cuatro de la manana, y se habia dicho a si mismo que faltaba gente fuerte. Los milicianos, en general, no le inspiraban confianza. Estaban borrachos. Todo el dia habian estado bebiendo en compania de los Comites de los pueblos-vecinos y ahora, en el coche, llevaban el porron. Las mujeres eran las primeras en incitarlos a beber.

Por ello se habian procurado un 'gran refuerzo para las patrullas seleccionadas: Teo. Se dijo que la ayuda de Teo iba a ser indispensable. Por su fuerza, entusiasmo y experiencia. Ademas de que el gigante daba lastima andando solo. Durante el dia habia salido con su carro y habia hecho un viaje a la estacion, como dando a entender que se inhibia de todo; pero en la estacion llevaban una semana sin ver un tren y regreso de vacio.

Morales fue a ver a Teo. Le dijo: «Vengo de parte de Cosme Vila, Reconoce que tienes razon, aunque ya sabes que la disciplina…» Teo empequenecio sus ojos.

– ?Vienes de parte de Cosme Vila?

– Me ha ordenado que viniera personalmente, y que te esperamos. Ademas, quiere organizar un homenaje a la memoria de tu hermano, en el cementerio.

Estas ultimas palabras hundieron a Teo, toda su resistencia cedio. Barboto algo, sin duda alguna expresion alegre. Empezo a creer que si, que Cosme Vila le llamaba. Empezo a sospechar que era logico, que le necesitaban. El catedratico Morales anadio:

– Si no vienes, tendremos que llevar la valenciana al Manicomio. Teo pego tal punetazo a la urna de San Narciso, que casi rompio el cristal. Morales le dijo: «Anda, vamos, ya volvere yo por este Santo». Se lo llevo. Se llevo a Teo al Comite Revolucionario Antifascista. Cosme Vila, al verle y ver el signo de inteligencia que le hacia el catedratico Morales, sonrio. «?Salud!» Levanto el puno. La valenciana estiro las piernas. «Salud, fascista.» Teo estrujaba la gorra entre sus dedos. Miro el despacho que fue del jefe de la Liga Catalana. En la pared vio un pequeno papel: «Instrucciones para el homenaje al hermano de Teo». No decia: «Jaime Arias»; decia «hermano de Teo». Su entusiasmo fue tal que se puso al frente de la gran operacion, la que el catedratico Morales sabia que se preparaba para las cuatro de la madrugada. El Responsable y Alfredo el andaluz le consideraron un competidor de categoria. Lo mismo que Porvenir. De todos modos, pensaban: «Habra trabajo para todos».

Nunca mas andaria Teo solo por la ciudad, expuesto al sentimentalismo y a la locura. El catedratico Morales le dijo: «Escucha la radio». A los diez minutos oyo: «El Partido Comunista saluda a Teo». El gigante tomo el sello del Comite Revolucionario Antifascista, soplo en el y abriendose la camisa se tatuo el pecho; aunque era demasiado peludo, y la valenciana le dijo, entre carcajadas: «Yo te tatuare luego, guapo».

Los coches iban de aca para alla, frenando ante las casas de la ciudad. El panico era absoluto y cada persona daba lo mejor o lo peor de si misma. Teo iba a dar lo peor, lo mismo que estaban haciendo el catedratico Morales y Julio, lo mismo que se disponia a hacer Pedro, el disidente; otros daban lo mejor, y entre ellos se contaban Dimas, el miliciano, Agustin, su secretario; mosen Francisco y Cesar.

Mosen Francisco no habia aceptado la propuesta de Laura de refugiarse en casa de los Costa. Mosen Francisco no tenia mas que una idea, sobre todo desde que su parroco habia muerto: continuar ejerciendo su ministerio. Los duenos del piso en que vivia habian desistido de atarle de nuevo a la silla como hicieron cuando el incendio de San Felix. «Si haceis eso, sereis responsables de muchas cosas». Mosen Francisco se habia disfrazado de miliciano, mono azul, gorro, correaje, panuelo rojo, pulsera de oro. Todo se lo habia proporcionado la Andaluza, a la que mando llamar. Ahora esperaba que llegara la madrugada para poner en practica su plan, aunque la Andaluza le decia: «Es una locura, es una locura».

A Pedro el disidente le habia ocurrido algo absolutamente inesperado: Radio Moscu se habia puesto al lado del Comite Revolucionario Antifascista y el muchacho entendio que, por lo tanto, su obligacion era colaborar; y sintio remordimientos graves por haber ocultado a Mateo. Radio Moscu no cito expresamente al Comite Revolucionario de Gerona pero los cito a todos al hablar del Partido Comunista Espanol. Pedro comio un par de sardinas, tomo un vaso de vino y se presento en el local del Comite media hora antes del reingreso de Teo Cosme Vila, al verle, arrugo el entrecejo: «?Que te pasa, chaval?» «Vengo a ofrecerme.» Cosme Vila se mordio los labios. «Bien, bien, ponte a las ordenes del camarada Molina.» El brigada Molina le pregunto a Pedro: «?Tienes arma?» «No.» «Entra ahi y toma un fusil. Y a las tres y media te vienes.»

