como su cabello; alrededor de ellos habia arrugas.
—?En que estas pensando? —pregunte.
—En el dia en que llegaron ustedes. ?Recuerdas?
Apoyando mi cabeza en su muslo, recorde.
Joe y yo pasamos nuestros primeros anos junto al mar. Nuestro padre tenia una pequena cabana en el muelle, que se parecia mucho a esta donde viviamos con abuelita, salvo que la nuestra tenia abajo un gran sotano donde almacenabamos y salabamos las sardinas despues de una pesca abundante. Cuando pienso en esa cabana, pienso primero en el olor a pescado… el buen olor que significaba que el sotano estaba bien provisto y podiamos tener la certeza de que habria comida suficiente durante algunas semanas.
Yo siempre habia cuidado a Joe porque nuestra madre murio cuando el tenia cuatro anos y yo seis, y ella me dijo que cuidara siempre a mi hermanito. A veces, cuando nuestro padre habia salido con la barca y soplaba un ventarron, soliamos pensar que nuestra cabana seria arrastrada al mar; entonces yo acunaba a Joe y le cantaba para impedir que se asustase. Yo solia pretender que no estaba asustada y descubri que ese era un buen modo de no estarlo. Simular continuamente me ayudaba mucho, al punto de que no temia a muchas cosas.
Los mejores momentos eran cuando el mar estaba sereno y en epocas de cosecha, cuando los bancos de sardinas llegaban a nuestra costa. Los voceadores, que estaban de guardia a todo lo largo de la costa, divisaban entonces a los peces y daban la alarma. Recuerdo cuanto se entusiasmaban todos cuando se elevaba el grito de 'hewa', pues en el dialecto de Cornualles hewa significa 'un cardumen de peces'. Entonces partian las embarcaciones y llegaba la pesca; y nuestros sotanos se llenaban. En la iglesia habria sardinas entre las gavillas de trigo, las frutas y vegetales, para mostrar a Dios que los pescadores eran tan agradecidos como los agricultores.
Joe y yo soliamos trabajar juntos en el sotano, poniendo una capa de sal sobre cada capa de pescado hasta que yo creia que mis manos nunca volverian a estar calientes, ni libres del olor a sardina.
Pero esos eran los buenos momentos, y llego ese invierno en que no hubo mas pescado en nuestros sotanos y las tempestades fueron peores de lo que habian sido en ochenta anos. Joe y yo ibamos con los otros ninos a las playas, de noche, para extraer anguilas de la arena con nuestros pequenos garfios de hierro; las llevabamos a casa y las cocinabamos. Llevabamos tambien lapas y atrapabamos caracoles, con los cuales haciamos una especie de guiso. Recogiamos ortigas y las herviamos. Recuerdo como era el hambre en esos tiempos.
Muchas veces sonabamos que oiamos el tan esperado grito de 'hewa, hewa', lo cual era un sueno maravilloso, pero nos desesperaba mas que antes cuando despertabamos.
Yo veia la desesperacion en los ojos de mi padre. Lo vi mirandonos a Joe y a mi; fue como si hubiese llegado a una decision. Me dijo:
—Tu madre solia hablarte mucho de tu abuelita.
Yo movi la cabeza afirmativamente. Siempre me habian gustado (y jamas habia olvidado) los relatos sobre la abuelita Be, que vivia en un paraje llamado Saint Larston.
—Colijo que a ella le gustaria verlos… a ti y al pequeno Joe.
No comprendi el significado de estas palabras hasta que el saco la barca. Habiendo vivido siempre en el mar, el sabia bien que era lo que amenazaba. Recuerdo que vino a la cabana y me grito: ' ?Han vuelto! Habra sardinas para el desayuno. Cuida a Joe hasta que yo regrese.' Lo mire alejarse. Vi a los otros en la, playa; le hablaban y yo sabia que le estaban diciendo, pero el no escucho.
Odio al viento del sudoeste. Cada vez que sopla lo oigo tal como soplaba esa noche. Acoste a Joe, pero yo no me fui a la cama. Me quede sentada diciendo 'sardinas para el desayuno' y escuchando al viento.
Mi padre nunca volvio y quedamos solos. Aunque no sabia que hacer, aun tuve que seguir fingiendo en bien de Joe. Cada vez que procuraba pensar en lo que podia hacer, escuchaba siempre la voz de mi madre diciendome que cuidase de mi hermano; y luego a mi padre diciendo: 'Cuida a Joe hasta que yo regrese.'
Los vecinos nos ayudaron por un tiempo, pero eran malas epocas y se hablaba de ponernos en el asilo. Entonces recorde lo que habia dicho mi padre sobre nuestra abuelita y dije a Joe que iriamos a buscarla. Asi Joe y yo partimos rumbo a Saint Larston y, con el tiempo y despues de algunas penurias, llegamos hasta la abuelita Be.
