el hato; su unica ubre semejaba una piramide invertida, y me despertaba la risa usar una sola mano para el ordeno, como si de media cabra se tratase.

Con los frios del invierno se marcho nuestra paz: descubrimos un aciago dia media docena de cermenos en pesquisa por el bosque, armados de picas y horquetas, hoces y guadanas, que producian temor. Y bien se reflejo el terror en la vaquerilla, quien se sujetaba contra mi cuerpo sin atreverse a abandonar la cueva, pues segun me explico la buscaban para matarla. Huyera del poblado donde la acusaron de brujeria, sin que pudiera exculparse con palabras, siendo todo causado por las mujeres, pues algunos de sus maridos la perseguian por los pastizales mientras se hallaba apartada, o bien la sorprendian en el establo donde buscaba el calor de las vacas. Y habian determinado quemarla en la hoguera para liberar a los hombres de sus artes.

Algunos dias mas tarde dejaron el bosque arreando el hato, que se llevaron completo, menos la cabra mamia, pues abandono a las vacas en busca de nuestra compania en la gruta, para dormir y darnos leche. Que parecia reflejar en sus ojos la envidia mientras contemplaba nuestro baile nocturno en la vaga claridad de las brillantes ascuas.

Ya no habia en nosotros sosiego ante el temor de que regresaran, lo que estaba ella firme en creer, despues que encerraran el hato, y andabamos con mil precauciones para no delatarnos ni descubrirles nuestro refugio. Con lo que la inquietud me robaba el placer que tan generosamente me ofrecia. Sabia ella o adivinaba que, respetuoso con mi promesa, nunca buscaria ocasion de mujer y por eso me lo reclamaba y ofrecia, que en nada se mostraba remisa, y en justa correspondencia gozabame yo en no serle tacano, con lo que ambos andabamos cumplidos y siempre en silencio.

Despues de tantos anos de disfrutarlo solitario e ignorado, se me ofrecia ahora el bosque poblado de invisibles enemigos, no ya de la legion de diablos que parecian haber abandonado el campo, quizas porque la fragosidad era mucha y no invitaba a la curiosidad. Hasta que un nuevo dia vimos avanzar una fila de doce encapuchados. Tal llevaban de baja la capucha que solo distinguian los pies del delantero para seguirle. Movianse, pues, como gusanos, y llegue a pensar en principio que todos ellos debian de ser cegarritas, aunque despues supe que lo hacian para no distraerse el pensamiento de sus propositos. Y sin mirar adelante vinieron a topar con la piel que nos cubria la entrada de la gruta, y el que hacia cabeza, de celtica estatura y continente, rubio el cabello como heno, los ojos azules y el gesto severo transpirando autoridad, levanto el obstaculo y nos hallo en el interior acurrucados, temerosos, sorprendidos como zorras en su cubil.

Se aposentaron con nosotros para reponer fuerzas, y se mostraron agradecidos por los frutos que repartimos y el ordeno de la cabra, con lo que se le desato la lengua al celtico que se intitulaba General de la Hermandad de los Halcones Peregrinos, compuesta hasta entonces por seis hermanos y seis hermanas, los cuales, en reposo o caminando, ocupaban lugares intercalados para mejor demostracion de que entre ellos no habia diferencias. Todos rezaban de tercerones, legitimos o bastardos, pues no distinguian, y consistia su credo en ser criaturas semejantes, que tambien aceptaban en la regla a los hijosdalgos, aunque ninguno se les sumara hasta el momento, y lo mismo mujeres que hombres, siempre por parejas. Apartados de cualquier titulo y fortuna se hospedaban en la religion militante y tan fundido con el ser lo llevaban que estaban dispuestos a emplear la cruz o la espada, segun sirviera.

Se orientaban ahora sus pasos a protestar por encontrarse los Santos Lugares en poder de infieles, y a Tierra Santa se encaminaban de descubierta, con el animo de despertar las conciencias cristianas y sustituir a los infieles en la guarda de los parajes, banados con las gotas divinas, sudor y sangre, de Nuestro Salvador.

Les servia como guia y norte en su camino una piedra que llamaban ceraunia, caida con el rayo, pero de aquel que cruzo los cielos y resquebrajo las tinieblas en el momento de la Expiracion de Cristo, la cual habia de conducirles hasta el mismo Golgota, asi fueran con los ojos vendados.

Inquirieron si deseabamos dejar la soledad del bosque para incorporarnos a la Hermandad y seguirles en la peregrinacion, preguntando de paso si era doncella la vaquerilla; rompi el silencio de cinco anos, pues obligado estaba siendo ella de natural muda, para contestar que casada no era pero que tan buena anacoreta resultaba como el que mas, y alli estaba yo para dar fe. Cambie gestos con ella que consintio encantada en seguirlos, por el temor en que viviamos del regreso de sus paisanos para arrastrarla a la hoguera, y siendo tiempo de interlunio me parecio propio ir donde ofrecian, ya que el bosque habia dejado de ser tierra incognita, sino que mas bien amenazaba convertirse en camino de paso.

