de los otros. A la chica:
– Lucita, ?que nombre es exactamente?
– Pues Lucia. Lucia supongo que sera. Si. Siempre la hemos llamado de esa otra forma. O Luci a secas.
– Bien. ?Sabe usted su domicilio?
– Aguarde… en el nueve de Caravaca.
– ?Trabajaba?
– Si senor. Ahora en el verano si que trabaja, en la casa Ilsa, despachando en un puesto de helados. Esos que son al corte, ?no sabe cual digo? Pues esos; en Atocha tiene el puesto, frente por frente al Nacional…
– Ya – corto el Juez -. Anos que tenia, ?no sabe?
– Pues como yo: veintiuno.
– De acuerdo, senorita. Veamos ahora lo ocurrido. Procure usted contarmelo por orden, y sin faltar a los detalles. Usted con calma, que yo la ayudo, no se asuste. Vamos, comience.
Paulina se llevaba las manos a la boca.
– Si quiere pienselo antes. No se apure por eso. La esperamos. No se descomponga.
– Pues, senor Juez, es que vera usted, es que teniamos todos mucha tierra pegada por todo el cuerpo… ellos salieron con que si meternos en el agua, para limpiarnos la tierra… Yo no queria, y ademas se lo dije a ellos, a esas horas tan tarde… pero ellos venga que si, y que que tonteria, que nos iba a pasar… Conque ya tanto porfiaron que me convencen y nos metemos los tres…-hablaba casi llorando.
El Juez la interrumpio:
– Pues ese otro chico, el que le hablo usted antes, Sebastian Navarro, que es mi prometido. Conque ellos dos y yo, conque le digo no nos vayamos muy adentro… – se cortaba, llorando -; no nos vayamos muy adentro, y el: no tengas miedo, Paulina… Asi que estabamos juntos mi novio y una servidora y en esto: ?pues donde esta Luci?, la eche de menos… ?pues no la ves ahi?, estaba todo el agua muy oscuro y la llamo: ?Lucita!, que se viniese con nosotros, que que hacia ella sola… y no contesta y nosotros hablandola como si tal cosa, y ella ahogandose ya que estaria… La vuelvo a llamar, cuando, ?Ay Dios mio que se ahoga Lucita! ?No la ves que se ahoga?, le grito a el, y se veia una cosa espantosa, senor Juez, que se conoce que ya se la estaba metiendo el agua por la boca que ya no podia llamarnos ni nada y solo moverse asi y asi… una cosa espantosa en mitad de las ansias como si fuera un remolino un poco los brazos asi y asi… nos ponemos los dos a dar voces a dar voces – se volvia a interrumpir atragantada por el llanto-. Conque sentimos ya que se tiran esos otros a sacarla, y yo menos mal Dios mio que la salven, a ver si llegan a tiempo todavia… y tambien Sebas mi novio y casi no sabe nadar y se va al encuentro… ya si que no se veia nada de ella se ve que el agua corria mas que ninguno y se la llevaba para abajo a lo hondo de la presa… y yo ay Dios mio una angustia terrible en aquellos momentos… no daban con ella no daban con ella estaba todo oscuro y no se la veia… – ahora lloraba descompuesta, empujando la cara contra las manos y el rebujo del panuelo.
El Juez se coloco detras de ella y le puso la mano en la espalda:
– Tranquilicese, senorita, tranquilicese, vamos…
Habian mirado por ultima vez hacia el valle de luces: oscilaban al fondo, en un innumerable y menudo hormigueo, entre destellos azules, rojos, verdes, de los letreros comerciales; bloques de casas emergian en verticales macizos de sombra amoratada, como haces de prismas en la corteza de una roca; largas hileras de bombillas se prolongaban hacia el campo y se sumian en lo negro de la tierra; el halo violaceo flotaba por encima, como una inmensa y turbia cupula de luz pulverizada. Traspusieron la ultima vertiente de Almodovar. Solo la luna, ya alta, alumbraba los campos; descubrian el brillo quedo de los metales de la bici, tirada entre los surcos. Santos la recogio y la llevaba del manillar hasta el camino. Ahora Carmen se cenia contra el, hundia la cara en su cuello.
