitales estaban volando en circulos. Queria terminar con la llamada y pasarle eso y todo lo demas a Angela Cook, cederle a ella el trato con la gente loca y desinformada que llamaba, dejarselo todo.
– Vale, senora Winslow, voy a…
– Es Sessums, ?se lo he dicho! ?Ve como se equivoca todo el tiempo?
En eso me habia pillado. Me concedi un momento de pausa antes de hablar.
– Lo siento, senora Sessums. He tomado unas notas y lo mirare, y si hay algo de lo que pueda escribir, no le quepa duda de que la llamare. Entretanto, le deseo suerte y…
– No lo hara.
– ?No hare que?
– No me llamara.
– Le he dicho que la llamare si…
– ?Ni siquiera me ha preguntado el numero! No le importa. Es tan hijoputa como los demas, y mi chico va a ir a la carcel por algo que no hizo.
Me colgo y me quede sentado inmovil un momento, pensando en lo que habia dicho de mi; luego volvi a arrojar la seccion metropolitana a la pila. Mire la libreta que tenia delante de mi teclado. No habia tomado notas y esa mujer supuestamente ignorante tambien me habia pillado en eso.
Me recoste en la silla y estudie el contenido de mi cubiculo: un escritorio, un ordenador, un telefono y dos estantes llenos de archivos, libretas y periodicos. Y un diccionario encuadernado en cuero rojo tan viejo y usado que el nombre «Webster» se habia borrado del lomo. Mi madre me lo habia regalado cuando le habia dicho que queria ser escritor.
Era lo unico que me quedaria despues de veinte anos en el periodismo. Lo unico con algun significado que iba a llevarme al cabo de dos semanas seria ese diccionario.
– Hola, Jack.
Regrese de mi ensueno para levantar la mirada y ver el encantador rostro de Angela Cook. No la conocia, pero habia oido hablar de ella: una recien contratada de una facultad de prestigio. Era lo que llamaban una «periodista movil», por su destreza para informar desde el terreno valiendose de cualquier medio electronico. Podia enviar texto y fotos para la web o el periodico, o video y audio para las emisoras de television y de radio. Poseia la preparacion necesaria para hacerlo todo, pero en la practica estaba muy verde. Probablemente iban a pagarle quinientos dolares a la semana menos que a mi y, considerando la presente situacion economica del periodico, eso le daba mas valor desde el punto de vista empresarial. No importaban los articulos que se perderian porque le faltaban fuentes; daba igual cuantas veces la enganarian y manipularian los jefes de la policia, que reconocian una oportunidad en cuanto la veian.
Probablemente tampoco duraria mucho. Conseguiria unos anos de experiencia, firmaria unos cuantos articulos decentes y progresaria a cosas mayores, algo relacionado con el derecho o con la politica, quizas un trabajo en la tele. Pero Larry Bernard tenia razon: era una belleza de pelo rubio, ojos verdes y labios gruesos. A los polis les encantaria verla en sus comisarias. No tardarian ni una semana en olvidarse de mi.
– Hola, Angela.
– El senor Kramer me ha dicho que viniera.
Estaban actuando deprisa. Me habian dado la rosa hacia menos de quince minutos y mi sustituta ya estaba llamando a la puerta.
– ?Sabes que? -dije-. Es viernes por la tarde, Angela, y acaban de echarme. Asi que no empecemos con esto ahora. Mejor lo dejamos para el lunes por la manana.
– Si, claro. Y, eh, lo siento.
– Gracias, Angela, pero no pasa nada. Creo que al final sera lo mejor para mi. Pero si estas apenada, puedes venir esta noche al Short Stop y me invitas a una copa.
Angela me sonrio y se avergonzo, porque tanto ella como yo sabiamos que eso no iba a ocurrir. La nueva generacion no se mezclaba con la vieja, ni dentro ni fuera de la redaccion. Y menos conmigo. Yo era historia y ella no tenia ni tiempo ni interes de relacionarse con las filas de los caidos. Ir al Short Stop esa noche seria como visitar una leproseria.
– Bueno, quizas en otra ocasion -dije con rapidez-. Te vere el lunes, ?vale?
– El lunes por la manana. Y yo pagare el cafe.
Sonrio, y me di cuenta de que era ella la que deberia seguir el consejo de Kramer y probar suerte en television.
Se volvio para marcharse.
– Ah, Angela.
– ?Que?
– No lo llames senor Kramer. Esto es una redaccion, no un bufete de abogados. Y la mayoria de los jefes no merecen que los llames senor. Recuerda eso y te ira bien aqui.
Sonrio otra vez y me dejo solo. Acerque mi silla al ordenador y abri un documento nuevo. Tenia que poner en marcha un articulo sobre un asesinato antes de poder salir de la redaccion e ir a ahogar mis penas en vino tinto.
El Short Stop estaba en Sunset Boulevard, en Echo Park. Eso lo dejaba cerca del Dodger Stadium, de modo que cabia presumir que tomaba su nombre de la posicion de jugador de beisbol. Tambien se hallaba cerca de la Academia de Policia de Los Angeles, lo cual lo habia convertido en un bar de polis en sus primeros anos. Era uno de esos locales que aparecian en las novelas de Joseph Wambaugh, donde iban los polis a estar con los de su propia clase y con aquellos que no los juzgaban. Pero esos dias habian pasado hacia mucho: Echo Park estaba cambiando. Estaba llegando la moda de Hollywood y los nuevos profesionales que se mudaron al barrio fueron echando a los polis del Short Stop. Subieron los precios y los maderos encontraron otros garitos. La parafernalia policial todavia colgaba de las paredes, pero cualquier agente que acudiera alli en la actualidad simplemente estaba desinformado.
Aun asi, me gustaba el local porque estaba cerca del centro y me pillaba de camino a mi casa de Hollywood.
Era temprano y pudimos escoger sitio en la barra. Elegimos los cuatro taburetes que quedaban delante de la tele; yo, luego Larry y a su lado Shelton y Romano, los dos tipos de Deportes. No los conocia muy bien, asi que me