– ?No te lo imaginas?
Puse el coche a buena velocidad, a pesar de lo cual la hora de la cita quedo rebasada mientras subia por Balmes. Llegamos a John F. Kennedy a las doce y tres minutos. No quise meterme en ella, aunque yo subia por la derecha y la cita era en el otro lado, el izquierdo. Uno y otro eran imposibles de ver desde la parte opuesta por la elevacion de la plaza, situada algunos metros sobre el nivel de Balmes. A unos cincuenta metros vi un hueco y aparque ahi. Deseaba preservar en la medida de lo posible todo lo concerniente a mi persona.
– Bien, escuchame con atencion -le dije a Julia-. Yo me bajo, pero tu no. Tu te quedas. No se lo que voy a encontrarme ahi, y contigo puede que todo fuese mas dificil. No se lo que voy a tardar en regresar, aunque no creo que sea mucho. Habra algunas explicaciones y poco mas, ?de acuerdo?
– Dejame ir contigo -protesto.
– Julia, confia en mi.
– ?Confia tu en mi!
– ?No se trata de eso, lo hago por seguridad! ?No se a quien voy a ver!
Se cruzo de brazos, como una nina pequena, y miro al frente. Su enfado resulto entranable y tierno. Quise abrazarla. Es decir, senti la tentacion de hacerlo antes de comprender que era una estupidez. Alli dentro, en la penumbra, su rostro volvio a adquirir los rasgos mas juveniles, no los de la mujer que era.
Llegaba tarde y las explicaciones sobraban. Abri la puerta del coche y, por precaucion, me lleve las llaves. Ella lo noto. No quise mirarla y eche a correr Balmes arriba. Cuando llegue a la plaza Kennedy, el Audi blanco ya estaba aparcado. Deje de correr para serenarme e hice los metros finales al paso. El ocupante del coche me estudio y yo le estudie a el.
Era un hombre de unos cincuenta y algunos anos, tan elegante como el coche, traje y corbata pese al calor del verano, impecable. Se le notaba lo mas evidente, algo que formaba una especie de segunda piel en todos ellos, los Valcarcel y compania: el poder, y la seguridad y fuerza que emana de el. Su rostro no era simpatico, aunque a ello contribuia el tono marcadamente hostil de su cara. Sentirme odiado, despreciado, por alguien que no conocia y que me confundia con un chorizo como Alex, me hizo sentir como un gusano.
Me detuve delante de el.
Me vino a la memoria una escena de pelicula: el tipo sacaba una pistola, me largaba dos tiros sin preguntar y salia a todo gas. Fin.
Mi estomago se encogio. La cena empezo a sentarme mal. Eche un vistazo alrededor, pero la plaza me parecio vacia. Era demasiado tarde para la gente de a pie. Ni siquiera habia trafico de bajada.
– ?Es usted? -Me hizo la pregunta mas obvia.
– Si -le dije por segunda vez, sin mentirle, porque al menos yo era yo, aunque no fuese el yo que el creia.
El motor de su coche estaba en marcha.
– Vamos a terminar esto cuanto antes -espeto con sequedad.
– Sera lo mejor.
– Venga.
Se volvio y fue a la parte de atras del Audi. La abrio. Lo unico que vi fue un maletin negro, muy bonito. Alargo la mano, lo abrio y me mostro su contenido.
Dinero.
Filas perfectamente agrupadas de euros usados, no nuevos, todos de doscientos, cien y cincuenta.
No me senti impresionado, solo asustado. Los chantajes se pagan asi, y lo esperaba. Lo del susto era por la cantidad. Me preguntaba cuanto dinero habria alli y en ese momento el mismo me lo dijo:
– Sesenta mil euros. Puede contarlos si quiere.
– No es necesario.
– Entonces demelos y llevese el dinero.
Cerro el maletin pero no me lo entrego. Volvio a dejarlo en el maletero. Me enfrente a sus ojos sabiendo que no iba a gustarle la verdad y que, lo mas seguro, no me respondiese a ninguna pregunta. No el.
– Me temo que debo decirle algo.
– Oiga, no perdamos tiempo, ?quiere?
– Lo que debo decirle no le va a gustar -puse en voz alta mis pensamientos.
No le gusto que le dijera que no le iba a gustar. Su cara se petrifico y sus ojos se convirtieron en agujas llenas de odio. Cerro la mano derecha y la convirtio en un puno. Yo no me movi; me quede quieto, nada agresivo. La cena se me estaba revolviendo en el estomago.
– ?No juegue conmigo, se lo adverti! -me grito.
– No soy quien usted piensa.
No me escucho.
– ?Mierda, demelos de una vez! -grito, perdida su exigua paciencia-. ?Yo he cumplido con mi parte!
– No sea estupido, le digo que…
No se puede contemporizar con una persona que va a dar tanto dinero por algo que se le esfuma. Tendria que haberlo comprendido.
– ?No me llame estupido, cabron de mierda!
– Vera, he venido porque…
No pude terminar. Estaba en tension, creyendo que seria el quien se me echase al cuello, y ni de lejos imagine que el ataque llegase por detras.
Primero fue la voz del hombre que decia:
– ?Placido!
Luego el golpe en los mismisimos rinones.
Le vi una fraccion de segundo antes de que me lo diera, de reojo, y ya fue tarde. El tal Placido no tenia nada de placido. Era alto, como una torre. Salio de alguna parte proxima a nosotros.
El segundo golpe me puso casi a las puertas de la inconsciencia.
– ?Metelo en el maletero, vamos! -ordeno el dueno del Audi.
Una zarpa de acero me aplasto el hombro, y me trituro los huesos. Yo estaba caido de lado, asi que me movio sin esfuerzo. Abri los ojos y su cara de gorila amaestrado me asusto de veras. La mia debio de gustarle aun menos a el, aunque el tercer punetazo fuese en el estomago, alla donde la cena decidia si revolverse del todo o no.
No fue la mejor forma de tratar a una cena.
– ?Ya -insistio su amo-, antes de que pasen coches!
El golpe definitivo iba a darme en la cara. Adios a mi nariz. Intente hacer algo, lo que fuera, pero ninguno de mis musculos me respondia. Cuando iba a cerrar los ojos, sin embargo, vi una forma fugaz que llegaba por detras de ellos dos.
Una forma que reconoci al instante, por entre mis brumas.
Julia.
No era un sueno. Estaba alli.
– ?Cuidado!
El grito del dueno de Audi llego tarde. El puno de Placido se detuvo. Volvio la cabeza y, por lo menos, lo ultimo que vio fue hermoso. Se escucho un siseo extrano, abstracto. Alguien habia abierto una puerta por la que silbaba el viento.
El
Me senti libre. Placido dejo de sujetarme y empezo a gritar, con el rostro hundido entre las manos. Cayo de rodillas. La reaccion del chantajeado no fue precisamente la de ayudarle. Tenia la intencion de meterse en el coche y salir disparado. Julia lo evito.
La segunda rociada tambien lo cego a el.
Yo estaba hecho polvo. Me resultaba imposible echar a correr y llegar hasta el Mini, porque las piernas apenas si me sostenian. Julia tambien lo entendio. Empujo con todas sus fuerzas al hombre y lo derribo sobre Placido.
– ?Metete dentro! -me ordeno.
La obedeci. Cerre el maletero por pura inercia, ya que estaba apoyado en el, y resbale hasta la portezuela contigua a la del conductor, sujetandome para no caer. Julia, mas agil y llevando la iniciativa, ya estaba dentro,