combadas y resecas, y una estufa de hierro, una porcion de sillas rotas y una carretilla, una puerta, bidones, y muchos botes pequenos de pintura. Rafael acudia a ayudar a la hija de Aurelia y al nino de la luz, que habian aparecido en la escalera con la mesa y las sillas plegables, pintadas de verde. Las colocaban en medio de la bodega, y la chica miraba a la bombilla para hacer que la mesa coincidiese justamente debajo de la luz. Ya volvia la Aurelia, desdoblando un periodico.
– Lo siento, pero es que hoy no me queda ni un solo mantel, senor Juez. Los dias de fiesta se ensucia todo lo que hay. Y mas que una tuviera, pues mas que me ensuciarian.
Extendia el periodico encima de la mesa. Salieron la hija y el muchacho.
– De modo que perdonen la falta, pero con esto se tendran que arreglar.
– Gracias; no se preocupe – le dijo el Secretario -. Ya vale asi.
– Cualquiera cosa mas que necesiten, ya saben donde estoy. Si eso, me dan una voz. Yo estoy ahi mismo – senalo a la escalera -, tras esa cortinilla.
– De acuerdo, gracias – dijo el Juez, con un tono impaciente -. Ahora nada mas.
– Pues ya sabe.
Aurelia subio de nuevo los peldanos, apoyandose con las
manos en las rodillas, y traspuso la arpillera. El Secretario miro al Juez.
– Igual que dona Laura.
Los dos sonrieron. El guardia joven miraba los cachivaches hacinados, al fondo de la cueva. El Juez aplasto su pitillo contra el vientre de una tinaja.
– Sientese usted, por favor.
Rafael y el Secretario se sentaban, uno enfrente del otro. Ahora el guardia apartaba alguna cosa en el suelo, con la culata del fusil, para desenterrarla de entre el polvo. Era la chapa de una matricula de carro. El Secretario habia sacado sus papeles. El Juez se quedaba de pie.
– ?Su nombre y apellidos?
– Rafael Soriano Fernandez.
– ?Edad?
– Veinticuatro anos.
– ?Estado?
El Secretario escribia: «Acto seguido comparecio a la Presencia Judicial el que dijo ser y llamarse don Rafael Soriano Fernandez, de veinticuatro anos de edad, soltero, de profesion estudiante, vecino de Madrid, con domicilio en la calle de Penascales, numero uno, piso septimo, centro, con instruccion y sin antecedentes; el que instruido, advertido y juramentado con arreglo a derecho, declara:
»A las generales de la Ley: que no le comprenden…»
– Vamos a ver, Rafael, digame usted, ?que fue lo primero que percibio del accidente?
– Oimos unos gritos en el rio.
– Bueno. Y digame, ?localizo la procedencia de esos gritos?
– Si, senor; acudimos a la orilla y seguian gritando, y yo vi que eran dos que estaban juntos en el agua.
– ?La victima, no?
– No, senor Juez; si la victima hubiese gritado tambien, habria distinguido unos gritos de otros. Ellos estaban ahi y ella alli, ? no?, es decir, que habia una distancia suficiente para no confundirse las voces, si hubiese gritado la otra chica; vamos, esta – senalo para atras, con un minimo gesto de cabeza, hacia el cuerpo de Lucita, que yacia a sus espaldas.
– No tanto como a los otros, se la veia un poco menos. Pero era una cosa inconfundible.
– Bien, Rafael, ?y que distancia calcula usted que habria, en aquel instante, entre ella y sus amigos?
– Si; pues serian de veinte a veinticinco metros, digo yo.
– Bueno, pongamos veinte. Ahora cuenteme, veamos lo ocurrido; siga usted.
– Pues, nada senor Juez, conque ya vimos a la chica… Vamos, la chica; es decir, nosotros no veiamos lo que era, no lo supimos hasta despues, en aquellos momentos, pues no distinguiamos mas que eso, solo el bulto de una persona que se agitaba en el agua…
Ahora el guardia estaba quieto, junto al cuerpo tapado de Lucita, oyendo a Rafael. Escribia el Secretario: «…distinguiendo el bulto de una persona que se agitaba en el agua…». El Juez no se habia sentado; escuchaba de pie, con el brazo apoyado en una de las cubas. El guardia bostezo y levanto la mirada hacia la boveda. Habia telaranas junto a la bombilla, y brillaban los hilos en la luz.
Luego el Juez preguntaba:
– Y digame, ?en lo que haya podido apreciar, cree usted que reune datos suficientes para afirmar, sin temor a equivocarse, que se trata de un accidente fortuito, exento de responsabilidades para todos?; habida cuenta, claro, de que tambien la imprudencia es una clase de responsabilidad penal.
– Si, senor Juez; en lo que yo he presenciado, tengo sobradas razones para asegurar que se trata de un accidente.
– Esta bien. Pues muchas gracias. Nada mas.
Luego escribia el Secretario: «En ello, de leido que le fue, se afirma y ratifica y ofrece firmar». Se oia una voz detras de la cortina.
– ?Da su permiso Su Senoria?
– Ya puede usted retirarse. ?Pase quien sea! Ah, mandeme a su companero, haga el favor; el otro que hablo conmigo antes, en el rio.
– Si, senor; ahora mismo se lo mando. Buenas noches.
– Vaya con Dios.
Un hombre habia aparecido en la arpillera. Ya bajaba los escalones, con la gorra en las manos, y se cruzo con Rafael.
– Buenas noches. El encargado del deposito. Mande usted, senor Juez.
Se habia detenido a tres pasos de la mesa.
– Ya le recuerdo. Buenas noches. El hombre se acerco.
– Mira usted – siguio el Juez -; lo he mandado llamar para que abra usted el deposito y me lo tenga en condiciones, que hay que depositar los restos de una persona ahogada esta tarde. Vamos a ir dentro de un rato; procure tenerlo listo, ?entendido?
– Si, senor Juez. Se hara como dice. El Secretario miro hacia la puerta. Entraba el estudiante de San Carlos.
– Bueno; y despues tendra usted que esperarse levantado, hasta que llegue el medico forense, que acudira esta misma noche. Conque ya sabe.
– Si, senor Juez.
– Pues, de momento nada mas. Ande ya. Cuanto antes vaya, mejor.
El estudiante aguardaba, sin mirarlos, al pie de la escalera.
– Hasta ahora, entonces, senor Juez.
– Hasta luego. Acerquese usted, por favor; tome asiento.
El estudiante de Medicina saludo, al acercarse, con una breve inclinacion de cabeza. Traspuso el sepulturero la cortina.
– ?Su nombre y apellidos?
El Secretario escribio en las Actas: «Compareciendo seguidamente a la Presencia Judicial el que dijo ser y llamarse don Jose Manuel Gallardo Espinosa, de veintiocho anos de edad, soltero, profesion estudiante, vecino de Madrid, con domicilio en la calle de Cea Bermudez, numero 139, piso