«?Maldicion! ?Por que no se podra nunca dormir tranquilo?», renego el ogro saltando del lecho.

?Y que ve acercarse al castillo por el camino cortado a pico en la roca? ?Caminantes, ninos, cazadores, algo apetitoso para comer? Ve al profesor De Ambrosiis, que subia todo apresurado.

«?Eh, esqueleto andante!», grito el ogro, que lo conocia desde hace anos. «?Que casualidad te trae por aqui?»

«Despierta, Troll», dice el mago, poniendose bajo las ventanas. «?Llegan los osos!»

«Bien, bien», responde el ogro. «El oso: buenisima carne. Un poco durilla, si se quiere, pero llena de sabor. ?Y cuantos son? ?Un par de ellos?»

«Si, si, un par», se carcajeo el mago. «Alguno mas».

«?Diez, quieres decir? ?Mi Gato tendra para hartarse!»

«Si, si, diez», y De Ambrosiis, cosa rara, se retorcia de risa. «?Veras que hermosa compania!»

«?Quieres hablar, brujo del infierno?», grito el ogro con una voz como para hacer temblar las montanas. «Rapido, ?cuantos son?»

«Un batallon, si lo quieres saber. Seran doscientos o trescientos. Y vienen a hacerte una pequena visita».

«?Por el diablo!», exclamo Troll, impresionado al fin. «Y entonces, ?que hacemos?»

«?Tu libera al Gato! ?Abrele la jaula! Ya sabra el arreglar las cosas».

?Liberar al Gato Macaco? ?Y si despues se iba a sus asuntos? La idea, no obstante, era excelente.

Y habia poco tiempo que perder. Alla por el fondo del valle, donde el camino empezaba a trepar por la ladera de la montana, se veia avanzar ya una larga fila de puntitos negros, una fila que no acababa nunca.

Troll salio al patio y abrio la jaula.

Hacia un dia estupendo. Jadeando un poco, los osos subian a buen paso. Cuando, de pronto, los rayos del sol se apagaron como por un temporal repentino.

Los osos levantaron la vista.

?Dios mio! Aquello no eran tinieblas ni temporal, sino la sombra del Gato Macaco, que se precipitaba ya desde las penas.

Garzas, tabanos,

puercos, grillos,

grullas, nematoceros,

perros y vampiros,

aranas, tarantulas,

pulgas y armadillos,

?todo es buen bocado

para el Gato Macaco!

Jesuses, Antonios, Pedros, Evaristos,

fregonas, marqueses y ninos muy listos,

Bernardos, Carlos, Cesares, Macarios,

condes, jueces, notarios,

?todo es buen bocado

para el Gato Macaco!

Sangre y carniceria,

aullidos y griteria,

temblores, ruina, caidas enormes,

masacres y hecatombes,

?todo es buen trabajo

para el Gato Macaco!

Los osos no habian visto nunca nada igual.

Hay quien, entonces, pide ayuda; quien huye; quien intenta hacerse pequeno y esconderse en las grietas de las rocas; quien dispara en una defensa inutil; quien directamente se arroja al abismo, no queriendo ser pasto del legendario monstruo.

Solo uno pierde la cabeza. Es un oso de familia humilde denominado Esmeril, considerado hasta ahora por la mayoria como algo tonto, quiza porque es un poco duro de oido. Pero en esta ocasion no es necesario oir. Cuando ve que el Gato Macaco hace estragos entre sus companeros, Esmeril extrae de un saco una hermosa bomba de las que cogieron al Gran Duque y, llevandola bien apretada entre las garras, corre hacia las fauces del monstruo.

***

«?Esmeril, estas loco! ?Que haces?», le grita alguno. Pero el, derecho hacia la muerte.

El Gato no tiene ni siquiera necesidad de agarrarlo. Se lo encuentra justo bajo la boca y se lo traga vorazmente, con piel y todo. Cae dando vueltas en el estomago del monstruo. Cuando llega al fondo, prende fuego a la mecha.

Un relampago cegador, un nubarron negro, un maullido que hiela la sangre. Durante un instante no se entiende nada. Despues el viento hace desaparecer el humo y como locos los osos se ponen a bailar y a entonar alegres canciones.

En el fondo del barranco yace el Gato con la panza reventada, muerto. Y un poco mas alla, todo chamuscado y molido, el bravo oso Esmeril, que se ha sacrificado por sus companeros. La explosion lo ha lanzado fuera del vientre del Macaco y, por suerte, ha ido a caer en una gran poza de agua, que ha amortiguado la caida y apagado el pelo, que ya le ardia. Se levanta por si solo, consigue aun caminar, ?viva!

No obstante, se oye a alguien que llama: «?Tonio, Tonio mio! ?Donde estas?» Es el Rey Leoncio, que se lanza hacia el castillo con la esperanza de encontrar a su hijo. Entra en el patio, vaga de sala en sala. No se ve alma viviente. No hay rastros del osezno. Por doquier, vacio y silencio.

?Ay!, cuantas fatigas por nada, cuantos osos muertos inutilmente; hubiera sido mejor no hacerse ilusiones.

***

CAPITULO QUINTO

A las puertas de la capital estaba el enorme Castillo del Cormoran, la fortaleza de las fortalezas, la mas fuerte de las fortalezas conocidas en aquel tiempo. El camino que llevaba a la ciudad pasaba a traves de el. Pero si sus puertas, puertas de hierro macizo, estaban cerradas, nadie podia entrar. Ejercitos enteros lo habian intentado, durante largos meses habian acampado a las puertas de la capital disparando continuamente sus canones para destrozar las murallas; pero como si nada. Cansados y decepcionados habian tenido que resignarse a emprender el camino de la retirada.

Asi que el Gran Duque estaba al resguardo de la fortaleza, tranquilo como un canonigo. ?Los osos! Que vinieran los osos a hacer la prueba, estariamos encantados, montanas de proyectiles estaban preparadas contra sus pellejos. Y los centinelas paseaban arriba y abajo por el camino de ronda de las murallas, con la escopeta al hombro. «?Alerta! ?Alerta!», se gritaban unos a otros cada media hora, y todo marchaba divinamente.

Pero los osos seguian adelante por el camino del valle, cantando sus rudas canciones, y pensaban que ya se habian acabado las batallas. Las puertas de aquella gran ciudad (se imaginan) les serian abiertas, el pueblo les

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