No se que voy a escribir sin poder ver, ni oir, ni hablar, y un tanto desconcertada baje a desayunar.

El vestibulo, los salones y el comedor estaban llenos de publico.

Pero poco habia que ver. Los ricos del mundo son tan iguales entre si como los productos de las tiendas de los aeropuertos: hablan el mismo ingles gangoso y estridente, tienen el mismo aire luminoso como si se acabaran de estrenar y se visten de la misma manera: iguales camisetas Benetton y los mismos zapatos Reebok, los chicos; blusas de seda caqui -estamos cerca del desierto- y exagerados pendientes las mujeres, y los caballeros, sean americanos, pakistanies o colombianos, jovenes lobos de los negocios o experimentados y sagaces financieros, el mismo corte de traje, el mismo reloj Ebel con pulsera de oro, el mismo perfume a medio camino entre el aroma del tabaco y el jabon de afeitar. ?Seran los pobres y los humillados los unicos capaces de defender el caracter de sus pueblos? Quiza lo demas a fin de cuentas no sea mas que politica y folclore. Y mi primer cafe tenia el sabor amargo, no del cardamomo del cafe arabe que tanto habia de beber despues, sino de la inquietud y el desaliento.

Cuando a las nueve Fathi, el chofer, vino a buscarme y ya ibamos camino de la casa de Nasser Kadur, le pregunte en ingles:

– Fathi, ?conoce usted un pequeno hotel mas modesto donde se hospeden las gentes del pais y donde yo pueda dejar mi equipaje cuando me vaya a Alepo o Lataquia?

– No, no hay hoteles intermedios. O son de lujo, o son simples pensiones un poco destartaladas, y para estar seis semanas no se los aconsejo.

– ?Por que no? -quise saber.

Se quedo callado.

Apoye los brazos en el asiento que tenia enfrente y me asome a la parte delantera para que me oyera bien:

– ?Y no hay en Damasco apartamentos amueblados?

– Pues… si, quiza si los haya, quiza alguien que se va a Europa o America podria alquilarle el suyo, pero claro, hay que saber; podemos preguntar a mister Kadur.

– Y ?nadie alquila habitaciones en la ciudad?

Fathi comenzo a mover la cabeza como si quisiera quitarse algo que se le hubiera metido bajo el cuello de la camisa.

– Bueno, en realidad -dijo sin dejar de dar pequenos bandazos-, en realidad, yo tengo una habitacion libre que a veces alquilo a estudiantes. Esto…, nuestro piso es grande para mi mujer y para mi, no tenemos hijos, ?sabe?, asi que si usted quiere yo podria ensenarsela y usted decidiria…, si lo desea podemos ir manana, o pasado, cuando usted me diga.

– Y ?donde esta su casa?

– No lejos de aqui -y senalo un punto hacia el norte, en el monte Casiun.

– ?Podemos ir ahora?

– ?Ahora? -dejo de mover la cabeza y miro el reloj -Esta bien, quiza mi mujer no este, pero podemos verlo de todos modos.

Cambio de direccion y torcio por una calle mas ancha dividida por un parterre que pretendia, sin lograrlo, impedir el paso de los peatones de una acera a otra. Una calle que segun el plano se llamaba Al-Yala, aunque como supe mas tarde todo el mundo la conoce por Aburrumani. Rodeamos una gran plaza y enfilamos por una avenida que subia por el monte Casiun, se metio por varias callejas y a media ladera, despues de la Embajada de Rumania -”Es muy importante que lo recuerde”, me dijo, lo que entonces me dejo perpleja-, tomo una calle lateral y a los pocos metros detuvo el coche.

– Aqui es -dijo.

