la espada flamigera del arcangel justo.

Confortabame el santo prior diciendo que me moraba una legion de especialistas, siendo ello un honor antes que verguenza, y que cada uno de los seis mil y seiscientos y sesenta y seis me provocaba de modo diferente. Asi me hinchaban los ojos cuando cumplia oficio de lector, me picaban como si estuviera comido de piojos y pulgas, que tambien son hijos de Dios, con lo que perdia el sosiego mientras rezaba, me estrangulaban otros la voz para que desafinase en el servicio, y hasta alguno me atacaba por la risa convulsa. Tampoco faltaba quien me excitase con los malos pensamientos, motivo de gran confusion, tanto mas cuanto me hacian malinterpretar las santas reglas de nuestra sagrada orden, que llegaba a aplicarlas torcidas, lo que me sumia en desesperanza, por lo enfadoso que le estaba resultando a la comunidad. Pienso, para mi, si seria posible que en solitario nuestro prior mantuviese una entente con Meliar, pues entre senores ocurre diferente que entre villanos. Cuando se me acercaba, convertiase en blanco preferido de mis particulares y especiales moradores, para rechazarle y ahuyentarle, pues sentia que piojos y pulgas le arrancaban la carne hasta dejarle los huesos mondos, tan crudamente que persistencia tal no era sufrida por ningun otro monje, aunque ya cada uno procuraba guardarme la distancia. Con lo que juzgo acertado desistir y me daba vueltas cuando le requeria consejo, convencido sin duda de que era yo pieza preferida a la que no convenia acercarse ni disputarsela a los demonios, todo por bien de la paz y el sosiego de la comunidad.

Toda la suma de mis desventuras me convirtio en enojo declarado para mis hermanos, y de nada servia la senal de la cruz de todos ellos, tan inutiles como las que me dedicaba el santo prior, que me las aplicaba a destajo, tanto que Meliar debia de reirse en su cuerpo y tendria ordenado, a juzgar por los resultados, que los legionarios no me abandonasen ni se sometieran a la santiguada, antes bien, continuaran con mayor coraje.

Tan prolongado acoso debia tener una culminacion, y la llevaron a efecto sacandome un dia del monasterio sin que el hermano guardian se apercibiese; me colocaron sobre un mulo al que estimularon mediante un ramo de ortigas bajo el rabo, con lo que no se detuvo mientras le quedaron fuerzas, y no las consumio tanto en la carrera como en las corcovas con las que iba salpicandola.

Cuando me fue posible regresar al sagrado habian transcurrido tres dias. Notaron mis hermanos que, en el entretanto, el enemigo parecia haberles concedido una tregua, con lo que bien descansados se ocupaban en ofrecer sus oraciones con la intencion de que no encontrase el camino de vuelta.

Preocupado por el beneficio de la comunidad, y hasta no se si bajo la inspiracion del abad Meliar, que parecia profesarme especial cuidado, nuestro santo prior me mando salir al mundo de alforjero, haciendo alabanza sobre mis especiales dotes mundanas, que aumentarian la provision de limosnas, que las buenas almas nos proporcionaban para que perseverasemos en los caminos que conducen al cielo, ya que sus dadivas les representaban avanzar con nosotros un trecho en la salvacion. Y quien sabe si el Senor me tendria reservado para aquel menester comunitario, tan importante como el que mas, y aun pensaba que mucho mas que otros que pasaban por distinguidos, puesto que las virtudes que me tenia concedidas apuntaban a ello. Y en nada se es mas util, persistia el prior, que en aquello para lo que se es creado.

Tan persuasivo llegaba a ser el acento, tan fervoroso el cuidado, tan caritativo el encargo, que me olvide de Meliar y puse mi celo en el cumplimiento.

Primero fue sorpresa y despues celebracion, cuando mis antiguos companeros del mundo acertaron a descubrirme en la primera posada donde me recogi para pasar la noche, pues manifestaban que mi ausencia les privara de felicidad, pensando ahora recuperarla pese al habito y las alforjas de muy buen tamano con que me acompanaba.

No pude menos que congratularme de tales muestras de bienvenida. Con lo que la ocasion de hablar, comer y enamorar se me brindaba mejor que antano, pugnando otra vez todos por lograr mis consejos, comer en mi mesa y dormir en mi catre, pues mi caridad de fraile no me permitia, ahora menos que nunca, despedir ni rechazar a cuantos acudian reclamandome el consuelo de mi palabra, la reunion obsequiosa de la mesa, ni siquiera la santa compania de las mozas garridas -antes por consolarlas en sus desgracias que por otro sentimiento-, pues mas lo necesitaban que todos los demas. Y si algunas eran verdaderos demonios, el cambio me favorecia.

Tan presto se propago la nueva que inundaron la posada, y hasta los furtivos acudieron para obsequiarnos con piezas cobradas en los cazaderos del conde, mi hermanastro, que pronto paraban en los asadores. Volvia a escanciar el vino mas anejo de la bodega, pues siendo la ocasion solemne no se regateaba la alegria, siete dias puestas las mesas a manteles repletas de viandas y jarras de buen caldo, para que no faltase a cualquier hora, y asi la romeria no tenia fin.

