figura.
Al reponerme de la sorpresa le pregunte si era fraile. Lo era, y alcabalero, para cobrar arbitrio y peaje a cuantos transitaren por el camino real, privilegio concedido a la abadia por el rey, cuando este le reconociera las antiguas mandas. ?De que abadia me hablaba cuando aquellos terrenos eran del conde?, inquiri, pues me sonaba extrano. Reconocio con ello que yo ignoraba la historia, pues le hablaba de anos que ya fueron idos hacia mucho, e invitandome a entrar con el en la cabana que junto al camino le albergaba, quiso referirme el suceso. Pero antes sintio curiosidad por averiguarme, y al enterarse que venia peregrino de los Santos Lugares, sintiose tan feliz y exaltado que no tenian fin sus placemes y parabienes, ademas de procurarme el mas comodo y preferente lugar junto al hogar encendido, que me alivio la tiritona del hambre, pues me reclamaba el estomago su pitanza, harto olvidada durante los ultimos dias, mas por carencia de alimentos que por distraccion. Objeto el fraile alcabalero que todavia no era llegada la hora del refrigerio, aunque al encontrarme desfallecido atenderia a la necesidad antes que a las horas. Quedele reconocido y pronto satisfecha el hambre, con ser mucha y vieja.
Acabado de comer me mostro su curiosidad por los pormenores de Tierra Santa, y eran de admirar sus exclamaciones y alegrias como si mis palabras confirmaran sus referencias. Que tal parecia un nino que estrenaba jubon. Me maravillaba su facilidad de exaltarse, transitando por el camino de sus propias ideas, como suele ocurrir a los solitarios y a los sonadores.
Cuando llego el momento en que le referi el bocado que diera al sagrado leno durante la visita al excelso templo, la iglesia de Constantino, puso empeno en que le mostrara la astilla que conservaba en una bolsa de cuero colgada al cuello, y una vez expuesta la adoramos.
Segun hilvanaba cuanto me iba refiriendo viene en conocer que el lugar fuera un antiguo asentamiento romano, sobre cuyas ruinas levantaron una iglesia los monjes que llegaron con San Crispolino, mandados por el Santo Padre de Roma para renovar nuestra Iglesia, sobradamente arruinada por herejias y pelagianos. Y cuando florecia la fundacion, segun se extendia la santa palabra divina entre los pobladores, acudio una salvaje horda que asolo el territorio, siendo saqueada e incendiada la iglesia, quedando reducida a cenizas.
Envio el rey a su ejercito para combatirlos, al mando de un conde Montfullbriey, a la sazon famoso guerrero joven y bravo, quien pronto expulso a los piratas, y recibio el territorio en premio a su valor. El joven conde puso en la reconstruccion de sus dominios las mismas energias y voluntad que empenara contra los invasores. Construyo nueva iglesia de piedra que destacaba sobre las cabanas de la region. Y tambien de piedra fue levantada su mansion, encerrado el conjunto con elevados muros que resultaban una maravilla por el arte y la fortaleza, que parecia inexpugnable.
Mas, defecto habia de tener alguno, y asi fue que el gobierno de la nueva iglesia lo entrego a sacerdotes del clero secular, alegando que ningun superviviente quedaba de los frailes fundadores venidos de Roma, y asi nadie ostentaba derechos que se opusieran a su voluntad.
Por el hilo de los tiempos a que se referia colegi que eran los de mi abuelo paterno, a quien le sucediera mi padre, anos aquellos de prospera vida que en su ultima parte ya me era conocida.
Para la epoca en que mi hermanastro heredase titulo y propiedad falleciera nuestro rey y ascendiera al trono Edwig, su hijo de dieciseis anos. Ninguno de ellos heredara, empero, la energia y espiritu guerrero de sus respectivos antepasados, y tal debilidad fue aprovechada por los piratas, que siempre estuvieran vigilantes de la ocasion, sin renunciar jamas a conquistar y asentarse en nuestro territorio.
Una gran coalicion de danes y norses, que aun siendo rivales entre si se aliaban contra nosotros, se volco en cruel ofensiva sobre nuestras costas y asolaron el pais. El rey que, aunque flojo guerrero, poseia, en cambio, grandes virtudes como gobernante, pues ningun otro procuro jamas tanto el bienestar de su pueblo -regalo territorios y prebendas a los nobles y propicio el resurgimiento de la Iglesia-, ordeno al conde asumir el mando de los ejercitos reales anadiendoles los propios, y le invito a reverdecer las gestas gloriosas de su valiente abuelo.
Aciago dia aquel, cuando los ejercitos se encontraron en el lugar fijado para el combate al primer rayo de sol de una gloriosa manana, cuya esplendorosa amanecida deseaba iluminar el triunfo de la cruz redentora de Cristo sobre los paganos, poseidos del espiritu destructor de Satan.
Fueron aproximandose las vanguardias parapetadas tras las murallas de escudos -los piratas, con sus horrisonos gritos proclamaban el odio que les animaba-, cuando los lideres cristianos se vieron acometidos por la necesidad de ausentarse en seguimiento del conde, que habia dado media vuelta, afrenta e ignominia, baldon cobarde contra su casa tan noblemente ensalzada hasta entonces por virtud de sus valientes antepasados. Abandonadas por sus jefes, las tropas siguieron la traicionera y vergonzosa huida.
