Jordi Sierra i Fabra

El Enigma Maya

Las Hijas de las Tormentas 1

PRIMERA PARTE

Palenque y Chichen Itza (del 27 de noviembre al 2 de diciembre de 2012)

1

La puerta del garaje se alzo antes de que ella pudiera accionar el dispositivo del mando a distancia. Busco a Dimas, el conserje, comprendiendo que habia sido el, diligente, como siempre, y se le aparecio por detras de una de las columnas que sostenian la entrada del edificio. Era de esa clase de hombres que parecian estar en todas partes, una joya. La vida era mucho mas sencilla teniendolo cerca, resolviendo los pequenos contratiempos de lo cotidiano. Mas que un celador era el guardian de su paz.

– Gracias -dijo en voz alta aun sabiendo que no la oia porque llevaba las ventanillas subidas.

El conserje correspondio a su gesto saludandola con la mano.

Dejo que el coche descendiera suavemente por la rampa y conecto las luces para borrar la penumbra del lugar. Giro a la izquierda e inicio la maniobra habitual hasta dejar el vehiculo correctamente aparcado en su plaza. Cuando descendio examino de nuevo la pequena rascada del lado derecho. No muy grande, pero si molesta. Un sesgo de color blanco sobre el rojo del automovil.

No habia sido ella. Alguien, en el aparcamiento de la universidad, debio de calcular mal su distancia. Lo malo era que le prometio a su padre un ano de prudencia, una vez conseguido el carne de conducir, y por tan poco iba a quedar mal, por mucho que el responsable hubiese sido otro.

Hizo un gesto de contrariedad y se incorporo.

A los tres pasos el incidente estaba olvidado, pero el mal sabor de boca no.

Tomo el ascensor en el garaje y se elevo hasta las alturas de su piso cerca del cielo. El aparato la dejo en el rellano sin hacer apenas ruido. Extrajo la llave electronica de su bolso y la aplico sobre el lector de la puerta. Otro leve zumbido y se abrio.

Lo primero que hizo al entrar en el piso fue quitarse las zapatillas deportivas para caminar descalza, como le gustaba. No las recogio. Ventajas de vivir sola, con su padre siempre lejos, de viaje, mientras ella estudiaba y estudiaba para poder acompanarlo cuanto antes, aunque su nivel ya fuese mas alto que el de muchos otros profesionales, dadas sus facultades. Tambien dejo el bolso en la entrada, y la chaqueta. No hacia un frio excesivo en Barcelona pese al tiempo otonal. Las temperaturas seguian subiendo, subiendo, subiendo… Muy pronto superarian los dos grados de mas anunciados como media mundial para mitad de siglo con casi cuarenta anos de antelacion.

Lo ultimo fue quitarse la gorra y mover la cabeza de un lado a otro, para que su rojizo cabello se liberara de la presion, aunque tampoco lo llevaba largo.

El silencio de la casa la sobrecogio.

Estaba habituada a el, pero en ocasiones…

Fue al bano, a su habitacion, y finalmente encontro el movil olvidado por la manana. Podia memorizar mil detalles, recordar mil cosas, valerse de su nivel intelectual privilegiado, excepcional segun los expertos que le habian hecho los tests de capacidad, pero todavia era capaz de olvidarse el movil en cualquier parte. Una curiosa dicotomia. Un despiste encerrado dentro de lo sorprendente.

Comprobo la lista de llamadas. Tres.

Todas del dia, martes 27 de noviembre.

Reconocio dos telefonos. Eso tambien se le daba bien. Uno era de Esther, otro del chico que habia conocido el fin de semana, y al que no pensaba llamar porque no era su tipo. El tercero no lo identifico. Simplemente no lo tenia archivado en su memoria. Jamas lo habia visto.

Se dejo caer en una de las confortables e inmensas butacas de la sala, cruzo las piernas por debajo de si misma, en cuclillas, como tanto le gustaba, y conecto el buzon de voz. Las voces fluyeron por su oido con su variedad cromatica.

La primera, su amiga:

– ?Hola, Joa! ?Soy Esther! ?Por donde andas? Llamame, pendon.

La segunda, el chico:

– Hola, soy Ernesto… -pausa indecisa-. Bueno, nada, queria saber si… -segunda pausa indecisa-. Era por si te apetecia que nos viesemos el sabado y todo eso -tercera y ultima pausa indecisa-. Volvere a llamarte. Chao.

La tercera, la desconocida, la hizo envararse a medida que la escuchaba, primero con extraneza, despues con inquietud y finalmente con miedo:

– ?Senorita Georgina Mir? Mi nombre es Alvaro Ponce Quesada y soy agregado cultural de la embajada de Espana en Mexico. Necesitaria hablar con usted urgentemente por un asunto de su interes referido a su padre. Por favor, comuniquese conmigo o con la embajada a cualquier hora. Le dejo aqui los numeros -ella no se movio para copiarlos, no era necesario; podia recordarlos o, si lo necesitaba por fallarle la memoria, recuperar la llamada y ver el numero de su interlocutor en el movil. Mientras los escuchaba supo que habia dejado de respirar-. Por favor, senorita Mir, es muy urgente, ?comprende?

Dejo que su mano cayera desde lo alto hasta su regazo. Urgente.

Ninguna embajada llamaba desde el otro lado del mundo por algo que no fuera urgente… y grave.

Miro la fotografia de la mesita con aprension. Sus padres sonreian desde ella. Unas sonrisas congeladas en el tiempo, muchos anos antes. Una eternidad. Las sonrisas de un momento unico e irrepetible.

– Papa… -musito.

El estaba en Mexico, en algun lugar de Chiapas, Campeche, Yucatan o Quintana Roo, siempre a la caza de misterios, tumbas, el rastro del pasado y la historia…

Era de lo unico que podia tratarse aquella llamada.

El nudo de su garganta aparecio de pronto.

Y el panico que la agarroto.

– Otra vez, no -intento tragarlo sin exito-. Otra vez no…, papa, por favor…

Calculo la hora. Media manana en Mexico. Devolvio la llamada al numero del tal Alvaro Ponce Quesada y espero agarrotando su mano libre en el reposabrazos de la butaca. La conexion fue rapida, y la respuesta tambien. Una voz de mujer, posiblemente una secretaria, aparecio en la linea con su tono cien por cien cordial.

– Despacho del senor Ponce, ?digame?

– Mi nombre es Georgina Mir, tengo una llamada de…

– No se retire, por favor -la corto sin darle tiempo a concluir su presentacion.

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