jamas conocerian, un frutero muy bonito de barro cocido, que se rompio en cuanto Angelita salio por la puerta camino de Madrid. Se marcho un dia antes de trasladarse al nuevo apartamento en el bajo. Era el unico que quedaba libre y tenia una habitacion menos, asi que Angelita dijo que ya era hora de que estuvieran solos y que empezaba a sentirse un estorbo.
Aun vistiendo su propia ropa el aspecto le habia cambiado. Se movia con agilidad y se la veia segura del terreno que pisaba. La llevaron al aeropuerto por cortesia, pero no porque lo necesitase o se quedaran intranquilos. En cuanto comprobaron que pasaba el control de seguridad, regresaron. Era mediodia y Julia queria darle de comer a Tito lo antes posible y que se echara la siesta.
El nuevo apartamento olia a detergente. Lo acababan de limpiar y de retirar los rastros de los inquilinos de la quincena anterior. Tito se puso a gritar contento igual que si por un golpe de conocimiento comprendiera todo lo que habia sucedido. El jardincito tenia unos metros de cesped que tenian de tono verdoso el minusculo salon. Y quienquiera que lo hubiese limpiado habia dejado las puertas abiertas para que se secase el suelo. Pusieron a Tito en la silla mirando hacia fuera. Recorrieron de dos zancadas la habitacion, el bano, el cuarto del calentador, donde tambien habia un tendedero de plastico plegado, una cesta con pinzas de colores y una fregona. La distribucion era practicamente igual que la otra, aunque mas impersonal. En el buzon figuraba un nombre masculino de resonancia sueca, noruega o danesa. Los muebles eran de mimbre blanco seguramente para no empequenecer aun mas la vivienda. En la cocina no habia nada que delatase la personalidad del dueno, solo en una vitrina junto al sofa se exhibia un juego de cafe en ceramica bulgara, lo que significaria que habrian hecho un viaje o que alguien se lo habia traido como recuerdo. Y habia algo mas. Sobre la vitrina habia una fotografia.
Julia y Felix se quedaron contemplandola boquiabiertos. Era la foto de Tom y Margaret. La misma foto sonriente en el mismo marco de madera. Julia y Felix se miraron sorprendidos. Seguramente con el apartamento entraban algunos muebles y adornos como este marco con la misma foto de prueba, lo que significaba que esas personas no existian. Tambien el florero que habia sobre la mesa redonda y el cenicero eran parecidos. Esa foto acompanaba el marco simplemente para que el cliente se hiciera una idea de como quedaria su propia foto alli. Y digamos que casi nadie se habia molestado en cambiarla.
– Y pensar que he sonado con esa mujer, que he hablado con ella, que hizo la tarta que me condujo hasta aqui. Y todo era real, ella tambien. Imaginate que ahora tambien estuviesemos sonando, sonariamos con cosas y personas que hemos visto en otra vida o en otro mundo -dijo con un tono de voz reflexivo y pausado, mistico, en una palabra.
Felix escuchaba a Julia alerta, algo estaba cambiando. Cuando se volvio a el lo miro sonriente, como si por fin lo hubiera aceptado en su vida. Felix dudo si tendria que divorciarse de esta Julia. Si ella habia evolucionado hacia otro estado interior, tampoco las circunstancias eran las mismas. ?Y si dejaba de darle tanta importancia a lo que habia descubierto? Al fin y al cabo lo que habia descubierto pertenecia al pasado, y ahora ya estaban en el futuro. Habia llegado al convencimiento de que hay personas que atraen la informacion hacia si, mientras que otras se enteran de lo minimo. Es una manera de ser, que a veces es mejor no alterar. Despues de todo, el mundo se sostenia en tantas mentiras, que si esas mentiras se desmoronaban los cimientos cederian y todos se hundirian, y ante esa perspectiva habria que preguntarse si merecia la pena la verdad.
Llamaron a la puerta a las cuatro de la tarde por el reloj de la mesilla. Julia medio abrio los ojos y volvio a cerrarlos. Estaba consiguiendo dormir muy bien, sin miedo a no despertar, por lo que quiza no fuese preciso recurrir a un psicologo, o si recurrian seria cosa de poco.
Felix cruzo el pasillo y el verdoso saloncito con enorme pesadez, como si cada una de las pisadas dejase una profunda huella en el suelo. Al segundo timbrazo se precipito a abrir para que no se despertase Tito y se encontro con un individuo que le resultaba familiar. Llevaba pantalones cortos por la rodilla y nauticos azul marino. Sobre el tronco, un polo negro. Miro a Felix con la cabeza ladeada y en un angulo que iba de abajo hacia arriba. No le era extrana esta forma de mirar.
– ?Nos conocemos?