Justamente indignado el rey Edwig desterro al conde y a cuantos caballeros le imitaron. Pero, aun siendo tan excelsa su virtud de gobernante iluminado por la gracia, no pudo impedir que la horda mantuviera el territorio por anos sometido a la rapina, el robo, incendio y saqueo, hasta que apenas sobrevivio un alma, convertido en ruinas, desolacion y muerte. Tanto como lo era ahora.
Cuando solo cenizas quedaron sobre la tierra quemada, marcharonse los piratas. De nuevo el pais estaba sujeto al rey, que lo poblo con gentes de otras regiones, que se trajeron su ganado.
«Y fue entonces cuando aparecio el arzobispo Willfrido, quien gozaba de la confianza real, y por ende protegia a nuestra santa y gloriosa orden regular. Entre las ruinas de la iglesia encontro el arzobispo los documentos de la fundacion primera, en que constaban las concesiones que en su dia le hiciera el rey, y hasta el mismo mandato del Papa aparecio entonces. Presento tales cedulas milagrosas al joven rey, el cual en presencia de todos los dignatarios de la Iglesia y asistido por los nobles de su consejo, evidencio su espiritu desprendido y volcado en favorecer lo divino, llegando a doblar con sin igual generosidad las mandas de su padre, y hasta las del Santo Padre, anadiendo otros muchos territorios a la abadia, con sus rios, aguas, vertientes y pantanos, villas y mercados, molinos y herrerias, con derecho de peaje sobre el camino real que atravesaba los limites de la abadia, que les entrego liberados de toda obligacion para con el rey, con el obispo y de todo servicio regular. En este territorio, pues, solo era reconocida la autoridad del Abad y sus oficiales. Y este legado lo declaro con todos sus derechos libres jurandolo por Cristo y por San Pedro, y el arzobispo lo recibio expresando su voluntad de que permaneciera cuanto habia entregado y jurado el rey, y anuncio la maldicion de Dios y de todos los santos, de los dignatarios de la Iglesia mas la suya propia, a cualquiera que violare lo dispuesto, que seria castigado con la excomunion a menos que el pecador se arrepintiese.
»No cejaron los sacerdotes seculares, anteriores propietarios de la iglesia, y asi se personaron ante el rey para reclamarle su pertenencia, pero fueron rechazados. Era resolucion del monarca, joven pero sabio, secundar la voluntad de Roma para mayor gloria de Dios, expresada por el arzobispo Willfrido, que deseaba sustituir a los seculares de costumbres relajadas por monjes pertenecientes a la muy Santa Orden de los Renovadores. Y aunque acudieron a Roma, con lo que importunaron a nuestro Santo Padre, nada consiguieron, pues que no llevaban cartas del rey ni de los dignatarios de la Iglesia que apoyaran sus reclamaciones, de modo que regresaron fracasados. Antes bien, el Papa alabo los regalos y privilegios concedidos por nuestro amado soberano a la orden, y confirmo cuanto habia sido dispuesto.
«Contando con la ayuda incondicional de Su Majestad, cuya mano no se cansaba de entregar dadivas, levanto el arzobispo la iglesia y construyo una abadia, con sus dependencias para monjes, almacenes, herrerias y cuanto resultaba necesario, encerrado el conjunto dentro de una fuerte muralla. Toda la obra de piedra, y para mejor resultado mando traer de Gaul canteros y vidrieros que lograron tan esplendidas construcciones como nunca se contemplaran en el pais. Y de estos artesanos aprendieron los nuestros, quienes siguieron despues levantando templos con ese hermoso estilo normando que trajeron de allende el mar.
»Muy pronto la abadia se convirtio en centro espiritual de todo el pais, del que salieron monjes para poblar otras que iban fundandose hasta contar mil, tan grande era el fervor de nuestro arzobispo e inagotables las mercedes del rey.
»La santa paz de nuestra abadia era el resplandor de la fe iluminando todas las fundaciones de nuestra Santa Orden Renovadora, titulo concedido por el Papa, encargandole eliminar la relajacion del clero secular y levantar la fe en todo el territorio. Nuestro arzobispo rogo al Sumo Pontifice que le enviase el archicantor de San Pedro de Roma para que nuestros cantores aprendieran el arte puro de alabar a Dios, y acudieron de todos los lugares de la orden para que en todas fuera uno el canto, unas las voces, uno el estilo, un solo clamor el que subiera hasta el trono empireo a pedirle por los menesterosos, en eterna alabanza a Dios Nuestro Senor.
»Mas el enemigo persistio en cultivar el vicio, con ayuda de la envidia y la soberbia, en el corazon de los nobles y cortesanos, amparados en la santidad, paciencia y tolerancia de la corona, con lo que se alzaron contra lo dispuesto por Nuestro Senor Dios de los Cielos y de la Tierra, que elige a algunas de sus criaturas para ungirlas