Pedro iba a dar lo peor de si mismo aquella noche. En cambio, Dimas y Agustin hacian honor a su palabra. Cesar no habia vuelto. La desesperacion de la familia Alvear era absoluta, pero el hecho era que Cesar habia mirado el periodico, y salido, y ya no habia vuelto. Toda la familia se habla reunido en el comedor, ante una vela encendida a la unica imagen de la casa, la Virgen del Pilar disfrazada de payesa catalana. Se rezaba llorando; don Emilio Santos tambien lloraba. Carmen Elgazu hundia todo el poder de sus ojos de madre en la pequena imagen, sus fuertes brazos habian caido a lo largo del cuerpo pidiendo proteccion, que le devolvieran a su hijo. Matias se habia arrodillado contra su costumbre y contestaba en voz mas alta que de ordinario a los rezos de su mujer. Pilar hipaba, recordando a Cesar, le veia todavia alli, en el comedor, sentado, con su cara ingenua, sus grandes orejas, escuchando perplejo a unos y otros. ?Cuanto queria a su hermano! Mateo siempre habia dicho de el: «Es un santo que corre por la tierra». Ignacio habia perdido la respiracion. Habian tenido que sujetarle para impedir que saliera. Era el que mas convencido estaba de que a Cesar le habia ocurrido algo malo. Cesar no le habia ocultado a Ignacio cual era su deseo. «Siento que el Senor me llama.» ?Que habia hecho, Senor, adonde se habria ido? Ignacio rezaba tambien en voz alta: «Acordaos, piadosisima Virgen Maria…»

Dimas y Agustin les habian ordenado que no salieran. Llevaron al piso otro miliciano de Salt, para que los custodiara. Un hombre silencioso, que se sento en el vestibulo, fusil en mano, como cumpliendo un rutinario deber. Y Dimas y Agustin habian salido en busca de Cesar, a dar lo mejor que habia en ellos.

Siguiendo las indicaciones de Matias Alvear, habian recorrido una por una las iglesias destruidas. Saltaban entre los escombros, entraban en las sacristias ahumadas, levantaban los bancos. Cesar era capaz de haberse arrodillado alli, apretando contra el pecho algun objeto sagrado. En San Felix les parecio oir ruido detras del altar de San Narciso y gritaron: «?Quien va?» Entonces avanzaron y en el momento de asomar las cabezas vieron una pared que se desplomaba.

Luego recorrieron las tres capillas de la ciudad que habian quedado intactas, cuyos altares relucian de oro aun. Y en una de ellas, la de las Hermanas Veladoras, encontraron huellas de su paso: vieron una ventana roia. Se introdujeron por ella. Se acercaron al altar mayor, abrieron el Sagrario. ?Nada! El copon habia desaparecido. Ignacio les habia dicho: «Habra intentado salvar los copones con las Sagradas Formas».

Volvieron a salir, por la ventana, despues de disparar contra la imagen del altar. En la segunda capilla habia ocurrido lo mismo: faltaba el copon. En la tercera, la del Asilo de los curas, al otro extremo de la ciudad -?lo que habria corrido el chico!- una vecina le dijo: «?Ah, ya se quien es! Le han sorprendido ahi dentro, tragandose las Hostias. Se lo han llevado».

– ?Donde…? -pregunto Dimas, mirando la carretera del cementerio.

– No, no, a la carcel, a la carcel. O por lo menos han tomado aquella direccion.

«Tragandose las Hostias.» Dimas no comprendia. Su secretario le dijo: «Si, ya se que lo hacen». Eran las once de la noche. Se dirigieron como flechas al Seminario, que servia de carcel. ?Si llegaran a tiempo! Tres milicianos montaban guardia en la puerta.

– Somos del Comite de Salt. Venimos a ver si hay aqui un tal Cesar. Cesar Alvear.

Uno de los milicianos ocupo el centro de la puerta.

– Papeles.

Dimas se llevo la mano al cinto.

– ?No te basta con esto?

Agustin saco un papel y se lo dio al miliciano. «?Jefe del Comite de Salt!» El miliciano dijo a Dimas:

– Espera un momento, camarada.

Entraron todos juntos en el vestibulo. Los timbres en la pared decian aun: «Director, Sacristia, Biblioteca». El miliciano consulto una lista que llenaba una pagina.

– Pero… ?los teneis todos anotados?

– ?Que va! Los primeros.

Dimas se enfurecio. El Comite de Salt llevaba aquello con mayor seriedad.

Se detenian coches e iban entrando nuevos detenidos. El miliciano le dijo:

– Mira. Lo mejor es que subas y le busques por tu cuenta. Yo no puedo atenderte.

Dimas y Agustin atacaron la escalera con lo mejor de su alma. Uno y otro procuraban retener la imagen de Cesar. Especialmente, Agustin le recordaba muy bien. «Tiene las orejas muy grandes», dijo.

Llegados al primer piso empezaron a tropezar con detenidos. Los pasillos estaban llenos, las celdas. Habia

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