– Le traigo un regalo de Abel. No creo que sepa que murio hace unos dias.
?No me diga! Abel, el paciente del hospital. Ahora recordaba perfectamente al hombre que tenia delante, apoyado en la pared frente a la puerta 403.
– Usted era… -dijo haciendose a un lado para dejarle entrar. Con los dos dentro, el salon parecia aun mas pequeno.
– Cuidaba de el, de que nadie le molestara y de que le atendiesen bien. Nos turnabamos una companera y yo, ya sabe… Me ha costado dar con ustedes -echo un vistazo al pequeno entorno-. Han cambiado de apartamento.
Felix sintio cierto respeto hacia la profesionalidad y lealtad hacia su jefe de este hombre que cumplia sus promesas, lo que podria significar que el quijotesco Abel gozaria de autenticas cualidades humanas. Asi que se sintio obligado a interesarse por el, por como fallecio.
– ?Fallecio en el mismo hospital? -pregunto Felix.
– A los dos dias de salir le repitio el infarto -contesto con la voz practica de quien sabe que es inutil emocionarse y le entrego un sobre amarillo y acolchado que llevaba en la mano.
– Es mejor que lo abra cuando este solo -le susurro casi al oido, lo que daba a entender que Felix debia ocultarselo a Julia.
Felix dudo si ofrecerle algo de beber, pero era mas fuerte su deseo de que se marchara lo antes posible.
Desde el jardincito lo vio dando la vuelta por el sendero de adoquines rosas hacia la salida. El vello rubio de las pantorrillas le brillaba al sol mientras se ponia unas gafas negras. Los pantalones cortos impecablemente planchados, la alianza en la mano con que le habia entregado el paquete lo convertian en un inocente padre de familia, de la misma estirpe de Felix, disfrutando de tiempo libre. Habia venido relajado y fuera de servicio a cumplir una ultima voluntad.
Julia pregunto desde el dormitorio quien era, y Felix contesto que se trataba de un operario de la urbanizacion. Se sento en una butaca de plastico verde botella del jardin bajo la sombra del toldo. Habia moscones y una abeja danzaba alrededor. Le gustaba el sonido, le recordaba cuando era pequeno y habia mucho tiempo por delante para recrearse en cualquier cosa. Palpo el sobre, noto algo abultado como un pequeno libro. El pesado de Abel habia estado pensando en ellos despues de que se fueran. Ahora que todo habia quedado atras le agradecia ese gesto. Mas aun, su presencia en el cuarto y sus comentarios, en ocasiones cargantes, les habian aliviado de la soledad. Lo que no podria saber nunca es que le decia a Julia, que secretos le dejaba caer en el oido.
Ya no volveria a la cama. Se tumbaria en el sofa a leer una novela de Margaret que habia traido del otro apartamento hasta la hora de ir a la playa. Le encantaba esta vida. Le gustaba tanto que lloraria de alegria. Con la abeja zumbando alrededor, abrio el sobre. Saco un billetero negro de hombre. Dentro habia una nota que decia:
«Ya no os molestara mas. Ese tipo no valia lo que te estaba costando. Te lo digo yo.»
Por las ranuras asomaban tarjetas de credito y la documentacion de Marcus. Era la cartera de Marcus. ?Significaba esto que…? Aguzo el oido para comprobar que Julia seguia en la cama. Habia unos tres mil euros en billetes de cincuenta. Permanecio observandolos un segundo, luego los cogio y se los metio en el bolsillo. Tendria que deshacerse de la cartera. De momento la meteria en el sobre y lo camuflaria entre sus papeles del trabajo, que era una manera de que a Julia no le llamase la atencion.
Abel, Abel, penso. Ojala sea una broma, pero si no lo era, gracias. ?Que mas podia decir? A no ser que Marcus apareciera no podria saber si esto queria decir lo que suponia porque seria imposible localizar al mensajero que le habia traido el sobre. Le habia pillado por sorpresa, en un momento en que no se le ocurrio ni siquiera preguntarle como se llamaba.
Esa noche no irian a Los Gavilanes sino al mejor restaurante de la costa en treinta kilometros a la redonda y antes pasarian por alguna buena tienda de ropa para que Julia se comprase un vestido bonito. Y desde luego dejaria que el futuro hiciera su trabajo. Pero antes, se acercaria a la playa a darse un bano por fin en paz y con la secreta esperanza de encontrarse con Sandra. Desde que Julia aparecio en la urbanizacion, Sandra se habia mantenido a distancia. Siempre la veia de lejos con su pandilla de amigos tatuados. Y le gustaria tanto banarse con ella, aunque solo fuera una vez, ahora que ya no sentia ningun tipo de preocupacion. Le gustaria verla y estar con ella ahora que el mundo se habia vuelto simple otra vez.
Julia