Otra cosa que jamas olvidare fue la primera noche en la cabana de abuelita Be. Joe fue envuelto en una manta y se le dio a beber leche caliente; la abuelita Be me hizo acostar mientras ella me lavaba los pies y ponia unguento en los lugares magullados. Despues crei que mis heridas estaban milagrosamente curadas por la manana, pero eso no puede haber sido cierto. Ahora me vuelve aquella sensacion de honda satisfaccion y contento. Sentia que habia llegado a casa y que abuelita Be me era mas querida que cualquier otra persona que yo hubiese conocido. Queria a Joe, por supuesto, pero jamas en mi vida habia conocido yo a nadie tan maravilloso como la abuelita Be. Recuerdo estar acostada en la cama mientras ella se soltaba el magnifico cabello negro, lo peinaba y lo frotaba… ya que ni siquiera la llegada imprevista de dos nietos podia interferir en ese ritual.
Abuelita Be me curo, me alimento, me vistio… y me dio mi dignidad y mi orgullo. La nina que yo era cuando me ergui en la pared hueca no era la misma que habia llegado exhausta a su puerta.
Ella sabia esto, porque lo sabia todo.
Nos adaptamos a la nueva vida con rapidez, como hacen los ninos. Nuestro hogar estaba ahora en una comunidad minera en lugar de una pesquera; pues aunque la mina de Saint Larston estaba cerrada, la mina Fedder proporcionaba trabajo para muchos habitantes de Saint Larston, que todos los dias recorrian a pie los tres kilometros, mas o menos, de ida y vuelta a su trabajo. Descubri que los mineros eran tan supersticiosos como lo habian sido los pescadores, ya que para quienes la ejercian, cada ocupacion era lo bastante peligrosa como para que desearan complacer a los dioses de la suerte. Abuelita Be solia pasarse horas sentada, contando historias de las minas. Mi abuelo habia sido minero. Ella me conto que, para aplacar a los espiritus malignos, habia que dejar un didjan, lo cual significaba buena parte de la merienda de un hombre hambriento; hablo con ira del sistema de pagar tributo en lugar de salarios, lo cual queria decir que si un hombre tenia un dia malo y su produccion era reducida, su paga lo era de modo correspondiente; le indignaban asimismo esas minas que tenian sus propias tiendas donde un minero debia comprar todas sus mercancias, a veces a precios elevados. Cuando escuchaba a mi abuelita, podia imaginarme bajando al pozo de la mina; me parecia ver a los mineros con sus ropas andrajosas, manchadas de rojo, y sus cascos de laton que llevaban adherida arcilla pegajosa; percibia el descenso a las tinieblas en la jaula; podia sentir el aire caliente y el temblor de la roca al trabajar los mineros; podia sentir el terror de verme de pronto frente a un espiritu que no habia tenido didjan, o un perro negro y una liebre blanca, cuya aparicion significaba peligro inminente en la mina.
En ese momento le dije:,
—Estoy recordando.
—?Que fue lo que te trajo hasta mi? —pregunto ella.
—?El azar?
Ella sacudio negativamente la cabeza.
—Fue un largo trecho para que lo hicieran dos pequenuelos, pero tu rio dudaste de que encontrarias a tu abuelita, ?verdad? Sabias que, si seguian caminando lo bastante lejos, llegarias a ella, ?no es cierto?
Asenti con la cabeza. Ella sonreia como si hubiese contestado a mi pregunta.
—Tengo sed, preciosa —dijo luego—. Ve a traerme un vasito de mi ginebra de endrina.
Entre en la cabana. En la cabana de abuelita Be habia una sola pieza, aunque se habia construido tambien un deposito y era alli donde ella preparaba sus menjunjes y con frecuencia recibia a sus clientes. La pieza era nuestro dormitorio y nuestro cuarto de estar. Se contaba algo a su respecto; la habia construido Pedro Balencio, el marido de abuelita Be, a quien se llamaba Pedro Be porque la gente de Cornualles no podia pronunciar su nombre ni pensaba intentarlo. Abuelita me conto que se la habia levantado en una sola noche de acuerdo con la costumbre, segun la cual, si alguien podia construir una cabana en una noche, tambien podia apropiarse del terreno en el que estaba construida. Por eso Pedro Be habia encontrado su terreno —un claro en el monte—, habia escondido entre los arboles la paja para el techo y los palos, junto con la arcilla que serian las paredes, y una noche de luna, con ayuda de sus amigos, habia erigido la cabana. Lo unico que tenia que hacer esa primera noche era construir las cuatro paredes y el techo; gradualmente colocaria la ventana, la puerta y la chimenea, pero Pedro Be habia erigido en una noche algo que podia llamar una cabana, cumpliendo asi la antigua costumbre.
Pedro habia llegado de Espana. Tal vez hubiera oido decir que, de acuerdo con la leyenda, los de Cornualles