De una gran telarana que colgaba de un rincon se desprendieron, avanzando hacia Leoncio, una docena de espectros que gemian y hacian muecas.

«Los osos, animales ingenuos -habia pensado De Ambrosiis-, tendrian un miedo de mil demonios». Pero el calculo habia fallado. Precisamente por ser simples e ingenuos, los osos contemplaron aquellas extranas apariciones con curiosidad y nada mas. ?Por que atemorizarse? No tenian dientes, ni colmillos, ni unas; y sus voces se parecian a la de la lechuza.

«?Vaya, mira, unas sabanas que bailan solas!», exclamo un osezno.

«Y tu, hermoso panuelito, ?por que giras de ese modo?» pregunto otra fiera de un palido espiritillo que daba vueltas a la altura de su hocico.

Pero ved tambien que los espiritus se detienen, dejando los gemidos y las locuras.

«?Que es esto?», grita uno de ellos con voz debil, pero ansiosa, cambiando completamente de tono. «?Nuestro buen Rey! Pero, ?como?, ?no me reconoceis?»

«Pues… no se… verdaderamente…», murmura Leoncio azorado.

«Soy Teofilo», dice el espiritu, y despues, indicando a sus companeros: «y estos son Gedeon, Bafis, Narizotas, Patillas, tus fieles osos. ?No los reconoces?»

Finalmente, el Rey los reconocio. Sus osos caidos en la batalla se habian transformado ya en espectros. Refugiados en el castillo, se habian hecho enseguida amigos de los fantasmas de los hombres y vivian en buena compania. Pero ?como habian cambiado! ?Donde estaban el simpatico hocico, las robustas patas, la suntuosa piel? ?Se habian hecho diafanos, debiles, palidos, como velos evanescentes!

«?Mis bravos osos!», dice Leoncio conmovido, tendiendo las garras.

Se abrazaron, o al menos intentaron abrazarse, porque la cosa no es tan facil entre un oso de carne y hueso y un fantasma hecho de materia impalpable. Entretanto llegaban mas osos por una parte, mas fantasmas por otra. Entre estallidos de risas y exclamaciones de alegria se sucedian nuevos reconocimientos. Tambien los espiritus de los hombres, pasado el primer momento, acudian festivamente. No les parecia verdad a los espectros que, por fin, hubieran conseguido encontrar una ocasion para alegrarse un poco. Encendidas las hogueras, empezaron sin mas las danzas a los sones de una improvisada orquestina: habia un violoncelo, un violin y una flauta, por no hablar de los cantantes y de los bailarines.

?Y De Ambrosiis? ?Como no se le ve? Se ha escondido en un rincon oscuro y desde alli observa la escena, maldiciendo la estupidez de los espiritus, que no han conseguido meter miedo a los osos. Pero por esta noche ya no hay nada que hacer.

Bailaron, cantaron y se quisieron osos y fantasmas. Un viejo espectro, en el colmo del regocijo, bajo a rebuscar en las bodegas del castillo, entre esqueletos, aranas y enormes ratones, una cuba de un vino tan viejo que ni siquiera el Gran Duque poseia otra igual. Leoncio, como Rey, despues de haber participado en el primer baile en corro, prefirio apartarse con el fantasma de Teofilo, que habia sido un oso sabio y prudente. Y con el discutio largamente la situacion y la posibilidad o no de encontrar a su hijito raptado.

«?Ah, tu Tonio!», dijo en ese punto Teofilo. «?Me olvidaba de decirtelo!» ?Sabes que aqui he tenido noticias suyas? ?Sabes que se encuentra en el T…?»

No pudo acabar la palabra. «?Deng! ?Deng! ?Deng!», hizo el espiritu del antiguo reloj. ?Las tres de la manana! ?La hora de acabar el encantamiento! De repente, los espiritus se disolvieron como el vapor que sale de las ollas, se transformaron en una ligera nubecilla que temblo un poco en los salones, con ligeros susurros, y luego desaparecio.

