alla del mar, sedientos de venganza, que no otro impulso les trajera a la alqueria, donde la unica riqueza eran las provisiones que ya robaron la primera vez. Ahora seguian buscando sangre, y exprimian el placer de segar la vida de todo ser viviente. Demonios que se complacian en asesinar a los humanos, que ellos no lo parecian, mas bien lobos con rabia.
Hallamos una pequena fogata abandonada por cualquiera que huyera al sentir nuestra proximidad, y acomode cerca al ciego. Me dedique a secar mis ropas a la par que combatia el frio, que iba dejandose sentir intenso y doloroso, sin que perdiera la sospecha de ser vigilado por ojos errantes, por sombras desvaidas, que no alcanzaba a descubrir si eran humanas o de algun lobo, hambriento y desesperado, quienquiera que fuese, pues no habria diferencia.
Apenas dos meses antes el lugar apareciera alegre y floreciente. Reia en las pupilas la ilusion, en aquellos mismos que ahora se ocultaban aterrorizados y rehuian cualquier encuentro, cuando una partida de piratas que recorrian el territorio en busca de provisiones asalto el lugar, abandonado apresuradamente por aquellos hombres que compraron su derecho con una vida de esclavitud. Destruyeron cuanto encontraron al paso, incendiando las viviendas, saciada el hambre con la comida y la sed con el vino. Y tan felices se sintieron despues de ahitos, enfrente de la desesperacion de los lugarenos, segun me referia el viejo, la voz temblorosa por la tristeza del recuerdo, que no tuvieron medida. Hasta que ebrios se recogieron en la corraliza donde guarecian el ganado por la noche, arrastrando consigo a las mujeres que tropezaron, cuyos maridos perecieron ensartados en sus lanzas, degollados sus ninos. La voz del anciano se velaba al evocar los gritos desgarradores de las mujeres ultrajadas, envueltos entre las carcajadas y el bullicio de aquellos demonios, cuyo placer consistia en procurar a los demas la muerte y la destruccion, en medio de crueles tormentos y violencias, que jamas conocieran una horda tan despiadada.
Vencidos por el vino, que no saciada su crueldad, paulatinamente se impuso el silencio en la corraliza, ocasion que aprovecharon para escapar las pocas mujeres que quedaron con vida, que muchas murieron aquella noche, y las que llegaban pedian desesperadamente que las mataramos nosotros si sentiamos alguna piedad.
Despues de una pausa, que aprovecho el viejo para dominar la emocion que le ganara con el recuerdo horrible, me refirio que sin mediar palabra, horrorizados como se encontraban los supervivientes, concibieron la misma idea: amontonar lena alrededor de la corraliza hasta completar tres muros anchos y crecidos, a los que prendieron fuego por multiples lugares a la vez.
Dos rapazuelos, vencido su temor, se habian llegado, silenciosos y suplicantes, hasta nosotros, pidiendo comida con el gesto. Abri el zurron, que portaba casi vacio, y les entregue los mendrugos y un arenque, que devoraron ansiosos. El viejo, con un nimbo neblinoso enrojecido por la luz de la pequena fogata, me recordo a Eumeo, al que conocia por un libro intitulado la Odisea que leyera cuando el convento.
«No puedo narrarte, forastero -prosiguio el viejo algo repuesto despues de la pausa-, aquel horrible espectaculo. Los piratas, empavorecidos, arrancados de su turbio sueno por el calor, el humo y el crepitar de las llamas, se lanzaron desesperadamente intentando saltar el fuego; sus alaridos todavia resuenan en mis oidos. Pareceme que aun contemplo sus figuras de demonio danzando entre las llamas, embrazado fuertemente el escudo y volteando la espada, en desesperado esfuerzo por atravesar una muralla de fuego que habia sido levantada para impedirles escapar.
»Y ya no puedo referir otra cosa que los gemidos de muerte y terror entremezclados con el crepitar del incendio. Pues que mis ojos, incapaces de contemplar tanto infierno, cegaron.»
Desaparecieron los ninos. Solo les atraia la comida; pronto comprobaron que nada mas quedaba. El fuego se habia consumido entre tanto y unicamente restaban brasas. No me atrevia a ir en busca de lena, ni el ciego me lo permitio pues que se escuchaban, ora lejos, otras veces mas cercanos, carreras y chillidos, golpes que podian ser hachazos o mandobles de espada, estertores, cuerpos que apresuradamente huian o perseguian, jadeos y carreras despavoridas, junto al escandalo de algun can que ladraba medroso, cacareos de gallinas sorprendidas, el graznido de los gansos asustados y el ronquido de un cerdo perseguido con ahinco, si juzgabamos por el alboroto; todos los ruidos ensordecidos por la tiniebla de la noche.
«Vinieron otros a vengarlos -prosiguio bajando la voz- y regresaran cada noche acompanados de la muerte, mientras quedemos uno con vida. Ya ni siquiera huimos. Esperamos que descubran la madriguera y nos maten. Si os encontrais vivo por la manana, no os detengais aqui por mas tiempo.»