Fathi Alawi y su mujer Nayat vivian en el ultimo piso de una casa de cuatro, en una calle tranquila con acacias en las aceras, paralela a la falda del monte Casiun, sin ascensor -casi ninguna casa lo tiene en Damasco- y un solo piso por rellano. En este barrio, a medio camino entre el residencial de las embajadas y las estribaciones del popular barrio Al Mujayirin asi llamado porque en el se refugiaron los emigrantes de la guerra de Argelia, las casas estan rodeadas de minusculos jardines pletoricos de adelfas, mimosas y vinas virgenes. La entrada del piso estaba llena de plantas y se abria a una gran sala con dos tresillos que daba a una terraza de tres metros de ancho y todo el largo del edificio, con parasoles y surtidor. La sala era el centro de la vivienda y todas las demas habitaciones se abrian a ella: el cuarto de matrimonio, un salon sin apenas ventanas que mantenian cerrado y a oscuras con una hilera de sillones arrimados a las cuatro paredes como el de recepciones del aeropuerto, una cocina grande con un sector para comedor con ventanas en arco y techo muy ornamentado, la despensa, un pasillo al final del cual habia un lavabo con las estanterias empotradas en el muro y una puerta a cada lado: a la izquierda un retrete arabe, a la derecha un cuarto de bano grande con una ducha en el techo bajo, y mi habitacion.

El cuarto no era muy grande pero tenia una inmensa cama de nogal con cuatro colchones delgados y compactos, almohadones, cojin, cabezal y una vanova de algodon blanco adamascado, un armario de luna, una comoda, una mesa con un ramo de rosas damascenas y dos sillas. La ventana daba sobre los tejados y desde la terracita a la que se accedia por una puerta de persiana verde, se dominaba Damasco y el inmenso llano casi desertico que se extiende hasta Jordania. En aquel momento se pusieron a cantar los almuhedanos pisandose unos a otros en una plegaria comun que llenaba el espacio. En la calle desierta un afilador hacia sonar la cuchilla sobre la piedra de afilar con una cantinela que repetia incansable.

Una mujer en la azotea vecina tendia la ropa y maullaban los gatos saltando por los tejados. El cielo radiante era azul, azul intenso de su propio azul, sin prismas ni suavizantes. El sol comenzaba a estar alto y hacia calor. El aire olia al perfume olvidado de las rosas.

Me sente en la cama tan alta que casi no tuve que agacharme, asombrada ante la claridad con que se me presentaba la decision que habia de tomar. Si, quiza fuera precipitada, pero aqui me quedaria: habia encontrado mi casa.

Primeros e inesperados contactos.

Volvimos al hotel a buscar el equipaje que subimos entre los dos y sin ni siquiera tiempo de abrir las maletas nos fuimos en busca de Nasser Kadur que nos esperaba impaciente frente a su casa.

– Nos espera el ministro de Asuntos Exteriores. Anda, corre.

Yo no comprendia que es lo que yo podia decirle al senor Faruq Asharia, ministro de Asuntos Exteriores. Sin embargo el aclaro:

– Es solo una visita de cortesia.

Bueno, pense, que amables.

Despues, tambien por cortesia visitamos al director general de Cultura, al ministro y al secretario de Estado de no recuerdo que otro ministerio y para acabar al director general de Informacion.

Hasta aqui las visitas habian sido de cortesia. El ministro, o el director general, mostraba una deferente curiosidad por lo que yo habia venido a hacer a Siria, se tomaba el tiempo de tomar un te con nosotros mientras yo admiraba los muebles de marqueteria, exactos en todos los ministerios, comparaba las fotografias del presidente, y nos retirabamos cortesmente a los veinte minutos.

Pero el Ministerio de Informacion tenia un aspecto distinto.

Tampoco era ostentoso, era sombrio y mastodontico. Recorrimos largos pasillos vacios y semioscuros, y subimos en un ascensor mas parecido a un montacargas, ocupado por editores con manuscritos bajo el brazo, como nosotros durante la dictadura, para pasar la censura, segun me explicaba Nasser en voz baja temeroso de que una presencia oculta nos observara y oyera.

Tambien la conversacion con el director general fue distinta.

– Asi que ha venido usted a visitar el pais para escribir un libro. ?Que tipo de libro?

– Bien, un libro de viajes, una guia -rectifique casi al instante al comprobar su mirada inquisitiva.

– ?Una guia?

– Si, una guia turistica -concrete.

– ?Sabe usted arabe?

– No -reconoci.

– Es curioso que la envien a un pais arabe si no habla arabe.

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