– Entonces ya solto todo lo malo.

– Tomese un vaso de agua – le decia Mauricio, volviendo a entrar al mostrador.

– Ya ven ustedes el espectaculo que he tenido que darles a ultima hora – decia el hombre de los z. b. -. ?Que bochorno! – sonrio con tristeza -. No se me puede sacar a ningun sitio.

Bebia un sorbo de agua del vaso que Mauricio le habia puesto.

– Vaya una cosa. ?Que tonteria! Usted que culpa tiene, si le causan impresion los accidentes.

– ?Se siente ya mejor?

– Si, Lucio, muchas gracias. Dispensen la tonteria.

– ?Y dale! – dijo Mauricio -. Como si fuera uno dueno de controlarse en esas cosas. No se preocupe ya mas, haga el favor.

– Es que es la monda. Es ridiculo que se ponga uno asi – hizo un silencio dubitante -. Bueno, senores, asi que en vista del exito alcanzado, me retiro para casa. No los molesto mas.

Mauricio se impacientaba:

– ?Pero cuidado la perra que ha cogido! ?Has visto ahora por que majaderia se nos quiere marchar? ?Quedese, ande, y no me sea mohoso! ?En la vida, no se le ocurra a usted marcharse por una cosa asi!

– No, si es que es tarde ademas – repuso el hombre de los z. b. -. Ya deben ser cerca las doce y media – toco el reloj de pulsera, sin mirarlo-. Hay un cachito hasta Coslada y la luna traspone ya muy pronto, ?no ven que es luna llena? A ver si todavia llego a tiempo de que me ponga en la puerta de mi casa. De lo contrario, expuesto a escalabrarme por esos vericuetos.

– Nada, como usted quiera, entonces – dijo Mauricio -. Si tan dificil nos lo pone, que le vamos a hacer. Lo primero no romperse la cabeza, eso no.

– ?Cuanto es lo que le debo?

– Seis cuarenta en total.

El otro se saco una carterita oscurecida del bolsillo de atras del pantalon, y le entrego siete pesetas a Mauricio, mientras decia:

– Estoo… miren, y si no les importa, yo les pido que no lo comenten con nadie el asuntillo este imbecil de lo vomitado. Es que me da hasta reparo que se sepa, ?eh?

– Oiga – le dijo Mauricio -; me ofende usted con semejantes advertencias. Parece hasta mentira que salga ahora con eso. Es no conocer a los amigos. Eso en primer lugar. Y en segundo lugar, no saber la costumbre de mi casa, que aqui no se cuenta nada a las espaldas de nadie. ?Vamos! Asi que ahi acaba usted de dar un patinazo – le daba la calderilla sobrante-. Los sesenta.

–  Perdone usted, Mauricio; dispenseme otra vez – decia el hombre de los z. b., cogiendo las seis monedas -. Esta noche no doy una en el clavo. Se ve que no es mi noche. A ver si duermo y manana ya me levanto con otra sombra – se guardo la cartera -. Asi que hasta manana, descansar.

– Adios, hombre – dijo Mauricio -. Esta usted siempre perdonado. Y que le dure la luna hasta su casa.

– Hasta manana – lo despedia Lucio.

El hombre de los zapatos blancos se detuvo un momento en el umbral, para apreciar la altura de la luna.

Luego volvio la cara al interior, con una seria sonrisa, y asentia:

– Si que me dura, si. Lo dicho, pues. Dio un manotazo de saludo y se marcho.

– ?Que tio! – dijo Lucio, en cuanto el otro hubo salido -. Le tengo simpatia, te lo juro.

– Si que es una bellisima persona – asentia Mauricio lentamente -. Pero hay que ver lo mortificado que lo traia el haber arrojado. Me hizo hasta gracia.

– Se resintio en el amor propio – dijo Lucio -. O vete tu a saber. O que le pareceria una falta muy gorda contra el principio de la educacion. Cualquier cosa.

– Yo he conocido a otras personas que les pasaba tres cuartos de lo mismo. Se te ponen enfermos en cuanto que ocurre un suceso. Aunque los pille al margen, eso no quita.

– Ya me lo se yo. Gente que es de conformacion mas delicada y todo te lo acusan de golpe en algun organo del cuerpo; o sea que lo mismo se les planta en el higado, que se les pone sobre el estomago o en cualquier otro miembro interior.

Les sorprendio de improviso la entrada de Justina:

– Padre: ?es que no piensa usted cenar en esta noche? Lo tiene todo frio. Y casi ya no quedan ni unas brasas para recalentarlo.

– Ya cenare, no te preocupes.

– Pues madre y yo nos acostamos ahora mismo. Asi que usted se arregle.

Se volvio bruscamente hacia Lucio, y continuo:

– ?Y usted que hace aqui ya, que no se marcha? – fingia severidad.

–  Esperando a que tu vinieras, para que fueras tu la que me eches a la calle, preciosa.

– ?Vamos! ?Que digo yo que ya esta bien! – movio la mano en senal de demasia -. ?Que ya lleva usted un ratito!

– Entonces, ?que?, ?que me arrojas a la calle?

– ?Yo? Dios me libre. Eso mi padre. Si es que no sale de usted mismo, como debia de salir.

– Tu mandas aqui mas que tu padre. Para mi por lo menos.

– Ya. Ya lo veo que a mi padre lo tiene avasallado. Que ya no me lo deja usted ni cenar, ni puede cerrar el establecimiento, ni marcharse a la cama ni nada. Aqui nada mas contemplandolo a usted. ?Se cree que los demas son como usted, que se mantienen del aire, igual que los fakires de la India?

– Eso son todo calumnias, Justinita – dijo Lucio riendo -. Un servidor come lo mismo que las demas personas; solo que lo reparto a mi manera.

– ?Asi esta hecho menudo espantapajaros! Y a mi no me ande llamando Justinita, que peso el doble que usted – cambio de tono-. Bueno, ahi se quedan ustedes; pueden hacer lo que quieran. Yo me marcho a dormir. Hasta manana, padre.

– Adios, Justi, hija mia, que descanses.

– ?Y yo?

– ?A usted? – sonreia Justina desde arriba, mirando a Lucio sentado -. A usted ni las buenas noches. Ni eso siquiera se merece.

Se metio hacia el pasillo.

Ahora Lucio se desperezaba:

– Pues me parece, chico, que le voy a hacer caso a tu hija. Me marcho para casa. Manana tengo que hacer

– ?Tu?

– ?Tanto te extrana?

– Pues tu veras.

– Queria tenerlo reservado hasta el momento en que fuese una cosa segura, pero ya que ha salido, te dire de lo que se trata. Es una tonteria, no te vayas a creer, una chapucilla eventual, que emparejo el otro dia por chiripa.

– Suelta ya lo que sea.

– Pues consiste sencillamente en masar para las fiestas de tres o cuatro pueblinos de por aqui. Los bollitos y las tartas y esas cosas, ?no sabes? El es un pastelero que acude de fiesta en fiesta, y a mi me llevaria de ayudante, ?comprendes? Total, un mes y medio; de cinco dias a una semana que podremos parar por cada pueblo. Manana nada mas a lo que voy es a hablar con el hombre, y si lo veo bien, me

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