acorralaba los faroles. Un par de coches se movieron en direccion a la Raya.
– A ti la mar te pone enfermo. ?O es que no te acuerdas del ano pasado? -dijo Fermin sin sonreir.
– Hubo temporal.
– Hubo temporal durante medio dia, y tu ya no te levantaste de la litera en los otros quince. Menudo susto nos diste. Y ademas sin carta de navegacion y menor de edad. Las ideas de Roncal.
– A ti tambien te ponia enfermo -contesto Jacobo con resentimiento.
– A mi no me ponia enfermo, chaval. Yo estaba enfermo, que no es lo mismo. El gasoil me mataba los pulmones. ?Sabes como se hace marinera la gente de aqui? ?No te lo ha contado Roncal?
– Si…
– Los meten en la bajura a los siete anos y no los apean del barco hasta que ya no tienen nada que vomitar. Yo los he visto dormidos en la proa y abrigandose con las maromas.
En ese momento sonaron tres bocinazos de sirena.
– Me parece que pueden ser esos -dijo Fermin.
– No. Ese es el Viantos -contesto Jacobo tirando el plato a un cubo.
– Entonces el otro no andara lejos.
Jacobo bajo de las sillas apiladas.
– Voy a verlos.
– No te enfades conmigo, chaval.
– Me han gustado las sardinas, Fermin. Pero a nadie le gusta escuchar que no sabe lo que quiere.
– No te enfades, chaval. El secreto sigue siendo nuestro.
El
Los motores siguieron rugiendo un rato. Luego, bajo el patron y entonces empezaron a descargar las cajas heladas. Silenciosamente, aparecieron algunas mujeres que se pusieron a ayudar en el transporte y que casi no mediaron palabra con los hombres.
– Colindres -llamo el patron a uno de los que estaban descargando-. Vete a por la camioneta y dejala aqui para cuando llegue el
El patron, un hombre huesudo llamado Manrique que vivia en Cazona, se volvio hacia Jacobo y dijo:
– Al
Pero el patron no le hablaba a el, sino a una mujer que habia ido llegando por detras y a la que Jacobo no habia visto.
– ?Esta usted hablando de mi marido? -dijo la mujer con firmeza.
– Si, senora -respondio el patron con la misma firmeza.
– Muchas gracias -dijo la mujer, que venia vestida con bata y con madrenas.
Jacobo habia oido muchas conversaciones como aquella. Cuando habia desgracias, nadie contaba ni preguntaba demasiado. Todos los patrones eran iguales: frios y callados, vivian en otro sitio y nadie les conocia del todo. Y los que se quedaban en tierra tambien sabian lo que tenian que hacer en caso de desgracia: guardarse el dolor y no convertirlo en miedo para los otros. Aunque los anos se llamaran por los nombres de los muertos o por el de los barcos naufragados.
– El resto de la tripulacion esta bien -dijo mirando a Jacobo por el rabillo del ojo y entrando en el almacen.
El
– Eh, Jaco, eh.
Vio la cara de su padre muy cerca de la suya, mientras trataba de aclararse la vista. Se levanto y vio a Roncal detras de el, parado.
– Tu padre viene malo -le oyo decir.
– Pero Manrique ha dicho…
– No le ha pasado nada. Solo viene malo. Nosotros ya nos podemos ir a casa.
Se fueron andando hacia la calle grande. Jacobo cogio el saco de su padre.
– ?Has bebido mucho? -le pregunto, intentando adivinar algo en la cara, arrugada y quemada como un pergamino, de un hombre mucho mayor de lo que era, en los ojos azules casi escondidos por los parpados, en el pelo rizado, blanco y revuelto.
Su padre no contesto.
– Dejale en paz, de momento. Bastante tiene con llegar a casa. Metelo en la cama y no hagas mas. Hemos tenido que subir unos cuantos arboles esta vez. ?No ha sido asi, maestro?
– Si… -murmuro el maestro.
Roncal miro a Jacobo por detras del padre con un gesto tranquilizador.
– El martes por la manana nos vamos a pescar a la roca de Griego -dijo con una sonrisa.
– No puedo. Empiezo el Instituto.
– Supongo que podras ir solo, pero me gustaria llevarte de la mano. Aunque a lo mejor prefiere hacerlo el maestro. Es un dia importante -dijo Roncal.
El maestro iba mirando al suelo. Tosio dos o tres veces y le dijo a Roncal:
– Si manana se hacen las partes, coge tu la mia.
– Manana podras venir tu.
– No estoy seguro.
Roncal se detuvo a la puerta de su casa. Ellos esperaron a que encendiera el puro y a que atravesara el umbral. Un dia, Jacobo le habia preguntado por que encendia un puro siempre que llegaba a casa, y Roncal le respondio enigmaticamente:
– Para celebrar que aqui empieza y acaba todo.
Sin saber como, desde que el cocinero le contesto eso, Jacobo tambien comenzo a acordarse de Lupe cada vez que se paraban ante aquella puerta.
Su padre no dijo nada en el camino a casa. Subio las escaleras resollando y tosiendo. Nunca le habia visto tan viejo, aunque en realidad nada habia cambiado profundamente en aquel rostro desde sus fotografias de joven. No estaba mas delgado ni mas gordo, ni los huesos se habian deformado, ni las cuencas de los ojos parecian mas saqueadas. Y desde los veinticinco anos siempre habia tenido el pelo canoso. Todo lo que pasaba es que a aquella cara le habian pegado un plastico viejo y que sus cincuenta anos podian parecer setenta, como si el gasoil estuviera quemando algo por dentro, todo el tiempo, sin fallar un dia.
– No hemos visto delfines -fue todo lo que le dijo su padre, ya tapado y en la cama, con los ojos cerrados.
Pero hacia muchos anos que Jacobo ya no le preguntaba por delfines cuando volvia del barco.
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