las largas zancadas de sus jovenes piernas. Despues salieron a la orilla del brazo muerto, y el Secretario se detuvo a dos pasos del puentecillo.
– Aguarda, chico.
El chaval se paro. Ahora el Secretario se volvia hacia el Juez.
– Senor Juez.
– ?Que pasa, Emilio?
– Antes no me he atrevido a decirselo, don Angel; ?se ha mirado usted la solapa?
– Yo no. ?Que hay?
Inclino la cabeza hacia el pecho y se vio el clavel.
– Caray, tiene usted razon. No me habia apercibido siquiera. Le agradezco que me lo haya advertido usted tan a tiempo.
Se aproximo aun mas al Secretario, ofreciendole la solapa.
– Quitemelo, haga el favor. Esta prendido por detras con un par de alfileres.
– Chico, acerca la luz.
Obedecio el chaval y empinaba cuanto podia el farolito hacia la alta cabeza del Juez instructor, cuyo pelo brillo muy dorado junto a la luz de la llama. Manipulaba el Secretario con torpeza, acercando sus lentes a la solapa del Juez. Logro por fin extraer los alfileres, y el Juez tiro del clavel y lo saco.
– Gracias Emilio. Ya podemos seguir.
En fila india pasaron las tres figuras el puentecillo de madera. El nino siempre delante, con el farol que le oscilaba en la punta del brazo. El Juez pasaba el ultimo y arrojo su clavel hacia la cienaga, mientras las tablas crujian bajo su peso. A la salida del puente, ya venia al encuentro de ellos el guardia Gumersindo, y se le vio brillar el hule del tricornio, al entrar en el area de luz del farolito.
– A la orden de Su Senoria.
El taconazo se le habia amortiguado en la arena.
– Buenas noches – le dijo el Juez -. Veamos eso.
Se aproximaron a la orilla. Todos se habian incorporado y rodeaban en silencio el cadaver. Sonaba la compuerta. El Juez cogio al muchacho por el cuello.
– Acercate, guapo; ponte aqui. Me sostienes esa luz encima. Sin miedo.
El chiquillo estiro el brazo desnudo y lo mantuvo horizontal, con el farol colgando sobre el bulto del cadaver.
– A ver. Descubranlo – dijo el Juez. Se adelantaba a hacerlo el guardia joven.
– Quieto, usted. El Secretario.
Este ya se inclinaba hacia el cuerpo y retiro el vestido y la toalla que lo cubrian. La piel tenia una blancura azulada, junto a lo negro del traje de bano. Ahora el Juez se agacho, y su mirada recorria todo el cuerpo, examinandolo de cerca.
– Coloquenmelo decubito supino.
El Secretario levanto de un lado, y el cuerpo se vencia, aplomandose inerte a su nueva postura. Tenia arenillas adheridas, en la parte que habia estado en contacto con el suelo. El Juez le aparto el cabello de los ojos.
– Dame esa luz.
Tomo el farol de las manos del nino y lo acerco a la cara de Lucita. Las pupilas tenian un brillo turbio, como anicos de espejo manchados de polvo, o pequenos recortes de hojalata. La boca estaba abierta. Recordaba la boca de un pez, en el gesto de los labios. El Juez se levanto.
– ?Cuando llegaron ustedes?
– ?Nosotros, Senoria?
– Si, claro.
– Pues nosotros, Senoria, nos hicimos presentes en el critico momento en que estos senores depositaban en tierra a la victima.
– ?A que hora fue?
– El hecho debio de ocurrir sobre las veintiuna cuarenta y cinco, aproximadamente, salvo error.
– Ya. Las diez menos cuarto, en resumen – dijo el Juez -. ?A que senores se refiere?
– A nosotros, senor – se adelanto a decir el de San Carlos-. Nosotros cuatro.
– Bien. ?Habia entrado a banarse con ustedes?
– No, senor Juez. Nos tiramos al agua al oir que pedian socorro.
– ?Lo vieron bien desde la orilla?
– Estaba ya oscuro, senor. Solo se distinguia el movimiento a flor de agua.
– ?Quien pedia socorro?
– Este senor y esta senorita, desde el rio. El Juez volvio la cabeza hacia Paulina y Sebastian. De nuevo pregunto al estudiante:
– ?Pudo apreciar la distancia que habia en aquellos momentos entre ellos y la victima?
– Calculo yo que serian como unos veinte metros.
– ?No menos?
– No creo, senor.
– ?Y no habia en el agua nadie mas, y que estuviese mas cerca de la victima?
– No, senor Juez, no se veia a nadie mas en el rio. El Juez se volvio a Sebastian:
– ?Ustedes estan conformes, en principio, con lo que dice este senor?
– Si, senor Juez.
– ?Y usted, senorita?
– Tambien – contesto Paulina, bajando la cabeza.
– No conteste «tambien», diga si o no.
– Pues si; si senor. Tenia una voz llorosa.
– Gracias, senorita – se dirigio a los estudiantes -. De ustedes, ?quien fue el primero que alcanzo a la victima en el rio?
– Yo, senor – contesto Rafael -, Me tropece con el cuerpo a flor de agua.
– Ya. ?Y no pudo usted apreciarle, en aquellos instantes, si daba todavia algun indicio de vida?
– No, senor Juez; no se sentia vida alguna.
– Pues muchas gracias. Por ahora nada mas. No se marchen ninguno de los que han hablado aqui ahora conmigo, ni nadie que haya sido requerido anteriormente por los guardias. Si alguien desea declarar motu propio alguna cosa relacionada con el caso, que se quede tambien.
Se dirigio al Secretario:
– Secretario: proceda al levantamiento del cadaver y hagase cargo de las prendas y objetos pertenecientes a la victima.
– Si senor.
– Puede invitar a tres o cuatro de estos jovenes a que se presten a ayudarle en el traslado. Lo subiremos, de momento, a la casa de Aurelia, hasta que venga el encargado del deposito. ?A ver, un guardia!
– Mande Su Senoria.
– Usted se ocupa de avisar por telefono al encargado. Vaya ahora mismo. Le dice que venga en seguida y que se me presente.