poca luz. Agustin saco una linterna y se decidio a proyectarla en los rostros. Entonces empezo el desfile espectral. La presencia de los dos milicianos, y sobre todo el aspecto indescriptible de Dimas, sembraron el terror entre los detenidos. Cada uno supuso que iba a comenzar la matanza y al sentir el foco de luz en los ojos, cada cual se decia: «Ya esta». Era el desfile, el desfile de ojos aterrorizados, el del sudor. Dimas iba barbotando blasfemias. «?Sois unos conejos! ?Caray con el canguelo!»

No daban con Cesar. Recorrieron celda por celda y no estaba. Subieron al segundo piso. Agustin dijo: «Mejor seria llamarle». Dimas obedecio.

– ?Silencio! -grito. El corazon de los detenidos se detuvo-. ?Cesar Alvear! ?Que se presente Cesar Alvear!

Nadie respondio. En el fondo de la inmensa sala, casi oscura, que habia sido dormitorio mayor, en la sala en que Ignacio habia dormido cuando fue seminarista, Cesar habia oido aquella voz y habia querido levantarse para acudir a la llamada. Pero a su lado dos manos le detuvieron. Una le asio violentamente del brazo y la otra le tapo la boca para que no se delatase.

– ?Cesar Alvear! ?Seminarista…!

Quien detenia a Cesar y le, amordazaba era el profesor Civil. El profesor Civil habia sido detenido a las diez de la noche y al ver entrar a Cesar se puso a su lado porque le daba lastima. La consigna que habia corrido por la carcel era esta: «?No presentarse!» Los milicianos a veces se cansaban y aquello podia salvar a mas de uno.

– ?Cesar Alvear!

Agustin dijo:

– Debe de estar en las celdas.

Dimas barboto otro juramento y salieron. Gritaron el nombre de Cesar por todos los pasillos, abrieron todas las puertas. Otra vez la linterna. Nadie le habia visto.

Bajaron al vestibulo. Hablaron con el miliciano.

– ?No te acuerdas si…?

– ?Como me voy a acordar? Hay mas de trescientos.

Dimas se sintio anonadado. Con tenacidad fanatica se dirigieron al Comite Revolucionario Antifascista. Alli habia sesion plenaria. Era medianoche. Casal ya se habia ido, pero Cosme Vila y el Responsable fumaban, en compania de Teo, del brigada Molina, de la valenciana, de unos veinte milicianos.

Dimas se dirigio a Cosme Vila. Este le conocia de antiguo.

– ?Salud al Comite de Salt! -dijo Cosme.

Dimas le conto… a medias lo que ocurria. Supuso que si hablaba de respetar a Cesar, Cosme Vila no se lo entregaria, si es que el chico estaba vivo aun… Prefirio decir que el Comite de Salt «lo reclamaba», que tenia unas cuentas pendientes con el.

Cosme Vila le miro.

– ?El seminarista del Collell…?

– No se de donde. El seminarista de la Rambla.

Cosme Vila se pregunto a si mismo: «?Para que lo reclamara el Comite de Salt?» Dijo:

– Espera un momento.

Se saco un papel del bolsillo. Lo miro. Luego informo, levantando la cabeza.

– Lo siento, camarada. Llegas tarde.

Dimas solto una blasfemia horrible. Pataleo como un nino. La valenciana se le acerco.

– ?Tanto le querias?

Agustin habia asido a Dimas del correaje y le sacaba de la habitacion.

– ?Brutos! -gritaba Dimas-. Era un crio. ?Nos veremos las caras!

Teo se levanto dispuesto a actuar. Gorki dio un empujon a los dos milicianos y cerro violentamente la puerta.

Dimas no se atrevia a ir al piso de los Alvear a dar la noticia.

– ?Les habia dado mi palabra! ?El otro crio me dio su sangre!

Agustin decia:

– Ha sido culpa suya. Fue un loco decidiendose a salir.

– ?Para comerse las hostias! -repetia Dimas.

No se atrevio a ir. Tomo, a pie, el camino de Salt, en la oscuridad de la noche. Su perfil enfermo o criminal, se dibujaba al pasar bajo los faroles. Le ordeno a Agustin:

– Vete tu.

