Los guardias estaban casi en posicion de firmes, mientras Vicente iniciaba la maniobra. Pego la luz de los faros en las ruedas dentadas de las compuertas y giro sobre el agua vacia del embalse hasta el puntal y el puentecillo; revelo debilmente, mas alla, la espesura de troncos y las copas de la arboleda, y se cerro de nuevo, aqui mismo, contra el morro del ribazo y el tronco enorme de la morera, hasta acabar el giro ante el camino. Vicente cambio la marcha y el coche arranco por fin por la breve pendiente que subia hasta el camino de las vinas, dejando atras en el polvo de las ruedas las figuras inmoviles de los guardias civiles que saludaban firmes con el brazo cruzado sobre el pecho. Luego, pasadas las vinas, el Balilla torcio a mano izquierda, ya por la carretera de San Fernando. No habia ni un kilometro hasta el pueblo. Ya casi solo las luces publicas permanecian encendidas, y alguna puerta de taberna. Callaban en el coche. Tornaron por una calle a la izquierda y salian a una plaza ancha y redonda, de casas bajas, con una estatua y una fuente en el medio, y un pino. Al otro lado de la plaza se salia del pueblo otra vez, junto a un convento y una casa muy grande, de labor, descendiendo hacia el rio. El cementerio estaba abajo, en el erial, a mano izquierda del camino, a no mas de cien metros del Jarama. Salio el encargado al ruido del coche y les abria la cancela. Vicente paro el Balilla en el camino. Se apearon.
– Buenas noches. ?Esta ya eso en condiciones?
– Si, senor Juez; todo listo.
– Pues hala.
El sepulturero ayudo al Secretario a trasladar el cuerpo, y lo depositaron sobre la mesa de marmol. Despues fue despojado del traje de bano. El Secretario dicto los datos de Lucita, y fue extendida y firmada la papeleta de ingreso. Por fin el Secretario recogia la manta y el traje de bano, y salian los tres hombres del deposito, dejando el cuerpo de Lucita tendido sobre el marmol de la mesa inclinada. El encargado apago la luz y echo la llave.
– El medico forense ya no puede tardar – dijo el Juez instructor.
– Bien, senor Juez; que tengan ustedes buen viaje.
– Gracias. Con Dios.
El encargado cerro la portezuela, y el Balilla subia de nuevo hacia San Fernando, camino de Alcala.
Subian hacia la venta. Menguaba el ruido de la compuerta a sus espaldas. Tito y Daniel iban los ultimos; Zacarias, con Mely, delante de ellos. Llegando a la carretera, Fernando se retraso, para decirle:
– Zacarias, tu lo que podias hacer es venirte en la bicicleta de ella.
– Lo habia pensado. Pero despues ?que os parece que haga con esa bici?
– Calla, Fernando – corto Mely -; dejarlo ahora, por, Dios y por la Virgen, luego lo pensaremos. Tito se adelantaba hasta ellos.
– No, Mely – le decia excitado, casi gritando -, es ahora cuando lo tenemos que pensar, ?ahora!, ?quien es el que va a decirselo esta noche a su madre?, ?di!, ?quien se presenta alli con la bicicleta de la mano…?
Se habian detenido en la carretera.
– No grites, Tito, por Dios – le suplicaba Mely con un tono lloroso -; dejarlo ahora, dejarlo; luego se pensara, ?no me agobieis todavia…!
– Hay que pensarlo ahora, Mely, ?quien se lo dice?, ?quien?
– Tito, sosiegate – intervenia Daniel -; asi sera peor; desazonarse mas, inutilmente.
– Pero es que te desesperas, Daniel, tan solo de pensar en irla alli a su madre…
– Habra que hacerlo – cortaba Zacarias.
– No creo yo que haya ninguna manera mejor que otra – contesto Zacarias
– ?Panico es lo que me da! – gemia Tito -. ?Panico!
– Dejalo…-dijo Mely-. Todos juntos iremos, como sea. Ahora no lo penseis, por favor.
– Todos juntos tendra que ser – decia Tito -. Todos juntos. Yo no tendria valor de otra manera.
– Ni nadie – dijo Daniel -. Si tuviera que ir solo, me escaparia, no seria capaz de subir la escalera, saldria escapando en el mismo portal.
Miguel, Alicia, Paulina y Sebastian los esperaban ya cerca de la venta.
– Sacar uno las cosas – dijo Sebas -, para irlas metiendo en la moto. Aqui esperamos. Yo no querria entrar, si os da lo mismo.
Paulina se quedo fuera con Sebastian. Entraron los otros; saludaba Miguel:
– Buenas.
– ?Que?, ?como vamos? – dijo Mauricio-. No saben cuanto lo hemos sentido, muchachos, esta desgracia a ultima hora, vaya por Dios.
Miguel lo miro, para decirle algo; no supo que decir. Se habia hecho un silencio.
– Son las cosas que pasan.
– Bueno, nos hace usted las cuentas, si tiene la bondad. Ya nos marchamos.
– Ahora mismo. Oigan, cualquier cosa que necesiten…
– Gracias – dijo Miguel -. Vamos a ir pasando a por las bicicletas.
– Aguarden que de la luz.
El hombre de los z. b. miraba al suelo; el alcarreno al fondo de su vaso. Carmelo observo todos los rostros, uno a uno, conforme fueron desfilando a meterse en el pasillo, hacia el jardin. Las dos mujeres se asomaron en la cocina, cuando ellos ya volvian con las bicis, y Faustina decia:
– Vaya, por Dios, mala jira tuvieron ustedes… ?Que pena de una chica joven!, ?que lastima, Senor! ?No saben cuanto lo sentimos!
Luego Fernando recogia las tarteras que ya Mauricio le habia puesto sobre el mostrador. Miguel se quedaba el ultimo con la bici de la mano, aguardando a las cuentas de Mauricio, entre el silencio de todos. Pago por fin y salio, cuando ya Sebastian tenia el motor en marcha.
– ?Nos esperais a la salida de la autopista, en la esquina de la calle Cartagena! – le gritaba Miguel a Sebastian, entre el estruendo de la moto-. ?Entendido? ?Alli hablaremos!
– ?De acuerdo!
Acelero Sebastian y tomaba el camino. Habian salido Macario y Carmelo al umbral, para verlos marcharse. Alicia suspiro:
– ?Y quien tiene alientos, ahora, para ir pedaleando hasta Madrid?
Ya la moto se habia marchado por delante, y ahora se vio la rafaga del faro que giraba, al tomar la carretera. Daniel montaba el ultimo en la bici, y todo el grupo silencioso se alejo velozmente. Macario y Carmelo se volvian de nuevo hacia el interior del local.
– ?Los pobres!
– Y la querian – dijo Carmelo -. Bien se conoce que tenian que quererla todo el mundo a la muchachita que se ahogo. El que mas y el que menos, venian llorados, en seguida lo vi. Habian llorado a base de bien, no solo ellas, tambien alguno de los tios. Cuando un hombre llora asi, alguna cosa gorda lo castiga, una cosa muy acida le reniega por dentro – ponia la mano en forma, de arana y la oprimia contra el