Conto hasta diez.

Ni siquiera llego al siete.

– ?Senorita Mir? ?Georgina Mir?

– Si, soy yo, ?que sucede?

Pensaba escuchar la palabra «muerte» de un momento a otro. Pensaba que su mundo iba a hundirse de nuevo. Pensaba que…

– Senorita Mir, no se como decirle esto -vacilo el

hombre de la embajada.

– ?De que se trata? -volvio a contener la respiracion y cerro los ojos.

– ?Cuanto hace que no habla con su padre?

– Pues… -reacciono-, no se, diez, doce dias. Va de aqui para alla y a veces no en las mejores condiciones.

– ?Donde estaba la ultima vez que converso con el?

– En algun lugar de Yucatan, ?por que?

La respuesta se demoro mas alla de lo admisible.

Y cuando la alcanzo la desarbolo por completo.

– Su padre estaba en el estado de Chiapas, en Palenque, senorita, y por lo visto…, bueno -la voz se lanzo por fin a tumba abierta, para quitarse el peso de encima-, lleva tres o cuatro dias desaparecido, sin dejar rastro. Se han puesto en contacto con nosotros en su hotel y dado que usted es su unica familia…

2

Llevaba diez o quince minutos KO, anonadada, incapaz de reaccionar. Miraba el telefono, en su mano, y era i como si le pesara una tonelada. Las palabras del agregado cultural de la embajada la llenaban de arriba abajo, impregnando cada poro de su piel, saturandola y embotandola.

Incapaz de comprender.

Desaparecido. Desaparecido. Desaparecido.

Desde la fotografia le llegaba otra clase de silencio, el de la burla y la incomprension.

?Era posible que hubiera vuelto a suceder?

?Otra vez?

?Y justo un 27 de noviembre, un dia antes del cumpleanos de su madre?

Toda su sangre fria, su temperamento reflexivo, sus presuntas dotes de raciocinio acababan de evaporarse. Ahora no era mas que una nina asustada y temerosa. Asustada por el impacto de la noticia y temerosa de su confirmacion.

Entonces si, consiguio alzar la mano, entrar en la memoria del movil y pulsar el digito del primer numero situado en ella.

Otra vez, a casi diez mil kilometros de distancia, el sonido de su llamada floto a lo largo de una decena de segundos, pero en esta ocasion sin que nadie respondiera hasta que, al final del ultimo zumbido, salto el buzon de voz.

– Dejame tu mensaje. Gracias.

– Papa… -se quedo sin saber que decir.

Corto la comunicacion y ya no se dejo arrastrar por el panico. Esta vez alargo la mano y tomo la agenda junto al telefono fijo de la casa. Encontro el numero que buscaba, dejo el movil y utilizo el inalambrico para hacer su llamada.

– Universidad, ?digame? -la saludo una voz femenina.

– El profesor Duran, por favor.

– ?Miguel o Juan Maria?

– Miguel.

– Le paso con su departamento.

Evoco la imagen del amigo de su padre. Dos eminencias, cada cual en lo suyo. La diferencia era que Miguel Duran era bastante mayor y se habia retirado de la arqueologia en su faceta activa. Lo recordaba con agrado, su inmensa melena blanca, sus ojos amables, su vocacion y entrega. Uno de tantos singulares personajes que formaban el universo academico y profesional de Julian Mir, y tambien el personal, porque aquel nucleo de locos amantes de la arqueologia y la historia no eran mas que eso, unos maravillosos locos a la busqueda del pasado. Algo que ayudara a comprender el presente.

– ?Si? -le hablo un hombre a traves del hilo telefonico.

– ?Miguel Duran, por favor?

– Esta en el museo -fue seco en su respuesta.

Le agradecio la informacion, busco el numero del Museo de Antropologia y lo marco mas y mas apresurada.

Por momentos notaba la aceleracion, la ansiedad a la caza de respuestas para todas sus preguntas. De nuevo fue una voz femenina la que la saludo con un tono cantarin repitiendo el nombre del museo.

– El profesor Duran, por favor.

– Hoy no ha venido. Esta en su casa, algo indispuesto con el primer resfriado otonal.

Tercer intento. Se despidio y marco el ultimo numero posible, porque Miguel Duran parecia no tener movil. Al menos no constaba ningun numero de movil al lado de su nombre en el dietario de su padre.

Si no conseguia hablar con el…

La voz del antropologo le quito al menos esa incertidumbre.

– ?Si, digame?

– Soy Joa, la hija de Julian -se presento utilizando el nombre por el que todos la conocian.

– ?Querida! -aunque la voz era quejumbrosa, con un leve matiz de ronquera, la explosion de alegria fue explicita-. ?Que tal estas, carino?

No sabia nada.

?Y como decirselo?

– Miguel, ?donde esta mi padre?

La pregunta debio de cogerle muy de improviso.

– ?Como que donde esta?

– ?No anda en algun trabajo para el museo?

– Ahora no. Hace un par de meses me dijo que iba tras algo importante, de lo que preferia no contarme nada hasta estar seguro, y fue la ultima vez que hable con el -el tono se hizo grave-. ?Por que?

– Me han llamado de la embajada de Espana en Mexico para decirme que papa ha desaparecido hace tres o cuatro dias.

– ?Que?

Esta vez logro controlarse. Las lagrimas eran para la soledad.

– La ultima vez que hable con papa me dijo que estaba en Yucatan, pero segun el agregado cultural de la embajada ha desaparecido en Palenque.

– Bueno, Chiapas esta al lado de la peninsula de Yucatan, y son epicentros de la cultura maya.

– Miguel, ?de verdad no tienes ni idea de lo que pueda haber sucedido?

– No, carino, te lo juro. Esto es… -lo noto impresionado-. ?Le has llamado al movil?

– Desconectado.

– ?Que mas te han dicho en la embajada?

– Que sus cosas estan en el hotelito en el que vivia, cerca de las ruinas de Palenque. Ya sabes que es metodico en todo. Los del hotel acabaron llamandoles al ver que no daba senales de vida.

– Dios, Joa, primero tu madre y ahora…

– No puede haber desaparecido tambien -suspiro ella-. Me niego a creerlo, Miguel. Seria… una burla, ?no

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