Bandidos armados y enmascarados habian asaltado durante la noche el edificio, matando a los guardianes, forzando la puerta blindada y robando el tesoro entero. Las cajas del Estado no tenian ya ni un centimo.
?Y el culpable? Salitre explico con magnificas argumentaciones que no podian haber sido delincuentes vulgares. Habian sido, sin duda, maleantes guiados por un hombre astuto, habil en lo manual y profundo en la ciencia. Solo uno, sostenia en suma el chambelan, podia haber organizado un golpe semejante. Y su nombre era De Ambrosiis.
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A Leoncio le parecio que se le caia una venda de los ojos: ?pero como no lo habia comprendido antes? ?Pero como no se habia dado cuenta por si mismo? Ahora se lo explicaba todo: De Ambrosiis tenia envidia de los osos, por los que habia malgastado sus dos encantamientos; De Ambrosiis habia inventado el robo de la varita para evitar que el Rey pudiera pedirle otros servicios y para desacreditar a las fieras; De Ambrosiis, siempre para calumniar a los osos, habia puesto en escena la fabula del banquete nocturno en la bodega (y si el, Leoncio, habia creido por un instante percibir el palacio, habia sido por autosugestion). En fin, De Ambrosiis sediento de poder y de oro, maquino el saqueo de la Banca.
De Ambrosiis fue detenido media hora despues por orden expresa del Rey, aunque protesto de lo lindo. Lo cargaron de cadenas y lo encerraron en la celda mas profunda y tenebrosa de la prision.
Pero, entretanto -nos preguntamos-, ?que va curioseando en la sede de la Banca, tras las idas y venidas de los policias encargados de las indagaciones, cierto oso Jazmin, que suele vagabundear por la ciudad con aspecto estupido, hasta el punto de que se le cree un poco tocado de la cabeza?
«?Andando! ?Fuera de aqui!», le gritan los guardias.
El, en cambio, ni caso. Pone una sonrisita boba como si no hubiese entendido y, mientras tanto, continua mirando a hurtadillas a su alrededor, especialmente alli donde eran mas evidentes las huellas de los ladrones: la puerta blindada de la camara del tesoro, que yace por tierra arrancada de sus goznes.
«?Ha sido De Ambrosiis?», se pregunta Jazmin incredulo, y se agacha para recoger del suelo seis o siete pelos que han escapado a los ojos de la policia gubernativa. Los huele, los mira a contraluz.
«?Suelta eso, entrometido!», le grita un guardia. «?Que es lo que has recogido del suelo?»
«Nada, solo unos pelos».
«?Pelos? ?Dejame ver inmediatamente!», y apenas los ve, el policia se pone a gritar como un grajo. «?Los pelos de la barba del mago! ?Los pelos del mago! ?Comisario, comisario! ?Aqui esta la prueba decisiva!»
Sin embargo, Jazmin rie aun con aire estupido. Si, si, barba; si, si, mago. El los ha reconocido enseguida: son pelos de oso, apostaria la cabeza.
?Ay! Han sido, pues, los osos los que han dado el golpe delictivo. Y De Ambrosiis es inocente. Pero ahora, ?como poner sobre aviso al Rey Leoncio? ?Como convencerle? ?Como salvar a De Ambrosiis de la horca? Desde hace algun tiempo Jazmin vive con los ojos siempre abiertos. ?Sabe tantas cosas, ademas de este asunto del tesoro, que Leoncio ni se imagina! Y ahora no hay tiempo que perder. Incluso a costa de darle un enorme disgusto, es necesario advertir al Rey Jazmin debe enviarle una carta.
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CAPITULO DECIMO
Con el correo de la manana le llega al Rey la siguiente misiva, que transcribimos textualmente, con todas las faltas de ortografia (porque Jazmin ha sido siempre bastante burro en la escuela).
Buen Rey, tienes cerca una bibora
que te ace cometer hinjusticias.
Un hinocente esta encerrado en prision
y el ladron esta por eso contenton.
Tu: «y si lo sabes, ?por que no lo dizes?»
Yo: «?Porque no quiero piyarme las narizes!»
Pero una noche de estas
pasa por la calle de La Bruyere 40
y acuerdate del esmoquin ponerte,
o el elegante chaque.
Antes de que la noche llegue a su fin
se lo agradeceras a
Jazmin
?Que nueva diablura era aquella? ?Un nuevo misterio? ?No habia ya bastantes? El Rey no se aclaraba. Sin embargo, Jazmin le habia sido siempre simpatico y quiso seguir su consejo.
En cuanto se hizo de noche, poniendose por primera vez en su vida un traje de gala (porque odiaba las ropas de cualquier clase), se dirigio completamente solo al lugar indicado. Las calles estaban desiertas.
El numero 40 de la calle de La Bruyere era un elegante chalet. El Rey llamo, se abrio la puerta, un mayordomo galoneado le acompano hasta arriba por una escalerilla y al final de la escalera diviso, ?oh, maravilla!, una gran sala, en la que Leoncio, paralizado de estupor, vio docenas de osos elegantisimos -y alguno hasta con un monoculo- que jugaban a juegos de azar. Voces confusas se entremezclaban. «?Buen golpe! ?Capote!», gritaba uno. «?A mi diez mil, veinte mil». Y otro: «?Desbancado, maldicion! ?Estoy arruinado! ?Canallas!» Montones de oro pasaban, en el caprichoso juego de la fortuna, de unos a otros, con una rapidez extraordinaria. De aqui y alla surgian risas. ?Que depravacion, que verguenza! Pero se le helo la sangre en las venas cuando su mirada se dirigio al fondo de la sala. ?Sabeis quien estaba alli? Tonio, su hijo, que estaba dilapidando su sueldo de principe, del que solo le quedaban ya unas monedas. Sentados a su mesa habia tres osazos de aspecto patibulario. Uno de ellos decia: «Adelante, jovencito, me debes todavia 500 ducados». Y lo decia de tal modo que Tonio, espantado, a quien no le quedaba ya ni un real, se arranco del cuello un precioso colgante de oro, regalo de su padre por su cumpleanos, y lo arrojo sobre el tapete verde.
«?Desgraciado!», grito en ese momento el Rey desde la entrada, y se precipito a traves de la sala, aferro por el cuello a su hijo, sin escuchar las protestas de los jugadores que no lo habian reconocido, lo arrastro a la salida y despues afuera, sin decir una palabra, hasta el palacio. Tonio, avergonzado, sollozaba.
Y ahora, medidas energicas. Esa misma manana, el innoble garito fue invadido por la policia, pero no se encontro mas que al personal de servicio, y ninguno sabia quien era el patron. La casa de juego tenia tres pisos:
En la planta baja: sala de ruleta, bar y guardarropa.
En el primer piso: gran salon para juegos de cartas y escondrijo en donde el misterioso tahur amontonaba las ganancias.
En el segundo piso: cocina y sala de banquetes.