Alertado como estaba serviame de la niebla como escudo para ocultarme; rehuia tropezar con alguna forma o cuerpo vagamente vislumbrados. Camine asi dias y dias, desorientado siempre, perdido a veces. Aunque el anciano me trazara el camino que podia llevarme a mi destino. Me ayudaba que los otros paisanos supervivientes, aterrados como yo mismo, huyeran tambien cuando avizoraban la presencia de otro hombre entre los espesos cendales de la niebla, que transportaba jirones mas oscuros flotando en su seno, ya que nadie deseaba aventurarse pues que el projimo le era desconocido.
Una mayor densidad de humo que irritaba los ojos, oscurecia la niebla y ofendia el olfato con el acre olor de la resina, servia de flamula para senalar los lugares donde existieran villas, viviendas aisladas. Si todavia alguna llama persistia delataba la cercania de los bandidos, siendo preciso extremar el cuidado.
Caminaba lento, encorvado, la vida puesta en agudizar la mirada para taladrar la niebla, adivinar anticipadamente cualquier presencia enemiga, que todos podian serlo, convencido de que pronto reconoceria el territorio donde transcurrieran mis mocedades. El camino real, la posada, el puente de madera asentado' sobre el rio, los regolfos de agua para los molinos, las largas filas de arboles que flanqueaban el sendero, el bosque. Dilatabase tanto su vista que ya andaba desesperado pues, cuando cualquier accidente me despertaba el recuerdo, al explorar el contorno lo hallaba tan distinto que no lo reconocia. Dificil resultaba identificar nada, cuando la niebla ocultaba y desvanecia todos los contornos mas alla de seis pasos. Crei haber llegado cuando se me ofrecio el recodo del rio, que pase y repase para apreciarlo, destruido el soberbio puente que otrora cruzaba retumbando bajo el brioso cabalgar de mi caballo; se me presento el bosque-cilio donde tanto haraganeara en mis anos, pues que la mansion debia encontrarse a mi izquierda mano, senora sobre la suave colina, rodeada de cercanas viviendas de villanos, almacenes, dependencias y caballerizas, todo ello extenso como un villarejo capaz para varios centenares de almas que entonces lo poblaban.
En tal direccion me encamine y cuando me espoleaba la ilusion de descubrir las construcciones encontre solo ruinas; ni un solo muro se mantenia erguido, pues tan arrasada estaba la mansion de piedra como las cabanas de madera, calcinado todo por el fuego. No encontre rescoldos ni cenizas calientes. Tampoco humo. Ni pajaro ni lagartija siquiera. Solo la fria desolacion, sobrecogedora, pues que ni cadaveres vi por no encontrar rastro de la vida que alli bullera en otro tiempo.
Permaneci sentado sobre una piedra acompanado por la desesperanza. En cuanto llevaba visto desde el desembarco, en ningun otro momento me sintiera mas desfallecido y derrotado. Pues que la ilusion de regresar al lugar de mi infancia me alentara y mantuviera entre aquella pesadilla. Pareciame ahora llegado el final, y no me importaba morir si Dios tuviera fijado para entonces mi postrer instante.
Tan grande infortunio me abatia. Sobrecogido por el dolor y la desesperacion, desarraigado brutalmente de cuanto me habia sido caro en el recuerdo y el sentimiento, permaneci durante horas ausente, sumido en tenebrosos presentimientos. Hasta que vine en recordar numerosos lances de mis tiempos jovenes, que me aliviaron. Conclui recordando al conde Montfullbriey, cuya suerte no me preocupaba mucho, pues que jamas me tuvo en consideracion de hermano, sino como lacayo de la mas baja condicion, hijo de la gran posadera que me llamaba con insulto y desprecio.
Sin que sirvieran estas tristes memorias para encubrir la suave desilusion que me embargaba, por la secreta esperanza de que fuera el quien me facilitase el nombramiento de obispo. Que si no me constituia obsesiva preocupacion, alguna que otra vez se me enroscaba en la mente con un interrogante de curiosidad. Aunque, si habia de llegar, la Providencia se ocuparia del caso. Pero que fuera antes de apartarme en el monte, pues que una vez alli me encontraria perdido para el mundo. ?Y debia yo procurarlo tambien? No acertaba a adivinar lo que fuera mas conveniente. Aunque pensaba que quien no vive en la corte pierde los cargos.
Me retiraba por el camino real inquieto por la incertidumbre de lo que me convenia, tan absorto en mis pensamientos que me sobresalto el inesperado encuentro con un hombre, y pense era llegada mi hora final. Cerrado me tenia el paso y, espantado, buscaba en derredor por donde escapar, encajonado como fiera sorprendido en el cubil. Por ello me diera tiempo a descubrir una figura luenga y magra, hirsuta, vestida de ropa talar que se ajustaba bien a lo que podia considerarse una vieja y maltratada cogulla. No imaginaba a un pirata disfrazado de fraile enteco, pues eran gigantes fornidos. Mas nadie me causara mayor espanto.
«?Portais contrabando?», fue el saludo, la voz severa y profunda, como bajo de coro, aunque era talludo de