Lonja no hay sitio desde que se invento. Ademas, lo logico es que ahi se queden con los marineros que ya no pueden navegar.
– Y si todavia fuera marzo… Pero esto tiene mal viso. Lo de la Comunidad Europea es un lio para la pesca y cada dia dicen una cosa -intervino Nano.
– A mi lo que me jode es lo del BUP. Tres anos de mala conciencia y tocando el techo con las orejas de burro, maldita sea.
– Deberiamos haber hecho Formacion Profesional -dijo Nano.
– ?Es que hay rama de merlucero? -contesto Fidel bastante crispado-. Lo que hay ahi sirve para los de la ciudad y para nadie mas.
– Podeis seguir estudiando -dijo Jacobo.
Los otros se le quedaron mirando un poco sorprendidos.
– Sabes que no vamos a ir por ese camino. A lo mejor no valemos, o a lo mejor lo unico que nos interesa es lo que va por debajo o por encima del agua -dijo Fidel.
– ?Y tu por que quieres estudiar? -pregunto Nano, de pronto.
– Yo no quiero estudiar -contesto Jacobo observando la quilla afilada de los catamaranes-. Solo es una promesa.
Jacobo se dijo a si mismo que no habia hecho esa promesa a nadie, pero que le hubiera gustado hacerla. Tal vez no esa en concreto, pero si algun tipo de promesa. Empezaba a tener una vaga idea de por que a la gente le gustaban las promesas. Y de por que a el le habia gustado decirlo.
Cuando volvio a la buhardilla, a las siete y pico de la tarde, pensando todavia en la promesa, su padre no estaba en la cama. Lo encontro en el bar de Fitu, que estaba debajo de casa, ya un poco pasado de rosca. Habia estado jugando al domino y dandole al Carlos III.
– Vete a casa de Roncal, a por la parte -fue lo primero que le dijo.
– Y luego, ?donde te busco?
– Espera, no te vayas todavia.
Su padre tenia las manos temblorosas alrededor de la copa y los ojos aguados.
– ?Sabes como se hacen las partes de una captura?
– Si -dijo Jacobo-. Acuerdate de que yo llevo las cuentas en casa.
– Enterate bien -siguio diciendo el padre, de todas maneras-. Un decimo para combustible, un decimo para amortizacion del barco, un decimo para el patron, cinco decimos para el armador y dos decimos para los marineros y para la Seguridad Social. ?Que te parece?
– Lo de siempre.
– Lo de siempre, ya me lo temia yo.
El padre se echo hacia atras en la silla con bastante incertidumbre. Estaba peor de lo que Jacobo habia presentido.
– ?Y por que yo no me rebelo? -pregunto tragandose algo que podia haber sido un hipo.
– No se de que estas hablando.
– ?A ti te parece justo?
– No.
– Entonces, ?como es que no sabes de que estoy hablando?
Se ladeo sobre la silla con el mismo esfuerzo que si estuviera arrastrando un peso en la cintura y grito:
– Fitu, arrimame otro.
– Luego te lo llevo -le contesto el gordo de los grandes bigotes desde detras de la barra.
– Este ya no quiere servirme. Pero ibamos a una cosa. ?Por que yo no me rebelo?
Jacobo no dijo nada. Vio la cara de Fitu mirandoles con pena, no solo a su padre, a el tambien. Pero era una pena sin remedio, como si todo lo que habian hecho, como si el haber llegado hasta ahi, no sirviera de nada. Su padre llevaba doce anos de marinero y el habia crecido grande y fuerte, y a la manana siguiente empezaria el COU. ?Fitu no podia ver eso? ?No podia entender que un marinero se emborrachase y que quisiera hablar con su hijo?
– ?Por que no se rebela un hombre? Esa es la pregunta. ?Tu que dirias?
– Porque no tiene a nadie con quien rebelarse, porque esta solo.
– Cielos, si. Magnifica razon, estupenda razon. Aunque, desgraciadamente, no la unica. Aparte del con quien, esta el con que. ?Con que me rebelo yo? ?Que le tengo yo que ensenar a nadie? Es como el enamorarse, Jaco. No se trata de con quien, se trata de con que. Y yo no tengo nada -a su padre empezaron a temblarle los labios-. Te tengo a ti, pero pido al cielo que tu no seas mio. Que solo sea tu padre, pero que no seas nada de mi.
El viejo empezo a sollozar de una forma constante, con el silencio anterior, sin moverse.
– Yo no tengo nada. ?No te das cuenta de que entonces no puedo hacer nada?
Sus ojos y los de Fitu se cruzaron mientras el dueno del bar secaba un vaso. Jacobo creyo que todos se habian callado y que el sollozo y las palabras de su padre planeaban como el humo sobre los demas, y que salian a la calle y que las escuchaban todos los que pasaban por alli. Vio como los labios de Fitu se movian para decir en sordina: tranquilo. Tranquilo.
Estuvo mucho tiempo viendo empapado el plastico viejo y quemado de la cara de su padre. En algun momento dijo:
– Esperame aqui. No te muevas de aqui.
Y escucho la voz de Fitu por detras, que le decia:
– Quedate tranquilo. Te esperara aqui.
Fue corriendo hasta la casa de Roncal. Corriendo para algo mas que para ir deprisa. Llamo a la puerta llenandola de golpes, y la cara de Roncal se asomo con aquel gesto suyo, de cogote pelado, de ojos grandes y negros, de saber que estaba pasando.
– Tu padre siente la debilidad y solo habla de eso. No dice nada, no esta diciendote nada a ti. Tu no tienes que escucharle, ni el tampoco se escucha a si mismo. Siente que no tiene fuerzas, y eso es todo. Suele decirse, en una tempestad, que si escuchas los cantos de las sirenas acabaras tirandote al agua. Entonces es cuando te ahogas. Esta mal, asi que solo hablara de eso. No hay que creerle.
Roncal le habia obligado a sentarse en la cocina. Y luego habia encendido un puro.
– Tu padre tiene mas cosas que muchos que he conocido y que estan orgullosos de tenerlo todo. Hay que saber escuchar, Jaco. O acabaras oyendo cualquier cosa.
Jacobo sentia frio y sentia mas frio al pensar que tendria que ir a recoger a su padre. Le hubiera gustado quedarse con Roncal.
– Me gustaria acompanarte manana al Instituto -dijo el cocinero.
Jacobo no dijo nada.
– ?Vas a llevar los zapatos?
– ?Los que me regalaste tu?
– Esos.
– Pensaba llevar las zapatillas.
– Manana no vayas con zapatillas, aunque haga calor. Prometemelo.
– Te lo prometo.
Y Jacobo sintio el calor que dan las promesas cuando se tiene a quien hacerlas.
3
Hacia resol. Jacobo llevaba los mocasines de color negro que le habia prometido a Roncal. Y se puso calcetines blancos para acompanarlos. Tambien llevaba a Roncal. El cocinero le llegaba por la nariz, pero desplazaba un volumen de aire muy superior. Atravesaron los doscientos metros oscuros del Pasaje de Pena y salieron al otro resol, al que rebotaba en los escaparates y en los miradores de la ciudad vieja.
Roncal no decia nada, y Jacobo, tampoco. Era como si los dos supieran que necesitaban la atencion de sus cuatro ojos en un pais inexplorado. O como si se acompanaran al medico el dia en que a uno de ellos iban a darle el resultado de los analisis. Roncal marchaba bastante serio, sin mirar a ninguna parte, un poco marcial. Jacobo