Leoncio habia llorado de rabia. ?Y pensar que estaba a punto de saber donde estaba su Tonio! Pero tenia que resignarse. Seria inutil esperar a la noche siguiente. Porque una antigua ley establece que los fantasmas no pueden verse mas que una vez al ano.

***

***

***

CAPITULO CUARTO

El pequeno Tonio, hijo del Rey Leoncio, se encontraba, pues, «en el T…» Pero, ?que diablos de palabra podria ser esa? ?Que queria decir el fantasma del viejo Teofilo? Leoncio trataba de adivinar… ?Cuantas cosas empezaban por «T»! ?Tablero de las fichas? ?Tiro al blanco? ?Teatro? ?Tropico? ?Tribunal? ?Tarima? ?Oh, era inutil empenarse! Acaso Teofilo queria decir que Tonio estaba en el «termino» de sus problemas, por ejemplo, o en el termino de su vida (pero que horrible idea). Hasta que uno dijo: «?Y si el viejo quiso aludir al Tremontano, el castillo cercano a este?»

El Rey Leoncio no lo habia oido nombrar nunca, pero algunos osos, de esos que siempre lo saben todo, se le explicaron: el Tremontano era un castillo situado en el fondo de un estrecho valle de los montes Peloritanos, distante como maximo tres o cuatro leguas. El castillo estaba habitado por un ogro llamado Troll, que vivia solo.

?Y si el ogro Troll habia hecho prisionero al osezno? Habia que ir a ver. Y el Rey Leoncio, con un batallon, organizo la marcha.

El ogro dormia. Era ya viejo y pasaba los dias en la cama, levantandose solamente unos momentos para comer. En cuanto a la comida, se habia organizado bien. Habeis de saber que hacia mucho tiempo habia conseguido capturar al famoso Gato Macaco, que era casi tan grande como una casa de las nuestras. Encerrado en una inmensa jaula en el patio del castillo, el Gato Macaco se veia obligado a trabajar para el ogro.

?Quien de vosotros no habia oido hablar nunca del Gato Macaco? En una ocasion habia recorrido de arriba abajo Europa devorando hombres y caballos. De vez en cuando corria la voz: «?Llega el Macaco!» Entonces los aldeanos huian a las montanas o se encerraban en casa. Pero el corria como el viento y siempre habia alguno al que no le daba tiempo a esconderse. Hasta que un dia cayo por la garganta del Tremontano, y alli estaba el ogro al acecho, con una gran red hecha de cabellos de brujas. El Gato fue hecho prisionero y encerrado en el jaulon.

Y asi estaban ahora las cosas.

A la entrada del valle el ogro habia puesto falsos carteles indicadores, con letreros asi: «A la posada de Jauja, comida y alojamiento gratis, a veinte minutos de camino». O bien: «?Ninos! ?Distribucion de preciosisimos juguetes!», y una flecha indicaba el camino. O tambien: «Caza prohibida», e inmediatamente los cazadores se dirigian a aquel sitio.

Caminantes, ninos desobedientes que retozaban por los campos en lugar de estudiar, cazadores furtivos en busca de caza, llegaban de esa forma al Tremontano.

En ese momento, las cornejas de guardia se precipitaban en la habitacion del ogro, le despertaban a picotazos, el ogro Troll abria un portillo de la jaula del Gato Macaco, el Gato Macaco sacaba una zarpa y trituraba al forastero. Despues Troll escogia con cuidado las carnes mas tiernas y sabrosas y el resto se lo echaba al Macaco.

El ogro, pues, dormia. Acababa de engullir a un apetitoso chiquillo llamado Beppino Malinverni, alumno de tercero de Primaria, que aquella manana habia hecho novillos.

Pero una corneja entro veloz por la ventana, volo hasta la cama del ogro y, con la mayor diligencia, se puso a picotearle la nariz.

«?Que haces, animalucho?», refunfuno Troll sin abrir siquiera los ojos.

«Visitas, mi senor, visitas», grazno la corneja.

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