– ?Que pasa? -dijo Santos.
– Nada. Expansiones de carino – se reia.
– Vamos, vamos, que es tarde.
Montaron. Luego al tomar la carretera de Valencia, Santos se liaba de pronto a dar a los pedales, y en bruscos acelerones, puso en seguida la bici a gran velocidad. Con el viento en la cara, atravesaron el pueblo de Vallecas, donde ya poca gente se veia en la calle. Salian de nuevo a la carretera y Carmen vio el pueblo a sus espaldas: la luz de la luna lo delimitaba en un solo perfil, enmarcandolo en una moldura de escayola, que corria a lo largo de todos los techos. Se alejaba a todo correr y trepidaba la bicicleta por los adoquines.
– ?Asi da gloria, Santos! ?Pisale a fondo, tu!
El sentia el pelo de Carmen volando junto a su cara. Luego entraban al Puente de Vallecas, y la chica se sorprendia de verse tan de subito entre letreros luminosos de cines y de bares y muchisima gente y luces y barullo de ciudad; preguntaba:
– ?Que es esto?
Santos habia frenado su carrera, para ponerse al paso de poblacion.
– ?Esto? Vallecas City, ciudad fronteriza – contestaba riendo.
Regateaba con la bici a la gente de domingo que invadia las calles.
Los estudiantes ya se habian marchado. Los companeros de Lucita permanecian sentados en las sillas de la terraza, bajo la luz de la bombilla, en silencio. Tenian las cabezas derribadas sobre las mesas, los rostros escondidos en los brazos. Zacarias miraba hacia el guardia viejo, que conversaba con Vicente el chofer. No oia lo que decian, con el fragor del agua. Ambos estaban de pie en el malecon, junto a las dos ruedas dentadas que levantaban las compuertas. Habia sacado tabaco el chofer, pero el guardia no quiso fumar; por el servicio, decia. Miraban al agua turbulenta, donde todo el caudal precipitaba.
– ?Que se vaya a paseo! – dijo el chofer -. ?Dichoso servicio! Bastante tienen ustedes que aguantar.
– No, que sale el senor Juez y me coge fumando y es una nota desfavorable para mi. Cuando se acabe todo esto.
– ?A saber para cuando!
– Todo esto tiene que ir por sus pasos contados; no vale tener prisa.
– Prisa, ninguna. ?Que prisa quiere usted que tenga, en una profesion como la mia? Estoy impedido de tenerla. Esperar y esperar. Conque es marchando, y tampoco no hay mas remedio que ajustarse al trote del Balilla. Mas que sesenta ya sabes que no los da; no le vas a arrear con una vara. Asi que la prisa la desconoce. Mas descansado, ?no le parece a usted?
– Eso si. Los impacientes no engordan.
– Pues por eso. Me dicen en mi casa: ?y cuando vas a volver? Ya puedo yo saberlo fijo, que no falla que conteste: Ni idea. ?Para que quiere uno tenerlos intranquilos? Ocurre cualquier averia, un percance imprevisto que te pueda surgir, pues ya sabes que nadie te espera y no andas con el cuidado de que esten impacientes ni de ay que le habra pasado a este hombre.
– Haciendo uno la vida esa de usted, desde luego que asi es como mejor – decia sin interes el guardia Gumersindo. Tras un silencio, anadia:
– Pues ahora seguramente que tendra usted que llevarse eso al deposito. ?A ver quien sino usted?
– Ya, ya me lo vengo yo temiendo, no crea. Y eso ya me gusta bastante menos.
– ?Por que, hombre? – repuso Gumersindo -. Valiente cosa. No son mas que aprensiones que se tienen. ?Pues y que mas dara vivos que muertos?
– Aprension o lo que usted quiera, pero a mi desde luego no me da lo mismo. Ni a nadie que lo diga sinceramente.
Tiro el cigarro al agua negra y echaba el humo muy despacio; anadio.