Agustin fue el encargado de llevar la noticia. Agustin se dirigio a la Rambla latiendole el corazon. Sabia que en cuanto abria la boca para hablar resplandecian sus dientes y se hubiera dicho que sonreia. ?Como darles la noticia sin que supusieran que sonreia?

Al llamar a la puerta le abrio el miliciano que montaba guardia en forma rutinaria. Agustin se dirigio al comedor y encontro a la familia de pie en el pasillo, mirandole. Agustin dijo:

– Llegamos tarde.

La gran operacion se verifico a las cuatro en punto de la manana. Las patrullas independientes habian obrado por su cuenta desde las doce, desde que Alfredo fue a buscar al Delegado de Hacienda. El Comite habia esperado en el despacho en que habian entrado Dimas y Agustin, hablando y escuchando la radio. Cosme Vila no habia querido beber nada, el Responsable tampoco. Porvenir, si, y le gastaba bromas a la valenciana. Teo les habia contado: «El San Narciso de marras no es de madera; es de serrin».

Una emisora desconocida los excito lo indecible a eso de las tres. Era una «emisora fascista», instalada en algun lugar del Sur. Oyeron una voz que dijo ser la del general Queipo de Llano, el general sublevado en Sevilla. Dijo que sus tropas se desplegaban por la provincia, se dirigian hacia Huelva y Badajoz. Dijo que su proposito era enlazar con el Ejercito que habia consolidado todas sus bases y posiciones en el Norte, en Galicia, Castilla, Navarra y Aragon. Dijo que cuando las fuerzas del Sur confluyeran con estas, al oeste de Madrid, se formaria el frente continuo que se dirigiria contra el pais vasco, contra Madrid y luego hacia el Mediterraneo. Hizo elogios del espiritu combativo de los moros, de los legionarios, de la Medalla, de Falange. Termino dirigiendose a todas las personas ocultas «en zona roja», a todos los que sufrian persecucion y torturas, diciendo que confiaran en el triunfo del Ejercito Salvador, «que si los rojos tenian el oro, ellos tenian la experiencia militar y la moral de miles de voluntarios que se presentaban a medida que ocupaban el territorio».

El Responsable habia intentado cerrar el aparato de radio varias veces, pero Cosme Vila negaba con la cabeza. Quiso oirlo todo e iba dando golpes en el escritorio, con un lapiz. Se reia, refiriendose a la voz aguardentosa del general.

La exaltacion del Comite y de las patrullas seleccionadas que esperaban en los salones contiguos era indescriptible. Al dar las cuatro, Cosme Vila se levanto.

– ?Camaradas! ?Por la Revolucion!

Todo el mundo se puso en pie. Todo el mundo tomo el fusil ametrallador. Algunos milicianos, como Pedro, el fusil. La rapidez de movimientos era extraordinaria; cada uno conocia su puesto. Cosme Vila los despidio y con gesto confirmo en el mando de la operacion al Responsable y a Teo. Los despidio en el hueco de la escalera. Las Patrullas descendieron levantando un ruido ensordecedor. En el Comite solo quedaron Cosme Vila, el catedratico Morales y un par de milicianos de guardia.

La columna se dirigio al Seminario. La noche era estrellada como la anterior. Los milicianos de guardia en la puerta los oyeron acercarse. Estaban sobre aviso. «?Abrir las puertas!» Solo habia una. La abrieron de par en par. Seis camiones esperaban alineados.

El Responsable y Teo subieron por las escalinatas de Santo Domingo y alcanzaron la acera del edificio. Al llegar al vestibulo saludaron: «Salud, camaradas». «Salud.»

Eran unos cincuenta hombres los que subieron al primer piso. Los detenidos oyeron los pasos en la escalera, y sus rezos, pensamientos o sueno se interrumpieron. Se miraron unos a otros. «Ya esta.»

– ?Concentrarse todos en la Biblioteca!

La estancia mayor, conocida de todos, era la Biblioteca. Al desaparecer los libros se habia visto cuan grande era la sala. La voz del Responsable fue oida por todos los detenidos en los pasillos y celdas proximas. Los milicianos avanzaron y a culatazos los iban llevando por delante. Se habian encendido las luces. Entraban en las celdas y a puntapies levantaban a los sonolientos. «?A la Biblioteca!»

En cinco minutos todo el primer piso quedo concentrado alli. Ciento cuarenta y siete hombres, alineados en la pared del fondo y en la lateral derecha.

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