Como el tiempo corria, urgidos del santo deber, recogimos los alimentos y ordenamos la cabra. La vaquerilla se despojo de los argamandeles dejando en la maniobra descubierto el abismo, para cambiarlos por el tosco sayal peregrino.

Tengo para mi que los seis hermanos me envidiaron, y en adelante ello fue motivo de displacer, pues las seis hermanas entraron en celos sabiendose mejoradas. Y quede aqui. Solo anadire que, en rompiendo la marcha el gusano, el general entrego a la vaquerilla el gallardeton, que representaba la una punta a los hombres y la otra a las mujeres, y con una bendicion nos recibio en la Compania, pronunciando la sentencia de que entre los hermanos no existia el tuyo ni el mio, segun constaba en la regla.

III

La virtud silenciosa de la vaquerilla era largamente apreciada en la Hermandad, pues a la par que divertia con la graciosa exposicion de sus gestos, no enfadaba con el continuo parloteo que acostumbraban las otras. Y todavia la alabanza era mas profunda mientras cruzabamos de puntillas la Franconia, que importaba mucho ocultarle nuestro paso al celoso rey, no fuera a incluirnos en la zarabanda papal, que al ser religiosos nos encontrabamos en riesgo.

Como sombras fantasmales cruzamos Roma, no fuera a caer sobre nuestros anillos de gusano el enojo del joven Papa, con su ahora te proclamo y luego te dimito, pues los tiempos eran expeditivos. Y en cada esquina se imponia burlar el acoso de sus esbirros para librar a nuestras hermanas, y a mi vaquerilla, de aquel empeno por santificarlas.

Tras el Benevento y la Lombardia se nos acababa la tierra firme. Como unica posibilidad se nos brindaba una larga, debil y bien equipada galea, con sendos bancos de veinticinco remeros y velas triangulares. No hubiera permanecido todavia en puerto de no esperar el completo de los remeros. Nos ofrecimos bajo condicion de no luchar y fuimos aceptados, muy a disgusto del capellan que no aprobaba el tributo fisico tratandose de hombres de iglesia. Mas el capitan alego que se imponia zarpar -que tan buenos eran los musculos de un fraile como los de cualquiera otro mientras dormia la brisa-, y que aceptaba no participasemos en la lucha si la habia, y ayudaren las hermanas en la comida y la municion.

Dispuso que zarparamos rumbo a Creta sin dilacion, pues ya se habia perdido mucho tiempo. Astuto, el saber de la pirateria le venia heredado desde el tiempo de las nueve Troyas; blasonaba que en tal arte nadie pudiera mejorar al mismisimo Ulises. Era barco de comercio, de veloz carrera, jugueton sobre las olas como un delfin, con apariencia de pieza suculenta para cualquier corsario sarraceno que se acercase confiado. Mas, aunque fuera un soberbio dromon el que atacase, habria de maldecir su confianza cuando la galea escupia por la proa el azufre y el petroleo, conocido por fuego griego, y le rociaba el puente con jabon liquido, sobre cuyo pavimento viscoso y resbaladizo fracasaban las maniobras de los incredulos asaltantes, que contemplaban impotentes la huida de la gracil nave. Y por si alguno persistia, aun quedaban los ballesteros con sus flechas, y hasta cal viva si se terciaba, que tratandose de infieles no era cuestion de escatimarles nada en el trato.

Llegamos finalmente salvos a Chipre, despues de algunas escaramuzas. Vista con la fe la isla parecia cercana, pero a golpe de remo resultaba muy distante. Desde alli otra modesta nave de cabotaje nos llevo cerca del lugar anhelado.

Con emocion y reverencia hollamos el suelo santo que regara con la sangre de su Pasion Nuestro Senor Jesucristo y Salvador. Que prodigioso milagro fuera encontrarse Santa Elena la Santa Cruz en una cisterna, junto con los otros instrumentos de la crucifixion, ofrecidos a la veneracion de los fieles junto con el INRI. Aproveche el beso al santo madero para llevarme entre los dientes una astilla, y por ello no pare mientes en el anillo de Salomon y el cuerno que contenia el aceite con que eran ungidos los reyes.

Madre de todas las Iglesias, Santa Sion, preferida de los apostoles; en ella se encuentra el trono de Jacob, hermano del Senor. Fue levantada sobre los restos del templo construido por Salomon, que estuviera recubierto por dentro de oro puro y poblado de querubines. Alli se conserva el pinaculo sobre el cual fue tentado Nuestro

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