miembros mas, estos egipcios. Joa trato de retener sus nombres, acento incluido:

– Bir El Saif y Haruk Marawak.

El apreton de manos del primero fue blando.

El del segundo no. Ni su mirada.

Tan intensa que la atraveso de lado a lado.

Los primeros diez minutos con el grupo fueron una repeticion de las escenas del aeropuerto. La consternacion los embargaba a todos. Seguian alli, trabajando, porque era lo que hubiera querido Gonzalo Nieto. De nuevo el apellido Mir hizo que la pequena comunidad hispana se volcara en elogios hacia su padre. Los dos egipcios ya no intervinieron en ello.

Pero Haruk Marawak seguia mirandola fijamente.

Era un hombre relativamente joven, de edad indefinida. Tenia la tez tostada y el cabello muy negro y brillante, mejillas redondas, ojos vivos. Todos lucian equipos de trabajo, botas, camisas, pantalones recios y sombreros o gorras para protegerse del sol. El no. Llevaba la cabeza descubierta y un panuelo al cuello. Sin llegar a ser un dandi, se diferenciaba del resto. Hablaba un perfecto ingles, mejor que el de su companero.

Bir El Saif lo que miraba era su cabello rojizo.

Nadie pregunto que hacia ella alli. Penso que la consideraban la pareja de Carlos.

– ?Cuanto tiempo os quedareis?

– Regresamos manana -dijo el hijo del arqueologo fallecido.

– Yo tal vez me quede un poco mas -objeto Joa-. No se cuando tendre una nueva oportunidad de ver todo esto, incluido Karnak.

– ?Nunca acompanaste a tu padre aqui? -pregunto Mariano Pino.

– Lo teniamos pendiente.

– Querras ver primero sus cosas, ?no? -se dirigio a Carlos Nieto-. No hemos tocado nada.

– ?La policia no ha venido? -se extrano Joa.

– Hasta ahora no. El crimen se cometio en El Cairo. Supongo que deben de interpretarlo como su primera prioridad.

– De todas formas seguro que nos interrogaran -convino Gorka Arriaga.

– Nos llamo un tal inspector Sharif. Nos pidio que estuvieramos localizables. Le dijimos que no ibamos a movernos de aqui -concluyo Juan Manuel Perez.

Las tiendas eran grandes. Dos para el trabajo o la inspeccion de lo que pudiera aparecer bajo tierra y otras mas pequenas pero igualmente confortables para ellos. La de Gonzalo Nieto era la segunda. Mariano Pino llevaba ahora la iniciativa. Les hizo pasar y el resto se quedo en el exterior, para no convertir el espacio en una aglomeracion. Carlos parecio vacilar un momento, sin saber que hacer. La cama estaba hecha, un jergon con una mosquitera que colgaba del techo. Sobre una mesita vieron algunos mapas y anotaciones. Fue a lo primero que presto atencion Joa.

Le basto una ojeada rapida para darse cuenta de que aquello era un plano de la entrada de la tumba TT47 y las posibles opciones que se podian seguir despues en ella, puesto que la mayoria de las encontradas a lo largo de los anos presentaba cortes parecidos, una entrada descendente, una antecamara, un posible pozo ritual o un anexo, y por ultimo la camara sepulcral. Las probabilidades de repetir un hallazgo como el de Tutankhamon, sin embargo, eran minimas. Los saqueadores de tumbas les llevaban mas de tres mil anos de ventaja.

– ?Ves algo? -le pregunto Carlos.

– No -le hizo patente su desilusion.

– Miralo todo, no hay prisa.

Lo hizo. Mientras el se dedicaba a lo personal, la ropa, sus objetos cotidianos, ella reviso el material de trabajo. Fueron suficientes otros quince minutos. Nada.

Su padre le habia dejado dos pistas en Palenque, la modificacion del dibujo de la lapida del Senor de Pakal y los seis grifos con las fechas de nacimiento de su madre y del dia del regreso, y gracias a ellas, al final, dedujo el resto, la fecha de la aparicion de la nave, el lugar, la relacion con las hijas de las tormentas… Ahora en cambio no veia ninguna pista ni su intuicion la avisaba de nada.

Si Gonzalo Nieto habia descubierto algo, tal vez lo guardaba en su mente. Y si lo llevaba encima, se lo quitaron al asesinarle.

Camino cortado.

Sintio rabia.

Un hombre muerto para nada, y ella seguia dando palos de ciego.

– Tan cerca… -apreto las mandibulas-. Tan cerca…

Cuando salio al exterior, Carlos ya llevaba alli un par de minutos. Lo rodeaban Mariano Pino, Bernardo Cifuen-tes y Juan Pedro Clapes. Hablaban de generalidades, siempre en torno al tragico suceso. Joa escucho algo de que el difunto era un hombre cordial, afectuoso, abierto de talante, pero celoso de su trabajo, poco dado a exteriorizar impresiones y menos a conjeturar nada. Hechos y solo hechos.

Si les hubiese confiado el motivo de su llamada a Camboya, ya se lo habrian revelado.

Nadie la esperaba alli.

– ?Podemos ver la tumba? -pregunto.

– Apenas hay investigados siete metros de la primera galeria, pero si quereis…

Joa comenzo a caminar hacia ella y los demas la siguieron.

La tumba, como casi todas, no mostraba mas que un agujero en la piedra, sin siquiera pulir los bordes. Un primer rellano de cincuenta centimetros preludiaba la escalinata que se sumergia en las profundidades de la tierra. Conto diez escalones hasta la galeria principal. Habian puesto luces, asi que todo estaba a la vista. Paredes bellamente dibujadas con motivos varios, guerreros, una barca, dioses con sus respectivos signos… La marcha concluia de forma abrupta por un desprendimiento y un primer muro de proteccion o defensa de lo que pudiera haber al otro lado. Si existia una puerta, la tierra caida la tapaba de momento. Resultaba obvio que los trabajos se hallaban detenidos alli porque tres obreros, bajo la atenta mirada de Haruk Marawak, iban retirando las piedras con sus propias manos. Nada de picos o palas que pudieran destrozar algo irreparable.

Joa volvio a examinar las pinturas.

– ?Algo especial? -pregunto en voz alta.

– Solo un detalle.

– ?Cual?

– Este signo.

Se acerco a donde le indicaba Juan Pedro Clapes. Era una reunion de dioses, todos de perfil, como mandaban los canones esteticos egipcios. Entre ellos encontro el signo al que se referia el arqueologo.

Una extrana cruz. Desigual.

Formada por segmentos que medio enmarcaban las cuatro divinidades, las mismas del resto de la gran pintura.

– ?Que es? -se intereso Joa.

– No lo sabemos. Pero hay una cruz igual en una de las columnas del templo de Karnak. Es la unica referencia. Nos ha sorprendido encontrarla aqui.

– Desde luego se sale de lo comun -le hizo notar Bernardo Cifuentes-. Gonzalo tambien la encontro muy interesante.

Joa contuvo la respiracion.

– ?Dijo algo acerca de ella?

– No, solo eso. Aqui cualquier novedad es fascinante.

– ?No aparece en ningun libro…?

– Que sepamos, no.

– ?Y la de Karnak?

– Gonzalo fue a echarle un vistazo. Desde luego es la misma. El no la conocia y al enterarse de su existencia quiso compararlas.

Gonzalo Nieto habia ido a Karnak solo para ver la primera cruz.

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