tiempo le habia tomado cierta confianza. Y aqui aparecia de nuevo, contento de hallarme, apesadumbrado de como me encontraba, dispuesto a reconducirme por el buen camino, que abandonarlo fuera chifladura mia. Y para conseguirlo trajo consigo a Jacobo, encargado de despertarme la soberbia, a Ludovico, para la gula, a Argimiro para el cuidado de la envidia, Federico en procura de la ira, a Orencio, Avelino, Crispulo, Sisinio, Arcadio, Salvio, Clementino, etc., hasta completar los seis mil y seiscientos y sesenta y seis, alegando la vieja amistad para que no me hiciera remiso, que mucho le importaba no bajar al tercer circulo, el de los que obedecen, cuando se encontraba asentado con gusto en el segundo, el de los que mandan. Pues el Primero correspondia al Soberbio, Meliar.

Le pregunte como siendo humilde eremita merecia atraer la legion completa y argumento en replica que solo atendian los pecados de mayor merecimiento, que si hubiera de cuidar de todos los que el hombre es capaz, no encerrara el tercer circulo numero suficiente para cubrir las atenciones a uno solo de los pecadores.

Y alli me trajo, cuenta aparte, a Jordino, un rijoso que todo el trascendia a incitacion, el cual blasonaba que en cuestion de lujuria nunca fuera yo plato indigesto, sino capaz de devorar cualquier manjar que alcanzaran mis manos. Quien en adelante poblo mis noches con ensuenos de vaporosas doncellas envueltas en transparentes tules, y aun sin ellos, mientras yo castigaba mis carnes con el latigo y me resistia a sus artimanas.

Pero una manana reposada de octubre me sorprendio el inusitado sonido de esquilones. Me percate de que no era sueno visionario cuando contemple el paso tardo de algunas vacas. Hui en principio al recordar los peligros del mundo que me arrojaron al bosque. Confiaba, no obstante, en que se trataria de algun hato extraviado que fuera cruzando al paso. Mas hete aqui que pasado algun dia las escuche de nuevo, y quise entonces conocer si acampaban perdidas o las dirigia algun vaquero, y para mi estupor descubri que no vaquero, sino vaquera, y moza galana era, que en el arroyuelo se frotaba los incitantes muslos con manotadas de agua, que demostraba preocuparse mucho del aseo.

Escape aturdido, sin dejarme ver, y en adelante la espiaba, cuando dormia o arreaba las vacas, mirandose en el espejo del agua, o bien practicando abluciones, pues parecia sentir el mayor placer refrescandose las carnes.

Azorado me encontraba con su presencia, aunque sin percatarme de la atraccion, pues ya cada dia me era habitual dedicarle un tiempo a observarla ocultandome entre la fraga, desde los tojos y los brezos, tras los troncos, pues su contemplacion me acrecentaba el deleite y tal entusiasmo alcanzaba en viendola banarse que habia de huir para no revelarme.

Con lo que se me azogo la paz; su pensamiento irrumpia entre mis oraciones, su imagen aparecia de continuo ante mis pupilas, aunque tuviera incluso escondida la cabeza entre los brazos y cerrados los ojos en un esfuerzo por olvidarla, atrayendome, muy a mi pesar, como un iman.

Conturbado me sentia al saberme espoleado por los legionarios, y en especial por el Jordino, que apenas me dirigia la palabra, aunque su actitud, como siempre, trascendia obscena complacencia. Entre todos era este quien me inspiraba el mayor recelo y disgusto. Sus camaradas de hueste solian comportarse mas atentos y agradables, como si no tuvieran gran empeno en mortificarme, pensando, sin duda, que no era necesario anadir a la de las obras la humillacion del gesto, por lo que hasta simulaban dispensarme algun afecto, siquiera fuese por aposentarse en mi propio hogar. Incluso Benito, el bueno del capitan, mostrabase afable y parecia encontrarse bien y divertido, gozando las delicias del bosque y la soledad. Llegaba hasta a maldecir a las gentes de los poblados, que consideraba complicados y artificiales, empenados ellos mismos en crearse obstaculos, que despues achacaban a defecto del projimo. Y debo reconocer aqui que su punta de filosofia no resultaba disparatada.

Me esforzaba yo en ensalzarle las delicias del eremita, y razonaba que pudiendo vivir solo, ?para que vivir acompanado? Y en eso parecia estar de acuerdo, dispuesto a no abandonarme nunca si Meliar consintiera, que estaba seguro no lo haria, y por ello se lamentaba, pero cada uno es como es -decia-, y no cumple otra cosa.

Debo hacer constar que con ellos nunca quebrante mi juramento de guardar silencio, pues no nos eran necesarias las palabras para comunicarnos; conversabamos mediante el pensamiento.

El invierno, entre tanto, se anuncio rotundo con un manto de nieve que al tercer dia se aposentaba hasta en las hojas de los arboles. El bosque se sumio en un profundo silencio. Los animalillos permanecian agazapados en sus madrigueras, como yo en la gruta, rodeado de la hueste en expectativa, todos al abrigo del dulce calorcillo del fuego.

