Oh, no, esta voz mia
os trae el misterio
que nadie conoce
del abismo negro.
Los hombres:
Del profundo abismo
nos salvo el amor
del Crucificado
que murio por nos.
La serpiente:
Muerte y desolacion;
sobre vosotros, eterno,
el veneno de los dientes
de la boca del infierno.
Los hombres:
Peste y llamaradas
en nuestros cobijos.
?Deprisa, las madres,
salvad a vuestros hijos!
?Y entonces las madres escaparon de las casas de la costa llevando en brazos a sus ninos, y huyeron tambien los hombres, los perros y los pajarillos, que son capaces de volar! Pero para salvar la ciudad, el Rey Leoncio salio al mar con los osos mas valientes y subio a bordo de un esquife para combatir al monstruo. Iba armado de un fuerte arpon y los otros de escopetas y arcabuces. Tambien estaba Salitre, armado de un gran fusil: aunque el Rey le habia dicho que se podia quedar en casa, se habia empenado en venir tambien el.
Mientras desde la costa una inmensa multitud los contemplaba conteniendo la respiracion, la barquichuela, empujada gallardamente por los remeros, se separo de la ribera acercandose a la terrible culebra, que alzaba y escondia alternativamente la cabeza entre el oleaje espantoso de espuma.
Leoncio, de pie en lo alto de la proa, levanto el arpon pronto para asestar el primer golpe.
Y he aqui que de una de las ondas surge vibrando un cuello alto como una encina, sosteniendo la cabeza mas horripilante que se pueda imaginar. La serpiente abrio de par en par las fauces, que parecian una cueva, y se lanzo sobre la fragil barca. Entonces Leoncio arrojo el arpon.
Silbando, el arpon volo como un rayo y se hundio al menos tres palmos en la garganta del monstruo. Siguio una fragorosa detonacion: los companeros del Rey habian descargado a la vez sus armas para asestar el golpe de gracia.
Durante un minuto el esquife quedo envuelto en una densa nube de humo a causa de los disparos. Despues, mientras la serpiente de mar se hundia entre borbotones de sangre y un altisimo grito de alegria retumbaba de ribera a ribera, el viento se llevo el humo y se pudo ver.
Se vio en la proa de la pequena embarcacion al Rey Leoncio caido boca abajo. Un arroyuelo de sangre brotaba de su espalda. Al mismo tiempo, uno de los remeros, dejando el remo, salto en pie blandiendo un hacha, se lanzo contra el chambelan Salitre y le separo de un solo tajo la cabeza del cuerpo. Era el oso Jazmin.
?Que tragedia!
Embarcandose expresamente para no perder de vista a Salitre, el valiente oso detective lo habia visto todo: aprovechandose del tiroteo general, el chambelan habia disparado, no contra el monstruo, sino contra su Rey. ?Ay, el timido Jazmin sospechaba la verdad desde hacia algun tiempo, pero no habia tenido valor para confesarle todo al Soberano: esto es, que la varita magica habia sido robada por Salitre, que a Salitre se debian los banquetes en la bodega del palacio embrujado; Salitre habia saqueado la Banca; Salitre habia organizado el garito; Salitre conspiraba para suprimir a Leoncio y arrebatarle la corona. Hasta el monumento le estaba destinado a el, a Salitre, y no al Rey, que jamas habia tenido el hocico tan largo. Pero Jazmin, esperando siempre que el chambelan se traicionase a si mismo, no habia indicado a Leoncio mas que el asunto de la timba. Y ahora era ya demasiado tarde.
Con el Rey mortalmente herido a bordo, la navecilla se apresuro hacia la ribera en un inmenso silencio, porque la multitud, petrificada por el dolor, no podia ni siquiera llorar.
***
Desembarcado en la playa, Leoncio fue llevado al palacio; los medicos acudieron a curarlo, pero no se atrevieron a decir nada. Alguno solo movia la cabeza, dejando entender que cualquier esperanza parecia perdida.
***
CAPITULO DUODECIMO
Y hemos llegado a la noche en la cual el Rey Leoncio llamo a su hijo y a los osos mas fieles porque se sentia proximo a la muerte. Por el pequeno agujero hecho por la bala huia poco a poco la vida.
Para no amargarlo mas, ninguno tuvo el valor de decirle que la varita magica y el oro sustraido a la Banca habian sido encontrados en el palacio del mismo Salitre, que efectivamente este magnifico palacio existia y que en aquella noche famosa, dandose cuenta de que el Rey se acercaba, el chambelan lo habia hecho desaparecer momentaneamente mediante un golpe de la varita magica robada.
Pero el Soberano se alegro mucho de ver aparecer en su cuarto al profesor De Ambrosiis, mandado desencarcelar enseguida.
«No nos dejes, papa», imploraba su hijito Tonio. «Sin ti, ?que haremos? Tu nos has conducido desde las montanas, nos has librado de los enemigos y de la serpiente de mar. ?Quien dirigira ahora a nuestro pueblo?»
«No te atormentes, Tonio», murmuro el Sire. «Nadie es necesario en este mundo. Partido yo, habra algun otro caballero capaz de custodiar la corona. Pero para vuestra salvacion, hermanos, habreis de prometerme una cosa».
«Habla, oh Rey», dijeron todos cayendo de rodillas. «Nosotros te escuchamos».
«Volved a las montanas», dijo lentamente Leoncio. «Dejad esta ciudad donde habeis encontrado la riqueza, pero no la paz del espiritu. Quitaos de encima estos vestidos ridiculos. Tirad el oro. Arrojad los canones, los fusiles y todas las demas cosas diabolicas que los hombres os han ensenado. Volved a ser los que erais antes. ?Que felices viviamos en aquellas solitarias cavernas abiertas a los vientos y no en estos melancolicos palacios llenos de cucarachas y de polvo! Las setas del bosque y la miel silvestre os parecian entonces el manjar mas exquisito. ?Oh, bebed otra vez el agua pura de los manantiales y no el vino, que arruina la salud! Sera triste separarse de tantas cosas bellas, lo se, pero luego os sentireis mas contentos y sereis tambien mas hermosos. Estamos gordos, amigos, esta es la verdad, y hemos echado barriga.»
«?Oh, perdonanos buen Rey!», dijeron todos. «?Ya veras como te obedeceremos!»
***