Rivalizaban las mozas por la noche; unas acudian en solitario, las otras en tropel, temerosas de que el rigor de la orden hubiera mermado mi reconocido y famoso furor de antano, y encontraron con alborozo que antes bien los anos de abstinencia me vigorizaron y cumplidamente podia recuperarse lo perdido.

Para que la feria continuase, cuidaban ellos mismos de reunir limosnas, y repletos los costales, alforjas y talegas, cargaban el mulo y lo encaminaban al monasterio donde siempre era recibido con alabanzas. Y tanto era el provecho de las continuas entregas de mis companeros, que los frailes brillaban de lucidos y me enviaban parabienes y bendiciones, pues pensaban que al contentarme aseguraban que su barriga no disminuyera de volumen, con lo que se les alzaba la cogulla por delante y les obligaba a caminar con las piernas separadas y los pies abiertos, mientras iba yo quedando enmagrecido y con el animo flaccido conforme el vigor acumulado en el encierro ibanmelo consumiendo entre todos.

Antes de transcurrido un ano completo bati de nuevo el aldabon. Mas bien era una llamada de angustia, segun me encontraba. Acudio el hermano portero y no disimulo la grata sorpresa de hallarme, mas fue un primer instante ya que pronto perdio la complacencia. Tomo displicente la rienda e introdujo el mulo con su carga, murmurando que me quedase en la puerta a resultas de lo que dispusiese el prior, puesto que nada entraba ni salia sin su consentimiento. Cuya decision, por boca del guardian, consistia en que, siendo evidente la voluntad del Senor al dotarme para alforjero, a fin de cumplir su voluntad y con sujecion a la obediencia debida a mi superior y al cumplimiento de la disciplina de la regla, reanudase la colecta de limosnas y ayudase a la comunidad desde fuera. Y me enviaba sus bendiciones.

Como ya me trajera dispuesta una decision le mande de vuelta comunicandole se buscase otro alforjero, pues este se le declaraba eremita y marchaba a ocultarse del mundo en el lugar mas solitario. Y no le agregue, para que no se le burlase Meliar, que sin ello ya le causaria enojos, que habia jurado no volver a procurarme jamas ocasion de mujeres y guardar silencio, pues de tan prolija y vana palabreria me sobrevinieron siempre las desgracias.

Halle el lugar solitario tan cabal como pensaba, seguro que alma alguna daria conmigo, apartado en un profundo bosque, al pie de pedregosa montana, que en su seno me ofrecio el seguro refugio de una gruta.

Cuan placentera me resulto la soledad, con solo el rumor de las hojas, el trino de los pajaros, el murmullo del arroyuelo, el espejeo de la laguna donde se reflejaban las flores y las nubes. Arboles y arbustos me regalaban con sus frutos y me proveian de alimento frugal, que iba almacenando en la gruta. Le anadia la fineza del nectar de alguna colmena descubierta en el hueco de los anosos troncos. Y cuan deleitoso encontraba el transcurso de los dias, contemplando en torno mio la gloria de Nuestro Senor, al que agradecia sus dadivas y benevolencias ocupando mi espiritu en larga y santa oracion, rogandole por el mundo y ofreciendole mi modesto sacrificio por el perdon de mis pecados y la salvacion de mi projimo.

Sentiame el mas feliz entre todos los mortales cuando una manana, al penetrar en la cueva para descargar una pesada espuerta rebosante de frutos, pues era epoca de recoleccion, me saludo la voz meliflua del buen Benito, cuyas personales vibraciones ya casi tenia olvidadas, capitan de mi particular legion de diablejos que se me aposentaran en los primeros tiempos del convento y creia ya alejados para siempre. ?Vaya por Dios!, que alli lo tenia de nuevo conmigo, en una espera sonriente -la complacencia se le reflejaba en el rostro-, afectuoso y cordial, con la alegria del que encuentra a un viejo y querido amigo de otros tiempos. Y aunque le replique receloso no parecio inmutarse, pues no me olvidaba nunca -me decia-, sino que al dejarme bien encauzado luego de sacarme del convento -aun le divertia el recuerdo de la jugarreta del mulo-, se mantuvo ocupado con otros descarriados que porfiaban en perder salud y vida con cilicios y ayunos. Pero era el caso que Meliar le habia reprochado abandonarme, porque su negligencia fue ocasion de que regresase de nuevo por los caminos de la virtud, tendencia que, a fuer de honrado y cabal diablo, solo producia sinsabores y renuncias. Y para muestra, vierame pobre, cubierto apenas el cuerpo con jirones de burdos andrajos, los huesos pugnando perforar la oscura piel en reclamo de su libertad, el cabello y la barba ralos y crecidos como estopa, escondido en un cubil como airada fiera, hambriento, desaseado, y tal porfiaba en colmar mi desventura hasta ponerme de zarrapastroso como un porquerizo, con lo que abusaba de mi benevolencia, echando en olvido que al fin era mi huesped y con el

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