– ?El periodico…?
Fue Matias quien repitio esta pregunta. Y la repitio porque le parecio comprender. Matias habia visto que Cesar se afectaba mucho al leer la lista de las iglesias incendiadas. Habria querido ir a verlas. ?Santo Dios…! Quien sabe si se le habria ocurrido intentar salvar algo de las que quedaban sin destruir…
Matias volvio a salir en busca de su hijo. «?Con su cabeza al rape!» Desde que se marcho el doctor Relken, la de Cesar era la unica de la ciudad. Ademas de que todo el mundo le conocia. Matias, jadeante por las calles, volvia a percibir, por segunda vez en pocas horas, una honda sensacion de paternidad.
Pero no habia peligro. Ni para Cesar ni para Ignacio. Agustin tenia razon: «los paseos» se darian por la noche. Habia tanta gente por las calles, que casi era el lugar mas seguro. Un transeunte mas no importaba, a condicion de no llevar sombrero… De modo que a Matias, que llevaba el suyo, le miraban con mucha mayor insistencia que a Ignacio y a Cesar.
Regreso sin dar con su hijo. No habia mas remedio que esperar.
?Que locura, santo Dios! Ni Cesar ni Ignacio debieron salir. Matias no pudo reprimir una mirada de suplica en direccion a la payesa con barretina que presidia el comedor.
Ignacio habia llegado a la Escuela sin novedad. Marta, al verle, se le echo en brazos. La chica perdio toda la energia de que daba prueba al estar sola o con los maestros, y rompio a llorar: «Ignacio, Ignacio…» Estaba en la cocina, no se movia de alli, dormia alli. Por la noche, le daban miedo las cucarachas…
– ?Que hay, que pasa en la ciudad?
Ignacio se dio cuenta en seguida de que Marta no sabia absolutamente nada de los muertos. Ni siquiera de los incendios. La ventana de la cocina no estaba orientada hacia la ciudad. La ventana daba a los campos, al rio… y al cementerio. Pero ?quien hubiera notado nada en el cementerio? La tapia era impenetrable, como siempre.
– Esta noche me ha parecido oir…
«Nada, nada.» Ignacio la tranquilizo. Penso decir a los maestros que no le dieran nunca a leer el periodico. La tendria enganada.
– ?Y mi madre…? ?Y mi padre…? ?Y Padilla y Rodriguez?
– Bien, bien. Todos bien… Tu madre esta tranquila, los guardias se llevan bien con ella. Tu padre… en Infanteria, ya sabes. Por el momento no se habla de nada. Mateo, a estas horas, tal vez ya este en Perpinan… Padilla y Rodriguez bien. Consiguieron marchar en coche, no se como se las arreglaron.
– ?Adonde…?
– No se. Creo que a Barcelona.
Maria se le comia con los ojos. Le daba verguenza llevar aquellas trenzas de la hija de Padilla y la falda de flores. «Debo de estar feisima.» Ignacio solo la reconocia por la voz. Por la voz y por la mirada, y por el alma que ponia en cada palabra.
– ?Y tu…? -pregunto Marta cruzando las manos en la nuca de Ignacio.
– Tranquilo, ya lo ves. Esperando. -Ignacio repitio-: Esperando. Marta, entonces, hablo de los maestros. «?Son unos canallas, ya te lo dije! Gente turbia, resentida. No hay mas que verlos comer. Ademas, duermen aqui al lado y te juro que son unos cochinos.» Ignacio hizo una mueca de desagrado. Marta no quiso insistir. Entonces le dijo:
– ?Sabes…? Me ocurre lo que a Pedro: mi unico consuelo -ademas del acuario, claro esta- es la radio.
Olga le habia llevado un aparato pequeno a la cocina. Y con paciencia, de vez en cuando, conseguia oir emisoras lejanas, incluso Africa.
– No esta perdido, Ignacio, ?sabes? ?Ni mucho menos! Claro que se ha perdido lo mas importante, pero… ?sabes cuantas capitales de provincia estan en nuestras manos?
– No se.
– ?Veintitres! Contando Mallorca. Y otros puntos aislados de resistencia como, en Toledo, el Alcazar.