Pensaba si la pastora habria regresado con su hato a la querencia del lejano establo, o si la nieve la habria sorprendido, y andaria acurrucada entre las vacas, al amparo del calor de sus cuerpos o aterida y muerta por el frio. Pues muchos dias habian transcurrido sin que la siguiera, y ahora luchaba con mi duda, mientras unos pensamientos me empujaban a salir en su busqueda y prestarle ayuda como hermana, y otros me incitaban a olvidarla.

Acabo aquella lucha interna cuando se levanto la piel que cubria la entrada de la gruta y desde la blanca noche penetro en el interior la vaquerilla, luego de contemplar lo que desde alli se distinguia. Se acogio a las brasas, que atizo para revivirlas, pues le castaneteaban los dientes y mas se parecia a un carambano que a otra cosa. Senti a su vista resurgirme la caridad, y hube de reprimir mi primera disposicion de ahuyentarla, pues intuia una grave complicacion con el Jordino sonriendo, aunque en verdad me encontraba yo mismo mas preocupado por el egoismo que por el servicio que debia a una criatura de Dios. Y esto si era grave pecado. Asi que anadi palos a la hoguera, para conseguir que las llamas cabrillearan sin demora; le di mi alimento, que devoraba, hasta regresarle la color rosada de su carne mientras se la frotaba con la nieve. No acerte a adivinar si pretendia asearse o reaccionar mas deprisa: fuese cual fuese la intencion, iba quedando de rosas.

Nos contemplabamos sin mediar palabra, ocupada ella en los masajes. Y con la misma naturalidad que debio de usar nuestra madre Eva en el Paraiso antes del pecado, dejaba ante mis ojos cuanto yo temia, haciendo vanos tantos esfuerzos realizados aquellos anos para olvidar sin conseguirlo plenamente, pues las evocaciones me brotaban por entre los pliegues del sueno. Aquel diablejo lujurioso parecia morar en mi a perpetuidad y jamas lograria expulsarle.

Sonreia ella candidamente mientras hurgaba con las suyas en mis pupilas, como si buscase mi aprobacion, y me agrado que respetara mi silencio, pues ni una palabra habia pronunciado. Prueba de humildad era que ablandaba mi corazon, mientras ella resurgia, renovada, desde la nieve y el fuego. Pronto se animo a conversar con gestos, descubriendo que los usaba tan gentiles y claros que le sobraban las palabras; a fe que resultaba gozoso interpretarla, pues parecia como si un rayo de gloria se hubiese aposentado en la cueva y el invierno se trocase en primavera, segun me brincaban de alegres los pensamientos.

Dijo ser muda, lo que me complacio porque desaparecia con ello el temor de quebrantar mi juramento, y que hacia tiempo se habia percatado de mi presencia y de mi contemplacion cuando se banaba. Que habia llegado proxima a la cueva en muchas ocasiones y conocia todos mis pasos, pero respetaba mi libertad y, pues ahora le daba cobijo cuando le era necesario, atizaba el fuego para que se calentase y habia compartido con ella mi alimento, me brindaba lo unico que entonces poseia y me considerase libre de tomarlo o dejarlo, pues no deseaba otra cosa que aquello que mas gusto me diese.

Pasando entonces desde la naturalidad anterior al pecado a la intencion incitativa posterior a la manzana, la galana vaquerilla comenzo a despojarse con deleitosa lentitud de sus andrajos. Aun siendo pocos me parecieron eternos. Y no me estaba mirando entonces por lo derecho, sino que de reojo esperaba descubrir mis reacciones, y sin duda se percataba de que me resistia, pues en aquellos momentos me acudian al recuerdo las burlas de Meliar y las setenta y dos legiones de demonios; ignoraba si los seis mil y seiscientos y sesenta y seis continuaban conmigo o se trasvasaron a otro eremita, pues no los sentia, aunque si a Jordino, que no me abandonaba dia ni noche, presente por los pensamientos lubricos y los ensuenos inciertos, y ahora se oponia enconado a mi resistencia, avasallador, pues lo distinguia danzando entre las llamas que a su movimiento se contorsionaban como lenguas de dragones enfebrecidos, con un juego de luz y sombras sobre la carne desnuda de la vaquerilla. Aunque era evidente que ella no lo distinguia, pues ningun recelo mostraba. Y era la cuestion que tambien yo llegue a olvidarlo conforme me subia la fiebre.

Revento con un bramido de apocalipsis la represa que me contenia, como se derribarian las murallas de Jerico machacadas por el sonido de las siete trompetas de cuerno de carnero y el clamoreo de los israelitas, y me sepulte en las profundidades del abismo que se abriera ante mi. Y quede esto asi, aunque duro todo el invierno, que segun andaba de entusiasmado me parecio corto, y gracias que nunca fuera tacano en almacenar provision de alimento, que bastaron para los dos con la adicion de la leche que proporcionaba una cabra mamia que llevaba

Вы читаете Regocijo en el hombre
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×