Ignacio no compartia su optimismo, pero por nada del mundo la hubiera decepcionado. Ignacio habia prestado mucha atencion a las ultimas declaraciones de Prieto: «?Que pretenden los militares? Lo tenemos todo. Tenemos el oro…»
Ignacio permanecio al lado de Marta hasta que David regreso. Quiso esperar al maestro para darle las gracias de nuevo y para pedirle que le acompanara unos quinientos metros. «Que no me vean salir solo.»
David se puso furioso al verle. En el camino le dijo: «No vengas mas. ?No comprendes que sospecharan?» Ante la expresion de sufrimiento de Ignacio anadio: «Si acaso, yo ire a buscarte de vez en cuando, y te vendras conmigo».
Ignacio vio que David habia llegado en coche, en el Balilla de la UGT.
Al llegar a casa encontro a todos en la mayor zozobra, El dia iba cayendo, la carcel se llenaba y Cesar no habia vuelto.
– ?Agustin, por Dios, salga a ver si le encuentra! -le decia Carmen Elgazu al miliciano. Pero este intentaba convencerla de que seria una imprudencia dejarles solos en el piso.
– El chico es uno solo y ustedes aqui son cinco.
A Carmen Elgazu le parecia que tenia el mismo valor cada uno de ellos que el resto de la familia.
Ignacio queria salir en busca de Cesar, pero Agustin se situo en la puerta con su fusil, y se lo impidio.
CAPITULO XCIII
Cuando las sombras invadieron la ciudad, los coches de la muerte encendieron de nuevo sus faros. Las familias veian con angustia avanzar las horas. ?Cuando empezaria la
Habia sido necesario requisar mas coches pues varios de ellos se habian estrellado durante la jornada. Julio, junto con los Costa, habia ido a ver al general pues todo aquello le daba miedo; pero Cosme Vila le habia dicho: «Si intentais algo, sacamos las ametralladoras».
Julio se dio cuenta en seguida de que el mismo estaba en peligro si no tomaba una determinacion. Los guardias de Asalto de Jefatura estaban nerviosisimos y se quejaban de que a aquellas alturas tuvieran que custodiar a la esposa del comandante Martinez de Soria y el Museo Diocesano. Estaba visto que no dispararian contra el pueblo jamas. La mayoria era de origen humilde, todos ardian en deseos de adherirse a aquel.
Julio vio que los coches de la muerte encendian los faros y acaricio a Berta. Tambien los Costa estaban desesperados. Habian acudido de nuevo al Comite Revolucionario Antifascista para protestar. Solo pudieron ver a Casal, a quien si bien las cifras que oia continuaban dandole vertigo, e intentaba frenar a Cosme Vila y al Responsable, no dejaba de tener presentes los muertos que la sublevacion militar habia ocasionado entre el pueblo. Casal les contesto:
– ?No sean ustedes ingenuos! ?Protestar a estas horas! Vayan ustedes a Barcelona y enterense del numero de obreros que han muerto en los combates. Y en Madrid, y en Oviedo. -Finalmente, les dijo-: Lo mejor que ustedes pueden hacer es salir poco de casa…
Los milicianos cenaron bien y bebieron lo suyo. La labor iba a ser ardua Se sabia que mucha gente estaba oculta en huecos inverosimiles. «Han tapiado paredes, puertas secretas.» ?Con las puertas secretas que habia en Gerona!
A medianoche no podian soportar la espera. Las calles, desiertas, Alfredo el andaluz subio al piso del Delegado de Hacienda, llevo a este al cementerio, le corto las orejas y le mato.
A la una, Gorki y tres milicianos subieron al piso del juez de Primera Instancia, que quiso conservar su puesto cuando las bases. El hombre, en pijama, se sintio transportado al cementerio. Era el mejor amigo del Delegado de Hacienda. Le reconocio. Grito algo. Cayo a su lado.
A la una y media, el presidente de la Audiencia. Se encargaron de el el Responsable y Porvenir, que aquella noche habian decidido trabajar juntos. Las hijas les habian dicho: «No nos gusta que os separeis. Podria ocurrir algo».
El Jefe de Telegrafos, el de Telefonos, el de la Estacion. Otros dos medicos.
El catedraticos Morales sabia que todo aquello era el principio, que la gran operacion estaba prevista para las